La conversión como drama.
| Pablo Heras Alonso
La defección entre los candidatos al sacerdocio, los seminaristas, es frecuente y se puede considerar normal. Entre aquellos que ya han accedido al status profesional es menos frecuente aunque también ocurre.
La deriva de éstos últimos puede ser que no quieran saber nada de religión y se sacudan las creencias de encima, quedando en ellos un leve rescoldo o pátina cultural.
Otros hay que, sintiéndose engañados, militan activamente para quitar la venda crédula a quienes guardan relación con ellos. Se tornan personajes emocionalmente polemistas.
Pero también hemos visto que hay muchos otros que continúan viviendo su fe y siguen fieles a las prácticas religiosas, porque los motivos de su apartamiento fueron estrictamente, por decirlo de alguna manera, sociológicos (sociología de la convivencia), de coexistencia, de acatamiento a una autoridad inflexible, de quebranto en sus posibilidades formativas o creadoras, o de opción por una vida en pareja: su fe queda a salvo.
Me fijo ahora en aquellos que dan de lado las creencias anteriores porque han percibido la irracionalidad de las mismas y también su inconsistencia. Son éstos los que en verdad han conseguido liberarse de un pasado oscuro y claustrofóbico.
Y me pongo a elucubrar. Supongamos un sacerdote que ha ejercido su ministerio durante veinte años y en un momento determinado, “se convierte”. Más propiamente, se reconvierte.
Hay que suponer que se ha dado cuenta de que todo su ejercicio ha estado sustentado en ficciones creadas por mentes de tiempos muy alejados y sostenidas por gremios sacerdotales interesados en mantener el tinglado de la credulidad.
No es descabellado pensar que la chispa de todo el incendio se inició al ver las contradicciones entre lo que se predica y lo que se vive, no sólo en tiempos pasados sino en la vida de los demás e incluso en la suya propia.
La defección y luego la rebeldía no es algo que suceda de repente. Comienza por leves destellos de rechazo, de oposición mental o contractual a situaciones determinadas. Tiene que ser asaz duro tener que predicar el amor al prójimo, el desprendimiento de las cosas de este mundo, la humildad, la obediencia, la sencillez, la justicia, la pobreza, la castidad… cuando en el entorno más cercano, entre los mismos “hermanos”, resplandece lo contrario.
Ha visto también cómo entre los que ascendían en el escalafón, lo que resplandecía era ansia de mando o de promoción, el orgullo y la soberbia, el despotismo hacia los subordinados, la vanagloria que proporciona el cargo, el “pavonismo”, la preocupación por la buena vida, la búsqueda de relaciones sociales de alto “standing”… siempre con manifestaciones de la más honda humildad.
Los choques con el obispo o con el superior de su provincia han sido muchas veces principio de frustración, caída en la depresión o neurosis de cualquier tipo.
Es en el propio yo donde la tormenta bulle y ruge, cuando una chispa de reflexión conlleva una primera duda “existencial”, que incide en la vacilación sobre el conocimiento, la conciencia y el apego emocional a las ideas y vida hasta ahora llevadas.
Es después cuando nuestro personaje estudia a fondo la Historia de la Iglesia; estudia los contenidos de otras religiones y compara creencias propias y ajenas; somete a juicio propio conductas y principios; y percibe por sí mismo los enormes intereses creados alrededor de la fe.
Su conclusión no puede ser otra: teóricamente, debería alejarse de ese antro de credulidades aprovechadas. Pero es entonces cuando se da de bruces con otro muro, el después qué.
Cualquiera puede imaginar el trauma que supone para una persona de edad madura verse obligada a abandonar el hábitat vital, el “modus vivendi”, el plato comunitario garantizado, el puesto de trabajo asegurado… todo por seguir convicciones más profundas.
¿Ayuda de la familia? Tiempo ha que se alejó de ella, “por necesidades del servicio” o porque apenas si quedan miembros en quienes refugiarse o acudir en busca de ayuda. ¿El puesto de trabajo? En la vida civil no tiene cabida su anterior profesión. ¿Un descenso de categoría laboral? Posiblemente.
Lo dicho: el trauma de los meses anteriores a la exclaustración, consecuente a unas ideas, sólo el interesado lo conoce.