Los jóvenes ante los credos.

Pregunta de cualquier joven a quien la religión le pilla lejos de sus inquietudes  o de cualquiera que haya traspasado el límite de la credulidad y esté de vuelta de ilusiones espirituales juveniles: “¿Qué pinta Dios en la vida de los jóvenes”? Poco, por no decir nada sería su primera respuesta.

La segunda sería la del joven pletórico de ilusión, ansioso por cambiar la sociedad y para quien Jesucristo es el foco que irradia la luz sobre las tinieblas de este mundo:

 “Si me pregunto quién es Dios para mí, diría que es mi origen, mi principio, la causa de mi existencia, el manantial donde brota mi ser, la raíz que me sostiene y me alimenta. Si Él me preguntara: ¿Quién soy yo para ti? Le contestaría: ¡Señor, tú eres mi Dios! ¿Soy algo yo ante ti?

Ambos interrogantes, el del desencantado de los credos y el del pletórico de fe, son objeto de reflexión para la Iglesia y lo lleva siendo desde varias décadas atrás. Por una parte el porqué de la ínfima estima que la juventud tiene sobre la Organización Eclesial; el desconocimiento de lo que hay que creer para salvarse; la razón de que no tengan sed de salvación ni sepan de qué tienen que salvarse ni concedan virtualidad alguna al amparo que aporta el credo católico.

Por la otra, cómo estimular a los jóvenes creyentes para que su testimonio resuene más en la sociedad, cómo conservar, espolear y aumentar el nivel de compromiso que esa juventud ‘sana’ manifiesta y cómo hacer que esa ilusión espiritual se traduzca en actos.   

Antes de entrar en otros aspectos relacionados con los números, uno se encuentra con terminologías ambiguas o que son de todo punto inaceptables, es decir, cómo poner nombre a unos y a otros sin descalificar a ninguno. Y eso sin entrar en valoraciones de fondo sino buscando algo tan aséptico como es la nomenclatura y, posteriormente, la estadística.

Dado que creen y están convencidos de que dicho mundo es el real, el deseable y el deseado, el bueno y el conveniente, los creyentes todo lo refieren a su mundo, al conglomerado dogmático, emocional y ritual de la creencia. Y las denominaciones o auto calificaciones que se arrogan vienen a indicar que ellos representan lo deseable, lo ideal, lo admirable y lo conformador de la mejor de las sociedades

Pero los creyentes no se ponen en el punto de vista de los otros, cuya denominación todavía no se ha generalizado. Y en esta confrontación dialéctica,  “estos otros” comienzan a ver a los creyentes como crédulos, meapilas, pazguatos, píos, santurrones, mojigatos, beatorros...  Y, a la postre, sienten compasión por aquellos que se ven obligados a acudir una y otra vez a deidades que les solucionan sus problemas, generalmente psicológicos.

Ha sucedido en numerosas ocasiones que la verdad  se ha encontrado en una sola persona frente a un millón. Así ha sido en cuestiones científicas e incluso políticas. Pero cuando esa verdad –la que contienen los credos— está en la picota, es discutible y a veces se rechaza... y además es seguida por una minoría, la cuestión de los nombres cobra una importancia que debe ser tenida en cuenta. Y es aquí donde entra en juego, también, la estadística.

Si, como dicen las encuestas, los jóvenes practicantes SÓLO son (2014) un 9,3 % del total, cuyo porcentaje ha bajado en los últimos decenios del 18% al 9,3 %, ¿no indica esto algo? Dirán que ese 9,3 % forma el “resto de Israel”, son “los elegidos” e ingenuidades por el estilo, pero no deja de ser para ellos, claro está, preocupante. En unas generaciones, en España la religión católica tendrá una presencia testimonial, residual, ínfima o desaparecida en muchos ámbitos sociales.

¿Quién está en el punto de vista correcto? Veamos el asunto desde otro punto de vista. Respondía yo hace ya tiempo a un contertulio del blog poniendo este ejemplo o parecido:

  • ü Hay personas que confían su vida y su pensamiento en “Maelis”, que sacan energía y vitalidad de sus enseñanzas, que celebran fiestas en su honor... Y arremeten despiadadamente contra quienes niegan la existencia del benéfico “Maelis”. Les denominan despectivamente “amelises”.
  • ü Éstos por su parte se defienden atacando. Y esgrimen argumentos en contra de tal personaje y se alzan contra todo lo relacionado con él.
  • ü A la vera de ambos, que viven enzarzados entre sí en discusiones sin fin, caminan todos aquellos que ni saben nada de “Maelis”, ni se han preocupado por conocerlo, ni tienen problema alguno con su existencia o no existencia porque saben y están convencidos de que el tal “Maelis” no existe ni tiene virtualidades curativas ni dispone de nuestras vidas. Es una palabra inventada. Y no se crean mayores problemas con ello.   

Es lo que sucede con la religión: quienes creen en Dios, todo lo remiten a él y a todos los califican según él. Pero en este caso, la gran masa de jóvenes, no tienen interés alguno por conocer lo que no les afecta. Es como el profesor de Ciencias Naturales al que no le seduce conocer los problemas armónicos de una secuencia dodecafónica. ¿Se le puede calificar de “anti musical”?

Digamos, pues, que hay tres clases de grupos sociales: los que creen en Dios Padre Todopoderoso Creador de Cielo y Tierra, que se podrían denominar teístas; los que se enfrentan a tales creencias absurdas y sin fundamento, a quienes denominan ateos o agnósticos y los otros, los que “pasan” de todo eso.

¿Se les puede llamar a éstos “ateos” o “incrédulos”? En justicia no, porque ni entran ni salen, porque no saben o no contestan, porque pasan de largo ante tales preocupaciones, porque son indiferentes. Clasificar a la juventud de creyente o no creyente o dividir la sociedad en dos bandos es, pues, simplista si no se tiene en cuenta ese tercer grupo que hemos señalado.

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