“CISMÁTICOS” POR LA GRACIA DE DIOS
En los tiempos tan azarosos en los que vivimos es indispensable y urgente, ya desde el principio, puntualizar que mi referencia a los cismas se centra fundamentalmente en relación con lo religioso, y particularmente con los relacionados con la Iglesia.
. En latín, y antes en griego clásico, “cisma” significa “raja o desgarrón“, interpretado el término en el Nuevo Testamento como “una separación por causas de enseñanzas distintas a las establecidas”. De hecho, el apóstol san Pablo emplea la palabra en sentido moral para designar las “divergencias de opinión, o de tendencias que ponen en peligro la concordia y unidad de la Iglesia en un lugar determinado”
. El Catecismo de la Iglesia Católica explica que “de hecho en esta, única y verdadera Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el Apóstol reprueba severamente condenándolas; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias, y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia Católica, y a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes”, con la aportación oportuna de la cita patrística de Orígenes de que “donde hay pecado, allí hay desunión, cismas, herejías y discusiones. Pero donde hay virtud, allí hay unión, de donde resulta que todos los creyentes tienen un solo corazón y una sola alma”
. Esto no obstante, con autoridad pontificia se asegura que “los que nacen hoy de las comunidades surgidas de tales rupturas y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación, y la Iglesia Católica los abraza con respeto t amor fraternos…, justificados por la fe en el bautismo se han incorporado a Cristo y son reconocidos como hermanos en el Señor”. El mismo santo Tomás de Aquino, colocaría el “cisma” entre los “pecados de la caridad”, haciendo notar que “él puede verificarse no solo en grupos enteros de personas, sino también en los fieles en particular”.
. El recuerdo de los grandes cismas históricos como los llamados Oriental, de Occidente, Anglicano, Protestante y otros, con sus respectivas bulas sagradas de excomuniones mutuas, y sangrientas guerras de religión, rubricadas todas ellas “en el nombre de Dios”, desplazó la responsabilidad tanto colectiva como personal, de otros cismas tanto o más graves que hoy se registran y padecen dentro de la propia Iglesia Católica, con consecuencias ciertamente desoladoras e inquietantes.
. Sí, hoy en la Iglesia se viven no solo episodios, sino situaciones realmente cismáticas, tanto en las esferas de las disquisiciones teológicas y canónicas como en las del ejercicio de la caridad, que es precisamente donde y como se prueba y comparte la fe, como signo y sacramento de la Comunión. Dentro de la Iglesia Católica, por poner un ejemplo, grupos, movimientos que se intitulan cristianos, aún en estamentos jerárquicos, viven más desconocidos y alejados entre sí, que con los adscritos a otras Iglesias, religiones y hasta con los que se manifiestan agnósticos y ateos.
. Miembros de las mismas Conferencias Episcopales, sacerdotes y “fieles” que confiesan compartir la misma fe e idéntica esperanza, cada uno de ellos, por su cuenta y riesgo, y aún al amparo del Derecho Canónico, “van a lo suyo” en la Iglesia, sin más conexión que la que les proporcionan los ritos, cada día menos apreciados y menos frecuentes.
. La concepción y praxis que de la Iglesia tienen unos y otros, difiere tanto de la predicada y vivida por Cristo, tal y como lo testimonian los santos evangelios, que cualquier parecido con la realidad puede ser catalogado como raro e inconsistente. Hay organizaciones que inspiran y practican obras sociales, sin ninguna, o con muy escasa connotación religiosa, que solo la caridad que antes acaparaban los cristianos, es su motivación, norma y reglamento.
. El número de obispos “cismáticos” en relación con el Papa Francisco, no decrece, o al menos cada día se hace más patente su presencia en los medios de comunicación “extra” o “intra” eclesiásticos. Lo mismo acontece con no pocos movimientos “espirituales” acaparadores y “dispensadores” de la gracia de la “salvación.”
. Consuela descubrir que en la historia de la Iglesia, y en los capítulos dedicados a los cismas, el paso del tiempo, la gracia de Dios y la profundización en la verdad revelada, a no pocos excomulgados, y aún martirizados por la Iglesia oficial, esta llegó un día a reconocer como santos o colocó en vías de canonización. Reconforta comprobar que en la actualidad el Papa Francisco, “humilde y bueno por antonomasia”, sea catalogado por algunos como “cismático supremo”.
