¿En contra o al margen? ¿Descristianización o separación? – 10
Ser liberal, hoy.
| Pablo HERAS ALONSO
Ser liberal, hoy.
Está de flamante actualidad, dentro del ámbito político, la discusión, aceptación o rechazo, del liberalismo. El partido Cs se declara decididamente liberal; en el seno del PP hay corrientes que se definen como tales; locutores de radio de sobra conocidos se declaran liberales... Pero ¿lo son todos en el mismo sentido? ¿Y qué presupone ser liberal, especialmente en el asunto que aquí nos trae, la religión?
No creo que todavía se entienda liberalismo tal como León XIII o Pío XI lo definían. Véanse las encíclicas Libertas (1888) o Divini Redemptoris (1937). Presupongo que los nuevos misioneros liberales no estarán en la onda de los epígonos del siglo XIX, que parieron movimientos políticos y sociales que hicieron del siglo XX el más luctuoso y funesto de los siglos. Principalmente porque del liberalismo del siglo XIX nacieron los hijos bastardos socialismo y comunismo.
Sin embargo, algo queda. El liberalismo reafirma la libertad del hombre frente a cualquier tiranía. Entiéndase tiranía en el sentido más lato que se pueda pensar: desde la dictadura política hasta la penuria económica, también la imposición del pensamiento único, el que fija el líder. ¿Puede implicar esta libertad el rechazo de Dios? No en nuestros tiempos. Uno es libre de aceptar a Dios como horizonte de su vida, siempre que no sienta imposiciones de los que explican, y aplican, a Dios, que es de donde surge la tiranía religiosa.
Es cierto que en tiempos pasados esta libertad derivaba en un naturalismo militante, en un ateísmo práctico... Hoy se puede decir que es una liberación de las imposiciones que las distintas Iglesias ejercen, en simbiosis de aprovechamiento mutuo con los poderes políticos: ritos, prácticas, dogmas, misterios, ortodoxias, ceremonias, pompas, servicios, etiquetas... Esto es lo que el mundo nuestro rechaza.
Y no digamos ya libertad frente a los derivados espurios del liberalismo decimonónico, el partido único, la raza, el jefe carismático, el dictador siniestro y similares engendros. Todos ellos con nombre propio: comunismo, socialismo radical, nazismo, dictadura militar, dictadura dinástica (como Arabia Saudí o Corea del Norte).
En todos esos regímenes, aunque Dios suela estar en su boca y asistan a ceremonias religiosas, el soberano, el líder, el guía está por encima de Dios, discrimina sobre la bondad o la maldad sin necesitar pauta alguna para ejercer el poder, ni siquiera lo que entendemos por moral natural.
Como es lógico entender, ser liberal es rechazar todas esas lacras políticas, porque en ninguna de ellas existe verdadera libertad. Pero sin que eso presuponga aceptación del pensamiento secular de la Iglesia, expresado en las variadas Encíclicas que hemos citado en artículos anteriores. Y no es que surja una contra-Iglesia, es que el hombre de nuestros días cree que puede llevar una vida honrada, digna, intachable y honesta sin presuponer a Dios, sin la guía de Evangelio alguno, sin rezar y pedir ayuda a fuerzas celestiales, vírgenes de todo tipo o Cristo siempre clavado en la cruz.
Fijémonos en el punto 3º del Syllabus, publicado por San Pío X, pero citado en sentido contrario al que apareció en 1864. El Syllabus condena esta afirmación:
La razón humana es el único juez de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal, con absoluta independencia de Dios; es la ley de sí misma, y le bastan sus solas fuerzas naturales para procurar el bien de los hombres y de los pueblos.
Nada de esto es condenable ni sería rechazado hoy por una mente liberal: para distinguir lo verdadero de lo falso, respecto a moral, sobre todo, no hace falta tener en cuenta a Dios o, en todo caso, lo que las distintas confesiones dicen que es Dios.
El hombre, por medio de Declaraciones Universales, de Códigos y Leyes, de Constituciones, de Cartas Fundacionales... ha sido capaz de definir y, sobre todo, prescribir lo que está bien y lo que está mal. Por supuesto no en el ámbito de regímenes dictatoriales. Y respecto a sus solas fuerzas, habría que precisar qué sobrentiende el Syllabus: ¿la gracia? ¿los sacramentos? ¿la oración?
¿Necesita eso el hombre para obrar bien y considerarse bueno? Precisamente es el soporte de las leyes que rigen la sociedad lo que da fuerzas a la persona liberal. Y respecto a la conducta individual, la misma conciencia rige a unos y a otros, creyentes o no. La mayor parte de la gente tiene en mente lo que le dicta su conciencia, los usos sociales, la conducta de sus convecinos, su propia reflexión, etc.