Divagando sobre música religiosa – 2.
| Pablo Heras Alonso.
Todos los compositores anteriores al Romanticismo han escrito música religiosa o han trabajado para la Iglesia. Todavía, aunque menos, lo siguen haciendo por una razón muy simple: la Iglesia pagaba, paga, generalmente bien y pronto. En otros tiempos no había institución que pudiera rivalizar con ella. Era buena “contratista” y excelente mecenas.
La lista de compositores de música sagrada es abrumadora. En los archivos de iglesias y catedrales españolas duerme un enorme “montón” de partituras que poco a poco van siendo catalogadas. Yo mismo me ufano de haber catalogado y en cierto modo “salvado de la quema” el archivo musical de la iglesia de San Antonio de los Alemanes: año y medio con sus muchas mañanas pasé desempolvando y catalogando lo que allí había. Su destino, en boca de uno de los “vocales de iglesia”, tirar todo a los contenedores de “papeles”. Hoy lo guardan como oro en paño. Papeles manuscritos, partituras “sobadas”, con los bordes laterales indicando su uso frecuente… Una iglesia, por cierto, en que la música sacra era interpretada por “señoritas”, la colegialas de uno de los dos colegios más importantes femeninos de Madrid en el siglo XIX, Colegio de la Concepción. Algún día escribiré sobre este Archivo, aunque los mismos “vocales de iglesia” me quitaron las ganas y el interés.
Si cito esta iglesia, que musicalmente sería de categoría inferior, es por poner en valor otras de mayor importancia en Madrid, por ejemplo San Francisco el Grande. Con qué regodeo evocador me hablaba el P. Cándido de Jesús Guridi, tocando el órgano de este gran templo… Todas tenían a su servicio organistas y capillas musicales de importancia, incluso con compositores exclusivos.
No digamos nada de lo que guardan catedrales de ciudades como Sevilla, Toledo, Palencia, Salamanca, Valladolid, Barcelona o Burgos. Pero, asimismo, ciudades como Tarazona, Ciudad Rodrigo, Osuna… guardan memoria en sus archivos de músicas más o menos catalogadas. Recuerdo el interés que puso el archivero de Sigüenza para que yo pasara un verano examinando la obra musical, inmensa, que hay allí guardada. Añádanse las iglesias y catedrales de América que si en un principio importaban música de España, luego surgieron compositores autóctonos de un enorme poder creativo.
En todas las colecciones o ediciones de compositores del pasado, especialmente del Renacimiento y Barroco, aparecen secciones grandes de música religiosa. Josquin Despres, Orlando di Lasso, Monteverdi… La colección publicada de este último comprende dieciséis tomos: los tres últimos, bastante más gruesos que los anteriores, son de música religiosa, aparte de uno titulado “Vísperas de la Santísima Virgen”, una hermosísima y grandiosa composición.
Hablando de manera un tanto superficial, se suele denominar “motetes” a la música vocal religiosa y “madrigales” a la vocal profana, generalmente amatoria. En algunas de estas composiciones se podría cambiar el texto, trocando lo religioso en profano y viceversa, y la sonoridad no desdeciría del sentido primero.
Ahí está el caso de uno de los más grandes compositores españoles, Francisco Guerrero. Puso música a textos de Baltasar del Alcázar, Gutiérrez de Cetina, Manrique y otros, recogidas muchas composiciones profanas suyas en el Cancionero de la Casa de Medinaceli. Tiene una colección de “Canciones y villanescas espirituales” que en un principio fueron madrigales a los que puso texto religioso. La canción más conocida es aquella que decía: “Pan divino, graçioso, sacrosanto” que en el original era “Prado verde y florido, fuente clara”
Aunque por mano de otros, lo mismo pasó con Monteverdi. Del libro V de madrigales, autor hubo que cambió el texto italiano por texto latino, modificando apenas algunas palabras o nombres propios: Cruda Amarilli, O Mirtillo anima mia, etc.
Cierto que los motetes suelen tener una “seriedad” en su textura polifónica y “tempi” que no tienen los madrigales, tendentes a resaltar de manera más explícita los “afectos”. Pero eso no era óbice para transformar unos en otros.
En otro orden de cosas, hablando de compositores y en ámbitos más alejados como Inglaterra o Alemania, nos podría parecer raro que un compositor luterano o anglicano compusiera música para ritos católicos o se pusiera al servicio de mecenas de otro credo. O que compositores marcadamente agnósticos, despreocupados o ajenos a la religión, compusieran obras de muy alta cualificación artística.
Thomas Tallis fue quizá el músico más importante del siglo XVI inglés de música sagrada. Fue organista en varios monasterios, benedictinos y agustinos. Disueltos los monasterios durante el reinado de Enrique VIII, trabajó en la abadía de Canterbury y luego dirigió la Capilla Real. Para él, rito anglicano o rito católico, daba igual. No había diferencia de textos… ni de inspiración. “Primum vivere”. Hay que hacer notar que las directrices sobre música para el culto de la Iglesia anglicana diferían bastante de las tendencias católicas.
De Juan Sebastián Bach no podemos dudar de su relación con la iglesia luterana. Vivió de ella. Ello no fue obstáculo para componer la que llamaron “Gran Misa Católica”, hoy “Misa en si menor”. Hay textos en la misa que no puede admitir un protestante. Sin embargo, Bach les puso música. Además, muchos de los números de esta obra son “parodia”, es decir, ha utilizado música de otras obras suyas para esta misa “católica”.
¿Y qué decir de aquellos compositores cuya religiosidad brilla por su ausencia? Una de las obras más impresionantes de L. van Beethoven es su Missa Solemnis, por cierto, de una enorme dificultad vocal. O el “Stabat Mater” de Rossini, compositor decididamente alejado de la religión. Tan alejado que afirmó que nunca compondría una misa. Sí aceptó el “Stabat Mater” cuando el clérigo Manuel Fernández Varela se lo propuso , con pago muy sustancial, durante su larga estancia en Madrid. ¿Por qué? Eligió el Stabat Mater sencillamente por el drama humano que respira dicho texto.´
Y por el contrario, ¿qué decir de nuestro músico nacional, Manuel de Falla del que no se conoce nada religioso? No ha habido otro más piadoso y beato que don Manuel. Paseando por los jardines de la Alhambra le dijo a su amigo José María Pemán:
Respecto a la música religiosa, mi gran sueño ha sido escribir una Misa. Sin embargo todavía no he encontrado las armonías y melodías de una música que fuera digna de ser ofrecida a Dios. Podría hacer el “pastiche” de unir lo gregoriano con lo polifónico, pero eso sería negarle a Dios todo el enriquecimiento de la música moderna. En cambio, hacer música moderna para Dios es someterle a la promiscuidad de la pedantería laica y humanística que está en el fundamento de toda esta música.
Para Falla, la música religiosa debería significar lo que para la literatura es la prosa de Santa Teresa.
Nos queda un asunto también jugoso, la música instrumental “religiosa”. Peliagudo asunto, porque aquí sí que resbalan todas las consideraciones e interpretaciones. Es curioso que en muchas partituras, en pasajes lentos, el compositor indique “andante religioso”. Y la interpretación ha de ser suave, pausada, de sonoridad un tanto apagada… ¿Sería así la específicamente música instrumental religiosa? Damos por supuesto no, pero eso es tema de otro “cantar”.