Los hechos y las interpretaciones: el pasado un paraíso; el presente un revoltijo.
Está visto que la ironía, la parodia y en general el humor referido a las creencias, sus creencias, no sienta nada bien a los dogmáticos.
| Pablo Heras Alonso
A unos más y a otros menos, dependiendo del lugar donde uno suscite sus iras: recordemos Charlie Hebdo, Kampala 2021; Manchester, Londres o Barcelona en 2017... Lo he probado con diferentes temas: el ombligo de Dios, el Dios colérico del A.T., el culto al santo estómago de Jesús, Lourdes para la afección de riñón de San Rouco Varela, etc. ¡Qué mal les sentó! Es cuestión de grados, pero ni más ni menos que a los islamistas las caricaturas de Mahoma.
Si estuvieran más seguros de aquello que creen, se reirían de sus detractores. Sólo aquel que tiene los cimientos de arena teme el más mínimo goteo que cae de su propio tejado.
Compruebo, por otra parte, que sí, tienen sentido del humor… pero contra quienes no piensan como ellos. Sólo hacen bromas, y entre sí las ríen, contra los increyentes, ateos y pervertidos similares. Es su manera de reproducir la crucifixión en los demás, pensando que así defienden a su crucificado.
A quien acceda aquí por libre, le sugiero que pasee sus incrédulos ojos por los comentarios vertidos en los días o meses anteriores para constatarlo.
Por eso, nos vamos a volver serios y más mordaces que de costumbre para decir, repetir y pregonar a voz en grito que todo cuanto creen es un cuento y que no debieran exhibir esos espantajos en el gran teatro de nuestros siglos.
Y aunque se alcen corazas y empalizadas de credulidad, preciso será atacar una y otra vez esos baluartes dogmáticos donde viven enquistados los mayores absurdos que ha parido la imaginación humana. ¡Y todo ello para librarse de sus propios miedos! Podríamos hablar de una labor social profiláctica, pero también nos anima un aliento pedagógico, el que alguien pueda caer en la cuenta de que sustenta irracionalidades de las que puede desprenderse sin que por ello sufra su psiquismo lo más mínimo; más aún, de que puede recobrarse a sí mismo y enriquecerse con otros veneros más productivos para su personalidad.
Hincar el diente en las creencias y dogmas del “pueblo elegido”, el pueblo judío, y su Testamento es hacerlo también en las tres religiones monoteístas que acaparan la credulidad mundial, que no en vano son herederas, las tres, de la tradición escrita surgida de un supuesto éxodo o de un pacto con un pastor. Los credos introducidos por aquellos vagabundos casi siempre asesinos, han impregnado las creencias de millones de personas y han llegado hasta nosotros con ese tinte irracional impropio de culturas desarrolladas que han salido de la noche de la ignorancia y la miseria.
Todo está teñido de irracionalismo y fanatismo, típico de fundamentalistas (1) que no han sabido evolucionar. “Vana es nuestra fe si no nos mostramos fundamentalistas”, parece ser su lema. Para descanso y seguridad de los más acendrados creyentes, ahí tienen esas órdenes, congregaciones o sectas surgidas en el seno de la Iglesia de nuestros días que vuelven a los orígenes (los orígenes, es un decir, porque se quedan a medio camino, en Trento sin llegar a Corinto, presuponiendo cómo fueran los tales).
- (1) Para saber bien a qué nos referimos al hablar de “fundamentalismo” bastaría con mirar a nuestro alrededor cercano, el surgente “estado islámico” aunque también se da en el cristianismo, especialmente en sectas protestantes. Propugnan y defienden la interpretación literal de sus textos sagrados --textos fundacionales, textos que son el fundamento— frente a cualquier interpretación o estudio contextual (crítica literaria, arqueología, análisis histórico, análisis comparativo, etc.). Consecuentes con tal defensa, aplican esas doctrinas a la vida. La práctica diaria ha de estar imbuida por el credo que les sustenta. El “Libro” es la autoridad máxima (los musulmanes en su vida civil y política, los cristianos en su diario acontecer). Frente a él, frente al Libro, no existe ninguna autoridad. Es lo que decía Pablo de Tarso, defendiendo la autoridad de Dios frente a la de los hombres; es la secular disputa entre papas y emperadores. Como es lógico, ninguna autoridad democrática puede ceder ante tales pretensiones.
Hablamos de religiones llamadas “del libro”, religiones que parten de un padre común, Abraham. Cada una con su propio vademécum, sea el Talmud, el Nuevo Testamento (y Antiguo cuando se tercia) y El Corán. Esa su creencia en tales libros “al pie de la letra” como inspirados por Dios, es propia y típica de fundamentalistas. Deliran, sufren alucinaciones y trastornos megalomaníacos al pretender que todos se sumen a su extravío mental.
Hablan de exégesis bíblica como buscando el fundamento del espejismo que sufren. Ni siquiera huelen el rigor de una verdadera exégesis de la Biblia. Sus supuestas exégesis, tan variadas como sus deseos, son puras interpretaciones “de parte” que sólo les sirven a ellos, acomodadas a un pensamiento predeterminado. Una exégesis profunda lo único que demuestra y confirma es la falsedad de sus credos. O al menos poner en su sitio leyendas y mitos.
Fundan su pretendida ciencia exegética en referentes reales en los que ensartan dichos mitos. Pasar por unas tierras conocidas, conquistar una ciudades tiempo ha asentadas, extender la vista por valles y collados, recordar tradiciones referidas a hechos reales, generalmente guerras… parece que les da derecho a crear dioses que les prometen todo lo que ven. Nadie niega la existencia de Ur de Caldea, Ugarit, Tell-el-Amarna, el estanque de Betesda... ahí están sus ruinas excavadas.
Pero la interpretación “a lo divino” de determinadas migraciones desde Ur, pasando por Canán y el Neguev a Egipto, guiados por su dios, es pura fabulación: no hay ningún Dios-Yahvé prometiendo tierras, riquezas y descendencia.