"Jesus heri et hodie"
O sea, Jesús ayer y hoy. Nada más falaz. Si el ayer hace referencia a los primeros treinta años de la era cristiana y el hodie a los siglos posteriores, ese personaje que dividió nuestra historia no es el mismo en ambos periodos. Uno “puede” ser Jesús; el otro, es Jesucristo.
| PHA
Sobre Jesús de Nazaret se han escrito cientos de miles de libros, vademécums, tratados que podríamos agrupar en dos o tres categorías, según quien escriba se considere creyente o prescinda de los credos para hacer ciencia.
Así, encontramos un primer y numerosísimo grupo constituido por aquellos que, fijándose en su ejemplo y sus enseñanzas evangélicas, independientemente de la historia, tratan únicamente de afianzar la fe de los que creen en él; otros son los que, presupuesta la fe y presupuesta la realidad existencial de Jesús, pretenden ser rigurosos “demostrando” la historicidad dl personaje; y, en tercer lugar, aquellos que intentan hacer historia o ciencia rigurosa de un prohombre del que no existen registros, que supuestamente vivió en una época precisa y del que sólo quedan testimonios “de parte”, Evangelios y Cartas.
Podría catalogarse un cuarto grupo, el que forman aquellos que escriben y viven enfrentados visceralmente a la credulidad. Son éstos una especie aparte, dignos de consideraciones ajenas a lo que hoy nos trae aquí.
Quienes quedan englobados en el tercer grupo se enfrentan a grandes dificultades a la hora de dejar claros sus resultados y no siempre lo consiguen, quedando sus conclusiones en el mismo punto hipotético del que partieron. Es el problema de aquel del que no quedan registros directos e independientes.
Para quienes escarbamos en literatura relacionada con la religiosidad –es nuestro caso— dos son los tratadistas que más confianza nos aportan, Antonio Piñero y Fernando Bermejo. Nadie podrá discutir su rigor explicativo. Lógicamente, pocos creyentes convictos “perderán el tiempo” leyéndolos.
Acabo de terminar La invención de Jesús de Nazaret, de F. Bermejo, Ed. Siglo XXI, 2ª edición 2019. Cerca de 700 páginas de texto más otras 100 de índices.
Dejo a un lado las múltiples conclusiones que uno pueda sacar del mismo para trasladar una consideración que puede resultar perturbadora: el conflicto, por así decirlo, entre el Jesús que pudiéramos llamar histórico (Jesús) y el Jesús de la fe (Jesucristo). No son la misma persona, si de persona se puede catalogar a la segunda, Jesucristo.
El Jesús que las distintas generaciones de cristianos fueron legando a la posteridad nada tiene que ver con el que se deduce del contexto histórico (imperio romano y sociedad hebrea), de su muerte (a manos de los romanos), de la confrontación de los numerosos pasajes de sus propios escritos que caen en verdaderas contradicciones y de lo que, al dar de lado pasajes en absoluto creíbles, un análisis científico puede hacer de una figura supuestamente real que paseó sus inquietudes por Galilea y Judea.
Y es aquí de donde debería surgir la inquietud de cualquier prosélito de la fe: ¿puedo creer lo que la Iglesia, hoy, me dice sobre Jesús? ¿Puedo seguir fiando mi fe en un personaje real al que imitar y seguir, si Jesucristo es una invención de las primeras generaciones de cristianos según conveniencia de las circunstancias históricas? ¿O da igual que Jesús-Jesucristo fuera una persona como lo fueron Sócrates, Epicuro, Séneca o Vespasiano, pues lo que importa es lo que uno crea?
Esto último, desde luego, es inadmisible para la doctrina oficial de la Iglesia, la que afirma que Jesús es la encarnación real de Dios en la Tierra y que con su sangre redimió los pecados del mundo, cosa que para un historiador riguroso es in-deducible, es una mera suposición a la que dar asentimiento, que no se corresponde en absoluto con la realidad.
Historia y realidad se dan de palos con lo que creen millones de personas, personas que siguen pensando y creyendo en una asimilación de contrarios, mixtificación, cuales son que Jesús predicó en Galilea, se acercó a Jerusalén, murió por instigación de los judíos y a la vez está presente real y verdaderamente en ese sagrario ante el cual se prosternan y que, en la Misa, se hace alimento del alma por la eucaristía.
Pues no, ese Jesús-Jesucristo no existió. Dando por supuesto que el primero, Jesús, fue una persona como cualquiera, presuponiéndole dotes extraordinarias de locuacidad y fanatismo, el que ha llegado a nosotros es una elaboración, exitosa en sus inicios, que se fue transformando según el dictado de concilios y conciliábulos hasta llegar a nosotros como un “mix” de dios que habita en los cielos y un ente cercano a los hombres, sin recapacitar –pensar-- demasiado en el modo y la manera.