España acorralada
En el franquismo era el centralismo el que atosigaba a la periferia con su unitarismo centrípeto. Pero hoy en día es el descentramiento lo que predomina desde la periferia, estirada por el independentismo vasco y catalán. En la dictadura la periferia estaba acorralada por Madrid como matriz inmóvil: pero en esta democracia algo folklórica el corral vasco y catalán, aunque no el gallego, acorralan al centro centrífugamente.
España es ahora la corrala de los corrales vasco y catalán, con sus correrías políticas desestabilizadoras. El corral vasco corrió sus correrías más peligrosas en la transición, cuando el terrorismo impuso su furor infame. El corral catalán corre sus correrías más peligrosas en este tiempo de crisis generalizada. En ambos casos se aprovecha la debilidad de España en propio beneficio partidista. Por lo que respecta a la corrala propiamente española parece una península barataria, por la baratura de sus propuestas de reconstitución democrática al desafío nacionalista periférico.
Algunos han propuesto tradicionales respuestas racionales de cordura y buen juicio, de viejos consensos y nuevos acuerdos. Ahora bien, nadie ha propuesto una clave fundamental de entendimiento común, tan fundamental que define por sí sola la marca España. Me refiero a nuestra común lengua castellana o española, la cual funciona como auténtico lenguaje articulador y vertebrador de las Españas, de lo hispánico y de lo hispano. En realidad, nuestro lenguaje castellano no es solo nuestra lengua propia, sino el lenguaje común desapropiado. Se trata de un inter-lenguaje en el que nos entendemos todos los españoles o hispánicos de España y más allá, todos los hispanos de Hispanoamérica y más allá (plus ultra).
Existen protolenguajes propios, es decir, lenguas propias o apropiadas para el vasco, el gallego o el catalán. Por otra parte están los metalenguajes o lenguajes generales o supranacionales, entre los que destaca el inglés como lengua global, sea en sentido práctico o bien técnico propio de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, coexisten lenguas intermedias e intermediadoras que, como el español, producen una identidad cultural compartida y, por tanto, una interculturalidad.
El inglés es supranacional o global, el catalán es nacional y local: pero el castellano o español es “glocal”, a la vez global y local, por cuanto es inter-nacional por su carácter de interlenguaje, que no se reduce a lengua propia ni se eleva a lengua general o abstracta. Esto conlleva un plus de significación vivencial y de sentido convivencial. Precisamente por ello, las lenguas propias como el vasco o el catalán, el quechúa o el náhuatl, no tienen más remedio que abrirse al español como lengua internacional y lenguaje intercultural. Acorralar al español desde las lenguas propias resulta suicida, lo mismo que acorralar al inglés desde el español resulta ridículo.
Un cierto nacionalismo abierto y cultural, aportativo, resulta beneficioso para todos; pero un nacionalismo abortativo o deportativo del otro resulta bochornoso y nocivo. Hablar meramente catalán o vasco es asimismo idiota, pero es lo que propone todo nacionalismo meramente nacionalista. Pues el peligro de todo nacionalismo es ser o serlo meramente. Por ello el problema nacionalista surge por falta de diálogo inter-nacional, y por lo tanto se basa en la cerrazón, trátese del nacionalismo español, vasco o catalán. Una cosa es hablar una lengua propia o idiomática, y otra cohablar una lengua común o interlenguaje abierto. Como siempre, aquí también se trata de elegir entre cerrazón y apertura: el nacionalismo es errado por cuanto cerrado, el internacionalismo es válido por cuanto abierto.
Ortega escribió un precioso español muy castellano, pero Unamuno no escribió en vasco. D´Ors comenzó en catalán y se pasó al español. Eugenio Trias ni siquiera intentó escribir en catalán. Nuestros deportistas, como Rafa Nadal, hablan su lengua en casa, el inglés en los negocios y el español en diálogo abierto. Al intentar separarse de España, el País Vasco y Cataluña deberían separarse del español, pero ni pueden ni deben hacerlo, ya que ello les confinaría al ruralismo tradicional. España es el español; dejar de serlo es dejar de hablar y entenderse inter-nacionalmente y sólo hacerlo intranacional o supranacionalmente.
Se me dirá que la separación del México de O. Paz o del Chile de P. Neruda respecto a España no es una separación respecto al español. Pero el separatismo de México o Chile es geográfico, mientras que el separatismo del País Vasco o Cataluña es antigeográfico. Por lo demás, la separación de la Argentina de Borges muestra hoy en día que es una separación pactada o pautada por el español como lenguaje internacional. Bien nos lo hace saber el argentino Bergoglio cuando, como Papa Francisco, habla, reza o escribe en un español plateado que nos llega como un eco de nuestra historia común, siquiera conflictiva. Pero es que el auténtico conflicto humano o cultural sólo puede pactarse y pautarse en un interlenguaje: en un lenguaje dialógico como es el caso de nuestro español o castellano.
