La investigación histórica sobre Jesús (y 4)
| JUAN CURRAIS PORRÚA
El nombre de cristianos (christianoí), que aparece por primera vez en Antioquía de Siria (Hch 11, 26), significa “los mesiánicos”, es decir, los discípulos que creían que Jesús era el mesías de Israel. Probablemente, dicho nombre fue aplicado por sus oponentes, en sustitución del nombre primigenio de “secta de los nazarenos” o seguidores de Jesús nazareno/nazoreo. El vocablo cristianismo tiene un origen posterior y consta por vez primera en Ignacio de Antioquía.
Por “Jesús de la historia”, a diferencia del “Cristo de la fe”, entienden los investigadores la reconstrucción verosímil y plausible de la figura de Jesús de Nazaret, siguiendo la metodología crítica de la moderna ciencia histórica.
Por el contrario, la expresión “Cristo de la fe” se refiere a la visión religiosa o teológica tradicional, que adopta el punto de vista dogmático de la fe cristiana, partiendo de los escritos del Nuevo Testamento.
Esta importante distinción, que pasa desapercibida para una gran parte del público, incluso con buena formación académica, constituye el abc de cualquier aproximación histórica al estudio del profeta de Nazaret.
El investigador católico John Paul Meier, en la Introducción a su obra magna en varios volúmenes, e inconclusa por su fallecimiento (5), diferencia entre el Jesús de la historia y el Jesús real: “El Jesús histórico no es el Jesús real. El Jesús real no es el Jesús histórico”.
Según él, la ciencia sólo puede acceder al Jesús histórico, pero no al real: “No podemos conocer al Jesús real mediante la investigación histórica, ni su realidad total, ni siquiera un retrato biográfico razonablemente completo. Sí podemos conocer, en cambio, al Jesús histórico”.
Pero esto podría aplicarse igualmente a otros grandes personajes de la historia. En apoyo de su tesis cita Meier a Tomás de Aquino, quien diferenciaba entre lo que conocemos de forma autónoma por la razón y lo que creemos por fe. Pero por Jesús real suelen entender los biblistas confesionales, de forma más o menos implícita, la figura enigmática e incomparable de Jesucristo, envuelta en un halo de misterio y en una zona de penumbra, inescrutable desde la racionalidad científica, pero accesible a la vivencia subjetiva de la fe cristiana.
Conviene delimitar aquí y clarificar la diferencia epistemológica y metodológica entre hacer ciencia y hacer teología, diferenciando claramente dos perspectivas muy distintas: la primera fundada en la razón natural y la segunda fundada en la fe, que tiene origen sobrenatural de acuerdo con el catecismo.
Según el filósofo de la ciencia Karl Raimund Popper, ningún enunciado teológico es científico puesto que no es refutable por pruebas empíricas. La falsabilidad es, afirma este filósofo, el criterio de demarcación entre ciencia y pseudociencia, pero los enunciados teológicos no son verificables ni tampoco falsables.
Igualmente, el filósofo Mario Bunge incluye la teología entre las pseudociencias, definidas como sistemas de creencias, que no se atienen a los procedimientos de la investigación científica. Borges consideraba que la teología pertenece al género de la literatura fantástica.
Por su parte, Alfred Loisy, desde un enfoque independiente, afirmaba que el razonamiento del historiador no es dogmático ni infalible, sino crítico, pues sus hipótesis son siempre revisables y perfectibles. En sus polémicas con la jerarquía sostenía que sus escritos no eran dogmáticos y se mostraba dispuesto a corregirlos, pero la jerarquía suponía, de forma falaz, que los dogmas se fundamentan en la historia. El desencuentro se hizo inevitable, pues las dos partes hablaban idiomas distintos, Loisy el lenguaje de la historia y la jerarquía el lenguaje de la teología dogmática.
De este enfoque epistemológico, se deduce que ninguna investigación histórica puede tomar como premisas los dogmas de fe. Sin embargo, entre los innumerables escritos sobre Jesús publicados por estudiosos confesionales, una gran mayoría mezcla de forma “híbrida” los dos aspectos, haciendo abstracción de dicho criterio de demarcación, comúnmente aceptado en la epistemología científica contemporánea.
Muchas de esas obras afirman ser históricas, pero resultan ser criptoteológicas, pues, o bien no renuncian a las premisas confesionales o están, consciente o inconscientemente, al servicio de la fe. Pero es evidente que la ciencia histórica es un saber autónomo y que no es su función ponerse al servicio de la teología.
En las últimas décadas del s. XX, especialmente desde 1980, la investigación sobre el Jesús histórico tuvo un enorme desarrollo, con una proliferación de nuevas obras e interpretaciones sobre el predicador galileo. Esta temática la trataremos en otra ocasión.
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- (5) Meier, John P. (1997-2003), Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico, Ed. Verbo Divino.