Reflexión reiterada sobre la credulidad
Sí, ya, hemos escrito muchas veces sobre lo mismo, pero es lo que tienen las ideas fijas cuando creen tener razón.
| Pablo Heras Alonso.
Refiriéndonos tanto a los contenidos dogmáticos de las distintas religiones como a las verdades que nos transmiten las ciencias, podríamos hablar de dos niveles en que se puede asentar el hecho de su aceptación o rechazo. Uno, el creer; otro, el dar crédito.
Creer es aceptar conceptos imposibles de comprobación; dar crédito se refiere a la aceptación o no de ideas, hechos o creencias que la razón disecciona. Respecto a las religiones, que alguien pueda y quiera creer lo que cree, nadie se lo va a negar. Ahora bien, dar crédito a lo que cree, nadie con dos de frente puede aceptar.
Crea quien quiera que el vino de la misa se transforme en la sangre de Cristo o que hay multitud de ángeles que revolotean a nuestro alrededor, nos acompañan y nos protegen. A esto no se puede dar crédito.
Dado que 1) parece algo irracional, 2) choca con la experiencia, 3) no concuerda con el modo de conocer, 4)jamás se ha podido comprobar y 5) no se pueden aportar pruebas concluyentes a su favor, es decir, argumentos racionales para aceptarlo, dado, pues, todo eso, la persona normal lo rechaza y le asigna la etiqueta de "fábulas e invenciones".
Que alguien sienta felicidad, tranquilidad, quietud, paz, fervor y ensoñación al creer lo que cree no es argumento para su aceptación, para darle crédito, para decir que eso es real. También los relatos de cuentos, las poesías o las novelas aportan todo eso. El que piensa y deduce no puede aceptarlo.
Así de simple es la diferencia entre la credulidad y la racionalidad. Pero dadas las adherencias que conlleva la credulidad, labor es de la persona que ha pensado y repensado las creencias lucha por cerrar la puerta a tales irracionalidades.
Ya sabemos muchos de esas adherencias y derivados. Sí, los que la historia y el presente desvelan. Lucro, dominación, tiranía, guerras, atentados, asesinatos, división entre grupos y naciones, despojo de recursos, ruina y espoliación, corrupción de la infancia, lavado de cerebro… Todo eso conlleva la irracionalidad del creer.
Las creencias predican el amor, la concordia y la paz, pero quienes son portadores del virus crédulo, los creyentes, han traído a este mundo más desgracias que dichas. De ahí que ese amor, concordia y paz haya que buscarlos por otras vías, las de la racionalidad, la ley, la prevención y la contención de los apetitos humanos.
Añadamos algo más. La fe religiosa es una muestra de ignorancia humana. Y como algo propio de la ignorancia, no admite siquiera la posibilidad de ser corregida. Se presenta a sí misma como libre de crítica. Nadie puede alzar su voz contra ella, porque nada se puede argumentar contra una afirmación inventada.
Dejando aparte los orígenes oscuros y las fuentes de donde nacen, desconocidos, todas las religiones remiten a antiguos tabúes, a revelaciones, a extravagancias pre científicas a las que otorgan categoría de verdades.
¿Es que la historia no ha avanzado lo suficiente como para que los fieles tengan que adaptarse y acomodar su vida a criterios del paleolítico?
Un lendakari del País Vasco defendía públicamente los postulados del energúmeno Sabino Arana, propuestas que, si pudieran haber tenido validez hace siglo y medio, que tampoco, hoy son de todo punto irracionales, faltas de acomodo a la situación política y social de nuestro mundo.
Y no digamos lo que hace pocos días hemos oído en el Congreso: ¡defender al Partido Comunista! Algo parecido sucede con las religiones. Los relatos que engatusaban los oídos analfabetos de pastores sumerios no pueden regir la conducta ni llenar la inteligencia de nuestra época.
Pero la credulidad es así de contentadiza. Así de irracional. A los crédulos para su meditación de forma dogmática, y por tanto imperativa, se les da a leer libros sagrados que juzgan o explican o comprehenden el espectro político, moral, científico y espiritual del modo más estrecho y sesgado, como si fueran la última palabra en asuntos que tienen enorme trascendencia para los individuos de hoy día. Libros sagrados más dignos de precipitar en la hoguera si no fuera porque merece la pena conservar por otros conceptos.
Insistimos en que la fe es perniciosa y, por lo tanto, es necesario luchar por arrinconarla en el lugar que se merece, el lugar de los cuentos para niños. A los creyentes bienintencionados les priva de pensar de manera racional sobre aspectos de la vida y sobre preocupaciones profundas, como pudiera ser la reflexión o introspección de sus padecimientos para-neuróticos.
En el peor de los casos, cuando las creencias arraigan en personas descerebradas, fanáticas y seguidoras de lo que sea, la fe incita a la violencia e incluso al crimen.
Algo de eso comprobamos a diario en este blog y el modo como lo denigran. Por lo general no piensan en lo que aquí expresamos. Su violencia se manifiesta en el desprecio, el sarcasmo que trata de humillar, la búsqueda de descrédito. ¿Quién nos asegura que su pasado no se haría presente si pudieran? Lo que hicieron con los herejes o simplemente discordantes, podría repetirse.