Por si alguna vez se usa la razón en asuntos de Dios.

Resulta curioso que Santo Tomás, tan sabio él, dijera que el argumento de causalidad –todo ser debe su existencia y su esencia a algo o alguien anterior a él del que procede—es apodíctico, incontrovertible, sin excepción alguna.

 Todo ser tiene una causa eficiente. Y afirma que en la precesión de causas no se puede derivar “ad infinitum”, porque eso repugna a la inteligencia, por lo que tenemos que llegar a una primera. Y de ahí deduce a Dios.

Si, como dice, ese principio es absoluto, porque un ser sin causa eficiente también repugna a la inteligencia, ¿por qué Dios no tiene causa? Consecuentemente ¿cuál es la causa eficiente de Dios? Una de las dos afirmaciones es falsa, o el principio de causalidad o la consecuencia de que Dios es la primera causa.

El problema de Santo Tomás y de todos cuantos creen es que, aunque al comienzo de sus razonamientos expone razones en contra, partía del supuesto de que Dios existe y trataba de buscar una explicación racional a tal existencia. No trata con sus argumentos de llegar “necesariamente” a Dios, sino de demostrar de alguna manera su propio pensamiento, que Dios “es”.

Aparte de contradicciones como la del principio de causalidad, el gran argumento en contra de sus elucubraciones es que, a la conclusión de las mismas, llegaba a un dios concepto, un dios impersonal, un dios idea, que nada tenía que ver con el Dios personal de los creyentes.

Hoy día tales “demostraciones” de Dios se dejan de lado para incidir en argumentos que hacen relación a la vivencia y experiencia de Dios, con alguna que otra afirmación estrafalaria relacionada con lo que es Dios, como que no puede engañarnos, que no puede mentir, que nos ha hablado, que ha dirigido la historia o que se ha manifestado en curaciones y milagros varios.

1. Comencemos por el argumento de la “vivencia” de Dios, creyentes que han sentido a Jesús dentro de ellos, que su vida ha cambiado al creer en él, que es una fuerza que les ayuda a soportar la existencia, que les da alegría vital… y expresiones similares. Cualquiera que piense un poco argüirá que este argumento no puede ser universal: le sirve a quien lo dice, lo mismo que a otro, sin deducir por ello a ningún dios, le puede ayudar a vivir el amor conyugal, el que le haya tocado la lotería, tener éxito en los negocios, realizar un trabajo de investigación de años o, simplemente, gozar de la vida en el campo.

2. Fundados en que las Escrituras son “palabra de Dios”, hay quien sostiene que éstas no pueden engañarnos en cuanto a la existencia de Dios… No merecería la pena siquiera argumentar contra quien tal afirma: ¡todos los escritos de todas las religiones son “palabra de Dios”! Y bien sabemos que todas ellas son un centón de leyendas, de mitos y de fábulas. ¿Van a ser algo más los escritos cristianos?


3. Igual de rastrero es el argumento de “la cantidad”. El número de adeptos cristianos (católicos, ortodoxos y protestantes) asciende a 2.436 millones de personas, o eso dicen: ¿pueden estar equivocados tantos millones de personas que creen en Dios y en su hijo Jesús? Y la contestación es bien simple: sí. Una verdad no se sostiene por la cantidad de quienes así la crean sino por su evidencia racional. Esos mismos creyentes, en la Alta Edad Media creían que la Tierra era plana y que Adán y Eva fueron los padres de la Humanidad y que las aguas del Nilo “subían” hacia arriba.

4. El más allá, la supervivencia. Dicen: la vida no puede acabar con la muerte, tiene que haber algo más allá. Dios… Ya la misma convicción popular da de lado tales martingalas con dichos y refranes ad hoc. Explicamos: esta pretensión de inmortalidad no es otra cosa que el instinto de conservación hecho razón, convertido en deseo, en necesidad psicológica de no desaparecer. Es la negación de los procesos de la naturaleza, donde todo nace, se desarrolla y muere. La religión viene a dar cumplida cuenta de ello con esas enfermizas esperanzas que ofrece. Son tan extravagantes sus explicaciones que un mínimo gramo de pensamiento echa por tierra todo ese tinglado teñido de profusa literatura. Afirman que el cuerpo muere pero que el alma es inmortal; incluso afirman que también el cuerpo resucitará. Es una obviedad que el hombre es una unidad; que el alma no es sino la vida en funcionamiento donde el cerebro ocupa un lugar preeminente…


5. Hay quienes quieren ver una vida post mortem, y por lo tanto la existencia de un Juez riguroso y justo, fundados en el deseo de justicia, de restitución o castigo de los malvados, dado que en este mundo… Respiran por la herida bien de su propia experiencia, bien por lo que ven, cual pueda ser la situación de aherrojamiento y opresión que sufren los pobres de este mundo. Menguado argumento, desde luego: la justicia ha de llegar en este mundo y es labor de los hombres de buena voluntad laborar para que así sea. De hecho y gracias al progreso del Derecho y a los Movimientos Sindicales y de masas, las condiciones de vida de grandes masas han cambiado radicalmente en los últimos siglos.

6. Finalmente, no merece la pena considerar aquellos otros argumentos en pro de la existencia de tal Ser supra natural que algunos esgrimen para incautos o ignorantes: la “realidad” de los milagros, la veracidad del Hijo de Dios Jesús que no nos puede mentir, la historicidad “real” del mensaje de Cristo en los Evangelios… que no son sino exabruptos de quien pretende extorsionar a la razón para que admita irracionalidades.

A decir verdad, los creyentes no necesitan argumentos, ya están convencidos de su credo. La refutación de lo que esgrimen tampoco puede servir de mucho, jamás conseguirá que la razón entre a diseccionar lo que creen. Por eso, ¿resulta de algún provecho lidiar con la credulidad? Siempre ha existido y, por lo que se ve, siempre existirá. Será que sirve de algo.

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