FILOSOFÍA GRIEGA Y CRISTIANISMO: ¿ANTÍTESIS O SÍNTESIS?/ 5
ἔστι γὰρ δὴ τῶν καλλίστων ἡ σοφία //la sabiduría es, pues, una de las cosas más bellas (Platón)
| Juan CURRAIS PORRÚA
También en los humanos, la voluntad es superior al entendimiento. Dios concedió al ser humano, como a los ángeles, el don del libre albedrío (liberum arbitrium), la libertad para elegir entre el bien y el mal, elección que no está determinada por el conocimiento previo.
En el orden moral, el buen obrar consiste en seguir la voluntad de Dios y cumplir sus mandamientos, mientras que el pecado consiste en apartarse de la misma. La fe, don divino según la teología, implica obediencia a la voluntad divina, según afirma Pablo, y siguiendo el modelo de la fe de Abrahán (obediencia ciega), como propone el autor de Hebreos.
Las virtudes superiores en el cristianismo son las teologales, la fe, la esperanza y la caridad, contrarias a las dianoéticas griegas. Las cuatro virtudes cardinales que aparecen en los catecismos (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), son de origen griego, pues constan en Platón, en Aristóteles y en otras escuelas filosóficas, pero al ser cristianizadas cambian de significado y pierden su autonomía al estar supeditadas a las teologales. En el cristianismo, lo natural está siempre subordinado a lo sobrenatural, lo inmanente mundano a lo trascendente ultramundano.
El ideal supremo de la moral cristiana es la santidad, no la sabiduría pagana, por lo que la vida modélica a imitar es la de los santos, no la de los sabios. Los cristianos crearon una numerosa lista de santos, que constan en el santoral como prototipos de conductas ejemplares. En cambio, los griegos crearon la lista célebre de los siete sabios como modelos a imitar, aunque en realidad eran muchos más que los citados por Platón en su diálogo Protágoras. La llamada a la conversión cristiana es un proceso volitivo relacionado con la fe, no un proceso racional emanado del intelecto.
El Dios cristiano, definido como amor o caridad (Deus caritas est), nada tiene que ver con el dios noético y estático de Aristóteles. El amor del Dios cristiano se expresa con el término griego agápe y es tan ilimitado como su poder o su saber. Es desbordante, desmedido y sin límite, frente al ideal griego del límite y la mesura (la mesótes aristotélica). El amor cristiano nada tiene que ver con el éros, que es el tipo de amor más importante para los griegos (el término éros ni siquiera aparece en el N. T.).
Platón en el Banquete considera el éros un semidios, un daímon menesteroso, caracterizado por la carencia, pues ansía lo que no posee y se manifiesta en un proceso ascendente hacia la contemplación de la belleza ideal. Pero en el Dios cristiano no hay carencia, sino sobreabundancia y su amor rebosa toda medida. Según el místicon Cuarto Evangelio (Jn 3,16), tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él posea la vida eterna.
El Dios impersonal aristotélico, por el contrario, atrae como causa final a los seres móviles, con una atracción metafísica análoga a la erótica (hos erómenon = como amado o deseado). Es un Dios estático, motor inmóvil del mundo físico, mientras que el cristiano es un Dios vivo y trascendente que muestra su actividad dinámica a través de la creación, la revelación y la salvación, interviniendo en la historia humana, de acuerdo con los textos bíblicos judíos y cristianos.
Su actividad ad extra demuestra que no está ensimismado como el aristotélico, pues por amor decide libremente crear, revelarse, ejercer su providencia sobre las criaturas y salvar a los seres humanos después de la caída de Adán, denominada pecado original.