Reflexión sobre los seminarios vacíos.
Ayer, domingo 20 de marzo de 2022 todas las iglesias ¿del mundo? rogaron a Dios que enviara operarios a su mies, vulgo, desmayaron en deseos de que vuelvan a llenarse los seminarios. Día del Seminario.
| PABLO Heras Alonso.
Presupongo que los próceres clérigos se preguntarán continua y sinodalmente por las causas tanto de la defección como de la debacle; y en sus conventículos gemirán con desconsuelo por las consecuencias. Más difícil les será poner en práctica y llevar a efecto los remedios pertinentes, remedios, si los ha habido, que hasta ahora se han mostrado como ineficaces.
Ya no de algo, que de eso sí se dan cuenta, pero de lo que no pueden hacerse cargo es de que alguien pueda ser responsable de tal ruina. ¿Es el papa? ¡Por Dios, no diga eso! ¡Cómo el eximio JP2, Benedicto Décimo Sexto, Francisco “argentífero” lo pudieran ser! ¡Ellos son santos! ¿Son los obispos? Quizá, dicen los que no lo son, algo que tales próceres personajes niegan, dado que ellos sí laboran por allegar pastores al rebaño. ¿Es la mismísima Iglesia, no ya la de Cristo, que ésa es eterna, santa e inmaculada hasta el fin de los siglos, sino su estructura humana, sus leyes, sus palacios, sus privilegios, sus pecados, su historia etc. etc.? Ahí le ha “dao”, dicen los que lo dicen. Es decir, la Iglesia somos todos, bautizados santos y bautizados renegados. Y balones fuera. O sea, “el signo de los tiempos” y “Dios proveerá” y el más castizo y contundente “et portae ínferi non prevalebunt”
No perciben que desde tiempos inmemoriales el pueblo fue asimilando y cayendo en la cuenta de que la Iglesia eran “ellos”. Y hoy, si hablamos de “Iglesia”, entendemos de curas para arriba... y que corra el escalafón. Incluso personificamos y cambiamos nombres: la Iglesia es el Vaticano. Lo mismo que el desgobierno es Pedro Sánchez.
Son ellos los que, embaulados en su propio mundo de fábula e incluso bienestar, esconden la cabeza debajo de las sábanas protectoras de fe y confianza en el Dios que todo lo soluciona, mejor Espíritu Santo, para seguir fruyendo del bienestar que les durará hasta que el tiempo haga de las suyas con cada uno.
Parece que les importa poco el diluvio después de su presente gozoso, aun viendo que el tal diluvio ahora presupone algún potente paraguas. Hacen como Noé al extender el dorso de la mano y sentir los primeros goterones: “Bah, no hay que preocuparse, son cuatro gotas”.
La penuria de sacerdotes incide en la exigüidad de medios para sostener la prolífica variedad de testimonios sacros acumulados a lo largo de los tiempos. Si la Iglesia es eterna, lo es principalmente porque un bloque de piedra lo es. Algo parecido a lo que significan en la historia el puente de Nimes o el acueducto de Segovia. Pero ahí está --larga y variada nomenclatura— la inconmensurable cantidad de iglesias, templos, ermitas, monasterios, conventos, santuarios, oratorios, colegiatas, catedrales, basílicas, parroquias, abadías, casas profesas y casas de retiro, capillas señoriales… lugares todos pidiendo a gritos, suplicando, rogando a Dios por alguien al frente con el título eximio de “sacerdote”.
Y así les va a los pueblos envejecidos o despoblados. Al cabo de los años, los senectos feligreses denuncian al párroco, hoy contertulio del camposanto, lamentando cómo llegó aquella grúa y arrambló limpiamente con una campanas; tal día desaparecen unos candelabros de plata guardados para las solemnidades; pocos días antes, las beatas de turno echan en falta unos corporales que había que lavar para la fiesta; y al llegar el domingo, el párroco advenedizo tuvo que denunciar ante la guardia civil la desaparición de aquel cuadro valioso que lucía en la sacristía; por su parte el sacristán o guardián voluntarioso se fijó en la hornacina vacía y avisó al párroco de la desaparición de un santo o de un angelote; los mismos fieles ven cómo la mancha de verdín en la pared del año pasado es en éste gotera intermitente…
Y turistas necrófilos huellan con sus pies los cardos que crecen debajo del esqueleto pétreo en que ha quedado la iglesia del hoy pueblo vacío… Y en las guías turísticas se señala aquella portada de siete arquivoltas perdida en el campo a la que veneran trigales o girasoles.
Y el flamante seminario de antaño, es flamante parador hogaño. Buena cosecha para el peculio de los que todavía son porque están. ¡Señor, envía operarios a tu mies, que "mía no es"!