Reivindiquemos todos, ahora que se reparte España.

Se discuten los PGE, se tiran los trastos a la cabeza por el CGPJ,  quieren apropiarse del TC, se descalifican unos a otros, roban [casi] todos... España camina como pollo sin cabeza [los que alguna vez hemos matado un pollo a las bravas, cortándole el cuello, sabemos lo que le sucede en los segundos siguientes]

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¡Creencias, creencias! Por una parte, la creencia en los valores eternos, en la savia del cristianismo, en la linealidad cristiana de nuestra historia, en la esencia de España... Por otra quienes, aun defendiendo las “esencias patrias”, quisieran que éstas se desligaran de las creencias religiosas; por otra quienes están abiertamente en contra y, pretendiendo romper con ese pasado oscuro, quieren insuflar nuevo espíritu en la sociedad;  por último, aquellos que reniegan de la virtualidad de la unión patria y pretenden alzar una nueva sociedad basada en la radical separación de las distintas regiones guiados por nuevos “impulsos nacionales”.

Tan desastrosas son unas creencias como otras. Y en este galimatías,  ¿dónde está cada uno?

La gran mayoría defiende la unidad en la diversidad; que el sentimiento de la patria chica no es obstáculo para reivindicar el sentimiento de patria común ante terceros países; que las cosas funcionan mejor cuando se gestionan en la cercanía al ciudadano y a los problemas.

Hagamos de agoreros malignos y de sibilas funestas.

El niño que asiste a peleas continuas, el que contempla con horror palizas y golpes a su “mamá”, crece con el sentimiento de que eso es lo normal y asimila la normalidad de lo anormal. De hecho para él es normal. En el colegio reproducirá esa conducta aprendida.  Es lo normal. Quien no vivió en su niñez la ausencia de televisión, cree que sin televisión el ocio casero es impensable. 

Ya son varias generaciones las que han crecido en este "ambiente" partidista de reivindicaciones al por mayor, de quien no roba es porque no quiere y de sálvese quien pueda,  ambiente que los mayores consideran podrido.

Se está inoculando en las generaciones ahora infantil y juvenil el veneno de la reivindicación perpetua y el virus de la descomposición agraviante. Estas generaciones ya no parten de un patrón-España, sino de una reivindicación-contra España.  Entre las vivencias infantiles y adolescentes y las algaradas juveniles no hay solución de continuidad.

¿España? ¿Qué España? En España hay tres “nacionalidades”, o cuatro o las que se quieran, y catorce “no-se-sabe-qué”. Estas catorce parecerían encarnar lo que se entiende por España sin creérselo. Podría ser éste el pensamiento mayoritario. 

Entonces,  ¿ante quién se reivindica? ¡Porque ante alguien habrá que reivindicar lo que se reivindica! ¿Es al gobierno de turno? ¡Pero si éste es proclive a conceder todo con tal de mantenerse de pie! ¿Hacia los Tribunales de Justicia? ¡Pero si ellos sólo se dedican a casar datos y hechos con la legislación previa! ¿Hacia el resto de comunidades? ¡Pero si ellas pretenden obtener las mismas competencias que las comunidades voceadoras! ¡Si están a la espera de lo que consigan quienes más “derechos históricos” esgrimen, para pedirlo ellas al punto!

No se sabe ante quién pero sí estamos sabiendo quiénes reclaman. ¿La pretensión? ¡Ninguna, oiga, que nosotros respetamos la Constitución! ¿Sí? Pues ésta es la vía de facto hacia el troceamiento de España y quizá hacia algo más tremebundo. Precedentes tenemos, muchos en nuestra ruinosa historia.  

De todas formas, hay quien se consuela con lo que alguien dijo, que España es el país más fuerte del mundo, porque lleva siglos intentando destruirse, matándose unos a otros y ahí sigue. 

El mariscal Tito usó la mano de hierro para uncir el yugo de los balcánicos yugoslavos. Luego vino Croacia, Bosnia, Serbia... Kossovo, Moshtar, Schrebrenika... ¡No, si yo nunca voy a sufrir un accidente de automóvil, yo conduzco con cuidado y respeto las leyes! Hasta que el suicida de turno se cuela por tu carril.

Caminamos hacia lo “dejà vu”, la balcanización primero y la quiebra después. No son argamasa suficiente los partidos de futbol, los campeones de tenis, las gimnasias, los cantantes, los premios Princesa de Asturias... porque a falta de proyecto común que embride al perro que ladra proyectos y que exige el oro “del” moro argelino o marroquí, sólo consigue morderse a sí mismo pretendiendo arrancarse hoy una pata y mañana una oreja.

¿No aparecerá un estadista, que no un gobernante enano, que ilusione a la sociedad con proyectos de siglo y no de cuatro años montado en Falcon, y que lleve a España a la cima que se merece?

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