Ayer tocó hablar de pederastia y don Luis Argüello se olvidó de muchas cosas.
Al rebufo de lo escuchado en TV y consignado en RD.
| Pablo Heras Alonso.
20 de noviembre, Día de la Infancia; 20 de noviembre de 2021, declaración episcopal sobre una “importantísima decisión” de la Conferencia Episcopal, cual es la solución definitiva del asunto de la pederastia. Parto de los montes, búsqueda de compromiso legal y soluciones a destiempo. O... (con música) palabras de amor, palabras.
Leo en RD un titular que pretende resumir lo que dice son Luis Argüello: “Sólo son pequeños casos. ¿Por qué el foco sólo en la Iglesia Católica?” Primero, disculparse no sirve de nada; segundo, si dicen que el ataque es la mejor defensa, en este caso no sirve. Olvida don Luis muchas consideraciones colaterales que no tiene en cuenta. No olviden que “ellos” se han hecho distintos del resto de los mortales.
Yo tuve hace años conocimiento de una acusación de pederastia contra un sacerdote de Alcalá de Henares --murió hace tres años-- que se dirigía a mí llamándome “san Pablo”, muy dicharachero, lleno de sentido del humor, siempre alegre, que oficiaba las primeras comuniones de nuestro Colegio. Y defendí su inocencia, o al menos negué las graves acusaciones que se vertieron contra él. Porque un cura, o cualquier persona, puede atusar o acariciar a un niño sin por eso ser pederasta. Y también tengo recuerdos de tales “sobos” de mis años de colegio, que no se pueden catalogar de pederastia, aunque sí de algo cercano. Pero comencemos con esas otras consideraciones.
Hay testimonios muy serios y acusaciones igualmente graves, que en el ámbito civil son delitos claros y flagrantes. Sobre ellos incide la consideración penal y la consideración pecadora. Esta segunda apreciación parece obviarla u olvidarla don Luis. Descuida que, según parece, “ellos” son otra cosa.
No parecen muchos los casos de pederastia, pero... Los religiosos tienen sus ritos, de los que viven. En uno de ellos confiesan: “…porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión…” Cierto que ni ellos mismos se lo creen pero ahí está lo que dicen. Pecados de obra: en 80 años, unos mil casos de pederastia. Éstos son pecados “de obra”. ¿Cuántos de pensamiento? No es imaginar mucho afirmar que todos los profesos de castidad han pecado de pensamiento, o sea, millones y millones. De palabra, pocos, porque la vergüenza es pantalla efectiva para ocultar deseos. ¿Y de omisión? Acúsese aquí don Luis Argüello, que sus palabras lo hacen. Por cierto, no se habla de otros pecados de obra, cuales son los gozos sexuales con personas del otro sexo. ¿Cuántos en 80 años? Pues eso… Consideración desmontada, don Luis.
La Iglesia, como institución, es algo muy distinto a cualquier sociedad civil; no se consideran institución civil… Es, ahí es nada, “el cuerpo místico de Cristo” aunque nadie sepa qué concreción real pueda tener esto. Lo mismo que cada persona es rea de sus palabras, también las sociedades lo son por boca de sus rectores. No puede don Luis, por lo mismo, hacer comparaciones “ociosas” respecto a clubes, federaciones u organizaciones varias de la sociedad.
Y si de concreción hablamos, no podemos olvidar que los miembros de cualquier institución religiosa que se ligan por votos, en este caso la más digna, espiritual, cualificada y excelsa, la Católica, hacen PROFESIÓN de bondad y perfección. Están obligados a ser santos, o si no tanto, a ser buenos en obras y palabras. Los pensamientos dejémoslos en la relación íntima con su Dios.
Los miembros acusados de pederastia hicieron en su momento voto de castidad. Los de cualquier federación o club no. Ambos, religiosos y civiles, están sometidos a las leyes del Estado, pero el voto de castidad obliga a algo más; sí, obliga a la pureza de pensamiento y de acción, no sólo a no tener relaciones sexuales y menos actos pederastas. En la pederastia hay caso penal que las leyes civiles persiguen; y han aparecido en la prensa muchos casos de tales delitos, con el enjuiciamiento y condena subsiguientes; la sociedad ha sido la primera que los ha condenado.
En el caso de la Iglesia hay algo más, mucho más. Tal delito, tal pecado, supone la destrucción de uno de los pilares en que se funda la vida religiosa. El tal infractor deja de tener la consideración de “religioso”, porque ha contravenido gravemente uno de sus votos “solemnes”. Y sin embargo, ni ellos mismos obran en consecuencia. Más aún, en su momento taparon con veinte capas de silencio tales hechos nefandos.
Otra valoración que don Luis parece no vislumbrar: cuando una familia entrega su retoño a una institución religiosa para que lo eduque, presupone la honorabilidad de sus miembros; hace acto de confianza en ellos, porque su profesión, como decimos, es la bondad. Contrariar tal confianza, destruye el ambiente educativo, es vinagre en la leche, es ácido en la sopa… Y basta con un solo miembro corrompido en la comunidad educativa, para que toda ella salte por los aires.
Para otro momento dejamos algo que subyace en la conducta de los consagrados, cual es el contravenir a las leyes naturales, las biológicas, el tratar de achicharrar las instancias hormonales que en los años juveniles campan por su respeto.