. En latín, y antes en griego clásico, “cisma” significa “raja o desgarrón“, interpretado el término en el Nuevo Testamento como “una separación por causas de enseñanzas distintas a las establecidas”. De hecho, el apóstol san Pablo emplea la palabra en sentido moral para designar las “divergencias de opinión, o de tendencias que ponen en peligro la concordia y unidad de la Iglesia en un lugar determinado”
. El Catecismo de la Iglesia Católica explica que “de hecho en esta, única y verdadera Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el Apóstol reprueba severamente condenándolas; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias, y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia Católica, y a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes”, con la aportación oportuna de la cita patrística de Orígenes de que “donde hay pecado, allí hay desunión, cismas, herejías y discusiones. Pero donde hay virtud, allí hay unión, de donde resulta que todos los creyentes tienen un solo corazón y una sola alma”
. Esto no obstante, con autoridad pontificia se asegura que “los que nacen hoy de las comunidades surgidas de tales rupturas y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación, y la Iglesia Católica los abraza con respeto t amor fraternos…, justificados por la fe en el bautismo se han incorporado a Cristo y son reconocidos como hermanos en el Señor”. El mismo santo Tomás de Aquino, colocaría el “cisma” entre los “pecados de la caridad”, haciendo notar que “él puede verificarse no solo en grupos enteros de personas, sino también en los fieles en particular”.
. El recuerdo de los grandes cismas históricos como los llamados Oriental, de Occidente, Anglicano, Protestante y otros, con sus respectivas bulas sagradas de excomuniones mutuas, y sangrientas guerras de religión, rubricadas todas ellas “en el nombre de Dios”, desplazó la responsabilidad tanto colectiva como personal, de otros cismas tanto o más graves que hoy se registran y padecen dentro de la propia Iglesia Católica, con consecuencias ciertamente desoladoras e inquietantes.
. Sí, hoy en la Iglesia se viven no solo episodios, sino situaciones realmente cismáticas, tanto en las esferas de las disquisiciones teológicas y canónicas como en las del ejercicio de la caridad, que es precisamente donde y como se prueba y comparte la fe, como signo y sacramento de la Comunión. Dentro de la Iglesia Católica, por poner un ejemplo, grupos, movimientos que se intitulan cristianos, aún en estamentos jerárquicos, viven más desconocidos y alejados entre sí, que con los adscritos a otras Iglesias, religiones y hasta con los que se manifiestan agnósticos y ateos.
. Miembros de las mismas Conferencias Episcopales, sacerdotes y “fieles” que confiesan compartir la misma fe e idéntica esperanza, cada uno de ellos, por su cuenta y riesgo, y aún al amparo del Derecho Canónico, “van a lo suyo” en la Iglesia, sin más conexión que la que les proporcionan los ritos, cada día menos apreciados y menos frecuentes.
. La concepción y praxis que de la Iglesia tienen unos y otros, difiere tanto de la predicada y vivida por Cristo, tal y como lo testimonian los santos evangelios, que cualquier parecido con la realidad puede ser catalogado como raro e inconsistente. Hay organizaciones que inspiran y practican obras sociales, sin ninguna, o con muy escasa connotación religiosa, que solo la caridad que antes acaparaban los cristianos, es su motivación, norma y reglamento.
. El número de obispos “cismáticos” en relación con el Papa Francisco, no decrece, o al menos cada día se hace más patente su presencia en los medios de comunicación “extra” o “intra” eclesiásticos. Lo mismo acontece con no pocos movimientos “espirituales” acaparadores y “dispensadores” de la gracia de la “salvación.”
. Consuela descubrir que en la historia de la Iglesia, y en los capítulos dedicados a los cismas, el paso del tiempo, la gracia de Dios y la profundización en la verdad revelada, a no pocos excomulgados, y aún martirizados por la Iglesia oficial, esta llegó un día a reconocer como santos o colocó en vías de canonización. Reconforta comprobar que en la actualidad el Papa Francisco, “humilde y bueno por antonomasia”, sea catalogado por algunos como “cismático supremo”.