España es ahora la corrala de los corrales vasco y catalán, con sus correrías políticas desestabilizadoras. El corral vasco corrió sus correrías más peligrosas en la transición, cuando el terrorismo impuso su furor infame. El corral catalán corre sus correrías más peligrosas en este tiempo de crisis generalizada. En ambos casos se aprovecha la debilidad de España en propio beneficio partidista. Por lo que respecta a la corrala propiamente española parece una península barataria, por la baratura de sus propuestas de reconstitución democrática al desafío nacionalista periférico.
Algunos han propuesto tradicionales respuestas racionales de cordura y buen juicio, de viejos consensos y nuevos acuerdos. Ahora bien, nadie ha propuesto una clave fundamental de entendimiento común, tan fundamental que define por sí sola la marca España. Me refiero a nuestra común lengua castellana o española, la cual funciona como auténtico lenguaje articulador y vertebrador de las Españas, de lo hispánico y de lo hispano. En realidad, nuestro lenguaje castellano no es solo nuestra lengua propia, sino el lenguaje común desapropiado. Se trata de un inter-lenguaje en el que nos entendemos todos los españoles o hispánicos de España y más allá, todos los hispanos de Hispanoamérica y más allá (plus ultra).
Existen protolenguajes propios, es decir, lenguas propias o apropiadas para el vasco, el gallego o el catalán. Por otra parte están los metalenguajes o lenguajes generales o supranacionales, entre los que destaca el inglés como lengua global, sea en sentido práctico o bien técnico propio de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, coexisten lenguas intermedias e intermediadoras que, como el español, producen una identidad cultural compartida y, por tanto, una interculturalidad.
El inglés es supranacional o global, el catalán es nacional y local: pero el castellano o español es “glocal”, a la vez global y local, por cuanto es inter-nacional por su carácter de interlenguaje, que no se reduce a lengua propia ni se eleva a lengua general o abstracta. Esto conlleva un plus de significación vivencial y de sentido convivencial. Precisamente por ello, las lenguas propias como el vasco o el catalán, el quechúa o el náhuatl, no tienen más remedio que abrirse al español como lengua internacional y lenguaje intercultural. Acorralar al español desde las lenguas propias resulta suicida, lo mismo que acorralar al inglés desde el español resulta ridículo.
Un cierto nacionalismo abierto y cultural, aportativo, resulta beneficioso para todos; pero un nacionalismo abortativo o deportativo del otro resulta bochornoso y nocivo. Hablar meramente catalán o vasco es asimismo idiota, pero es lo que propone todo nacionalismo meramente nacionalista. Pues el peligro de todo nacionalismo es ser o serlo meramente. Por ello el problema nacionalista surge por falta de diálogo inter-nacional, y por lo tanto se basa en la cerrazón, trátese del nacionalismo español, vasco o catalán. Una cosa es hablar una lengua propia o idiomática, y otra cohablar una lengua común o interlenguaje abierto. Como siempre, aquí también se trata de elegir entre cerrazón y apertura: el nacionalismo es errado por cuanto cerrado, el internacionalismo es válido por cuanto abierto.
Ortega escribió un precioso español muy castellano, pero Unamuno no escribió en vasco. D´Ors comenzó en catalán y se pasó al español. Eugenio Trias ni siquiera intentó escribir en catalán. Nuestros deportistas, como Rafa Nadal, hablan su lengua en casa, el inglés en los negocios y el español en diálogo abierto. Al intentar separarse de España, el País Vasco y Cataluña deberían separarse del español, pero ni pueden ni deben hacerlo, ya que ello les confinaría al ruralismo tradicional. España es el español; dejar de serlo es dejar de hablar y entenderse inter-nacionalmente y sólo hacerlo intranacional o supranacionalmente.
Se me dirá que la separación del México de O. Paz o del Chile de P. Neruda respecto a España no es una separación respecto al español. Pero el separatismo de México o Chile es geográfico, mientras que el separatismo del País Vasco o Cataluña es antigeográfico. Por lo demás, la separación de la Argentina de Borges muestra hoy en día que es una separación pactada o pautada por el español como lenguaje internacional. Bien nos lo hace saber el argentino Bergoglio cuando, como Papa Francisco, habla, reza o escribe en un español plateado que nos llega como un eco de nuestra historia común, siquiera conflictiva. Pero es que el auténtico conflicto humano o cultural sólo puede pactarse y pautarse en un interlenguaje: en un lenguaje dialógico como es el caso de nuestro español o castellano.