¿En contra o al margen? ¿Descristianización o separación? – 11
No se cebe en exceso la creencia en el liberalismo. La creencia, dentro de sistemas liberales, debe hacer mucha más autocrítica.
| Pablo HERAS ALONSO
Cualquier persona mínimamente inteligente es capaz de diferenciar una doctrina de sus epígonos perversos. Se suele afirmar que el comunismo, el socialismo o el nazismo son hijos “necesarios” del liberalismo, por lo tanto, el liberalismo es perverso desde sus principios hasta sus conclusiones. Y los crédulos que tal dicen, se reafirman en sus aserciones diciendo que todos ellos niegan a Dios, que proclaman al hombre como dueño y señor de su vida, de la sociedad y hasta del universo entero.
Falso de todo punto. Lo mismo que se dice todo eso del, por ejemplo, comunismo, podrían decir que hay sistemas políticos liberales que no tienen empacho alguno en proclamarse cristianos. Evidentemente que hay movimientos que erigen al jefe, al líder, al “conducator” como si de un dios se tratara. Pero, por la misma razón, convocatorias multitudinarias hemos visto en tiempos de JP II y en Madrid, en que Su Santidad era aclamado como si de otro dios se tratara, sin diferencia alguna en los modos y manifestaciones con Kim Jong-un.
Los creyentes parten de un principio indiscutible (les va en ello la esencia de su existencia): Dios es, Dios ha hablado, Dios ha escogido a su Iglesia, Dios rige el mundo; sin Dios nada puede ser cierto, sin Dios la vida individual y social quiebra, sin Dios no hay alimento para el alma, sin Dios no tiene sentido el vivir. Todo esto y de cien mil maneras distintas lo han venido recitando desde que el hombre ha creído en Dios.
Pero no se dan cuenta de que el hombre se ha descubierto a sí mismo; el hombre ha tomado conciencia de su propia valía; el hombre ha tomado como guía su propia razón, y también su voluntad y sus sentimientos. No es que haya negado a Dios, es que ha visto que el mundo se puede organizar de otra manera según criterios acordes con el hombre. Y se puede organizar mejor, a la medida del hombre. ¿Sí, que ha tardado mucho en conseguirlo y que todavía no lo ha encontrado? Aunque comparar, como decía Santa Teresa en sus Avisos, es cosa odiosa, aquí y como argumento “de facto”, podríamos comparar los tres modos de organizarse la sociedad hoy día.
La degeneración del liberalismo, el comunismo, ha colonizado grandes regiones de nuestro mundo: millones de muertos; hambre y miseria; guerras; influencia nefasta sobre países depauperados... ¿es éste un sistema deseable? Las mismas sandalias de sus ciudadanos lo dicen. Es cierto que la pobreza, la miseria y el hambre se agarran a un clavo ardiendo con tal de escapar de tal situación. Y de ahí la aceptación del mensaje comunista... hasta que el descanso lo encuentran en las fosas comunes.
En el polo opuesto, ahí están los países que mantienen a Dios como guía y referencia en sus constituciones, cuando éstas existen (Dios, se llame como se llame, en el caso más extremo, Alá): en verdad, ¿puede defender, un español que tenga una vida desahogada, que tenga conocimiento de los regímenes teocráticos, aunque sea somero, tales sistemas políticos? Cierto que un ciudadano catarí, árabe o iraní puede vivir bien, incluso muy bien, pero ¿realmente un ciudadano inglés, noruego, luxemburgués o español desearía vivir en tales países y trocar sus sistemas políticos por lo que dicte Dios? Lo dudo mucho, sobre todo pensando en la educación de sus hijos o en la libertad de sus mujeres.
Tan denigrantes del individuo son el comunismo como las teocracias.
¿Estamos defendiendo los regímenes sedicentemente liberales? Pues, sinceramente, no. Y no, porque la mayor parte de ellos no han llegado al ideal que muchas de sus Constituciones reconocen. El hombre no ha encontrado todavía la forma ideal de gobernarse: es cierto que predominan el poder, el dinero, los bancos, las multinacionales, la propaganda, los medios de comunicación, la corrupción... Pero también es cierto que todas esas lacras repugnan, salen a la luz, son aireadas y con frecuencia juzgadas.
Días llegarán en que las naciones encuentren la forma ideal de gobernarse, si antes no sobreviene el tiempo elongado o momento puntual en que la especie humana desaparezca, como desaparecieron los diplodocus y los mamuts. Pero ésta ya es otra historia que nos llevaría a pensar a dónde emigraría Dios. ¿Alguien ha pensado en que, desaparecida la especie humana, desaparecería Dios? Desde luego, el camino que ha iniciado en el siglo XX, hacia ese momento lleva.