Trescientos años investigando a Jesucristo.

Un epítome a los cuatro artículos de D. Juan Currais de días pasados y como contestación a algún comentarista atrevido. 

Dos afirmaciones que nadie tendrá sonrojo intelectual en contradecir: hablar o investigar sobre Jesús importa tanto a los creyentes, porque fían su vida en su doctrina y en su persona, como a los así llamados no creyentes [1], porque Occidente ha sido conformado por la religión que en él se sustenta.

Por lo tanto, no vengan los gurús y fanáticos de Cristo a decir de quienes escriben sobre él, que si niegan su divinidad y su doctrina, que si no admiten la doble condición de Jesucristo, dios y hombre y algún que otro et cétera, mejor será que dejen en paz a los que sí creen en él y fían su vida en su mensaje de paz y amor.  

Es de suponer que admitirán la respuesta: investigar sobre Jesús no es denigrarlo. ¿Cómo no investigar y tratar de poner en claro la realidad de tal personaje, Jesús y Cristo a la vez, si han sido precisamente sus seguidores, los cristianos, los que han dado forma a medio mundo según la imagen y semejanza legada y pretendida por ellos?

Con mayor rigor, más que a ellos importaa estos otros saber quién fue el tal Jesús que luego derivó en Jesucristo. Y precisamente importa porque poniendo en claro lo que se está descubriendo, su realidad, pero también el engaño, la fabulación, lo espurio de tal personaje, puede este “medio mundo” tomar otros rumbos y conformar una idiosincrasia política y social independiente de la creencia.

Es lo que está sucediendo. Frente a siglos de pensamiento único impuesto y forzado, al fin ha sido posible esparcir al viento ideas que chocaban frontalmente con la credulidad. Aunque desde los inicios del cristianismo ya hubo quienes intentaron ponerla en su sitio –los famosos heterodoxos de don Marcelino- son ya más de trescientos años de intentar poner en claro los subterfugios de que la Organización Crédula se valió durante los mil setecientos anteriores, para gozar de prevalencia.

Merced a ello, ya de hecho está sucediendo que el mundo civilizado que en otro tiempo fue cristiano, se ha despegado en cuanto a cultura, ideas, valores y principios de lo que fue el cristianismo. Eso sí, manteniendo aquello que, por humano y por aprovechable, dejó como herencia, que no es poco.

No se nos tache de talibanes o fanáticos, negando el pan y la sal a quienes de buena fe sostienen una doctrina que “a ellos les sirve para ser mejores”. El legado del cristianismo es inabarcable, monumental, inmenso, del cual todos los países con legado cristiano se sienten orgullosos de poseerlo y admirarlo.

No es ese el asunto que se dirime, porque cosa bien distinta es lo que pretende la investigación sobre Jesús, la búsqueda de la verdad sobre su figura por la razón esgrimida al principio, a sabiendas de que en modo alguno concuerda lo que se descubre con lo que sostienen... y les sostiene. 

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[1] No encuentro denominación positiva para aquellos que se enfrentan a la credulidad: aquí hemos hablado de “personas normales”, “razonantes” y similares, pero no hay término positivo frente a “creyente”.

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