Desclericalización episcopal
En nuestro caso, sinónimos fieles del término “desclericalización” (“des”, prefijo que indica “negación”, y “clericalismo” o “influencia excesiva del clero”), pudieran ser admitidos los de “desdiosar”,”descender de cualquier altar del tipo y condición que sea” y el de “convertirse, ser y actuar como persona normal y corriente” en el ámbito en el que cada uno vive o debiera vivir.
Y el hecho es que en la Iglesia y sus alrededores, se encuentra tan acentuado el clericalismo, que resulta de urgente y preceptivo mandamiento de la ley humana y divina su total desaparición. Los obispos-arzobispos, sacerdotes, y aún no pocos laicos y “laicas”, pecan de clericalismo, aunque para unos y otros el verdadero, único y grave pecado mortal sea el anticlericalismo, en conformidad y coherencia con la doctrina de la que se han hecho, y se hacen eco, con toda clase de argumentos, los “profesionales” de la religión.
La Iglesia es, está y pretende seguir siendo y estando, lo más clericalizada posible. Le ayudan en esta tarea, determinadas y sesgadas interpretaciones teológicas, bíblicas y patrísticas, con lo que su catequesis es la que es, sin posibilidad de ser de otra manera, pese a los intentos de algunos, teniendo felizmente hoy a la cabeza al papa Francisco.
Está tan clericalizada la Iglesia, que hasta la mayoría de fieles e infieles les reserva a su jerarquía “por la gracia de Dios”, la exclusividad. el prestigio y el mérito de identificarse y presentarse como Iglesia, a la que laicos y “laicas” sirven en calidad de acólitos o de fieles devotos y sumisos, peones o sacristanes, empleados, y sin capacidad alguna de iniciativas y distintas responsabilidades a las que les puedan confiarles el término y la posición del “Amén, fervorosa, devota y sempiternamente repetido y vivido. .
La clericalización de la Iglesia es malo. Malo de verdad. Tan malo, que le usurpa sus funciones más importantes, con lo que hace dudar a cualquiera acerca de su fidelidad a lo que ella representa en el esquema salvador ideado y practicado por Jesús y sus seguidores, tal y como se narra en los evangelios.
Precisamente en la tan acentuada clericalización de la mayoría de sus miembros, y más en los correspondientes a sus estratos jerárquicos, es fácil y obvio descubrir las raíces y aún la esencia de la crisis de fe que define en la actualidad a la institución eclesiástica.
Hechos, acontecimientos, ideas y comportamientos clericales que saltan a los titulares de los medios de comunicación social, con escándalos y más sospechas para algunos, no tienen otra explicación que la del exacerbado y endémico clericalismo que padece su jerarquía, viviendo, y haciéndonos vivir, por demás “en el mejor y más feliz de los mundos”.
Tramas inmobiliarias, inmatriculaciones sin límites, negocios, tratos episcopales irregulares en relación con el personal laboral “ a sus órdenes”, es decir, a su servicio o al de sus obras, docentes –ellos y ellas- en colegios diocesanos o religiosos, relación con sus propios sacerdotes y de estos con sus feligreses y “feligresas”,marginación casi dogmática de la mujer por mujer,… claman y demandan con urgencia la remodelación de los clericalismos hasta hacerlos desaparecer de la teología, de la pastoral y de la “administración” de la “fábrica” de la Iglesia y de las iglesias…
Mención dolorosa especial requiere el tema encuadrado en tan amplios y nefastos espacios de la pederastia en su trágica variedad de versiones, silencios, prácticas y excusas. El clericalismo, y solo o fundamentalmente él, es elemento prioritario en la explicación de la mayoría de los casos ya aparecidos y juzgados, y por aparecer y llegar a serlo algún día, pese a silencios de compinches o consentidores
De tan lamentable situación son responsables en gran parte los obispos de las respectivas demarcaciones diocesanas y la CEE. así como los Superiores de Órdenes y Congregaciones Religiosas y quienes los seleccionaron para presidir puestos de responsabilidades eclesiásticos, cátedras y sedes. El Nuncio de SS. y sus asesores prestos e interesados en tantos casos, no tuvieron para nada en cuenta razones pastorales, sino otras de signo contrario, para convertir –consagrar- obispos a curas y frailes “episcopables”, tales como las rituales, ortodoxas a ultranza, docilidad incontestable y probada, manejo del báculo y de los cánones, mitras con sus fimbrias tan litúrgicas como vanidosas, “Nos” , y con reputación de ser alérgicos a las reformas del Vaticano II, encarnadas sobre todo en el papa Francisco.
A la episcopal como “casta” –“por la gracia de Dios”- le quedan pocas cuaresmas y menos cuarentenas. Conscientes de cómo, por qué y por quién, o quienes, fueron seleccionados para obispos determinados sacerdotes, con sus capisayos y los matices de sus colorines, resulta difícil asumir que no se hayan ya dado de baja no pocos de ellos, dejando sus mansiones palaciegas y seguir invocando para ello ser esa “la voluntad del Señor”, haciendo intervenir al Espíritu Santo en la operación- episodio de su carrerismo eclesiástico.
El clericalismo, o “poder divino”- detentado por unos, y conservado y consentido por más, contribuye a que la Iglesia esté como está y sean preferentemente las “víctimas” –“cristianos de a pié”- quienes en mayor proporción les obliguen a los “ministros de Dios”, poseedores de sus cargos, a su desaparición o profunda reforma. Este poder no tiene teología, o la que le es aplicada, carece de ética y de moral. La Iglesia, y más la jerárquica, huele demasiado a incienso, lo que, según “inhonestos” adoctrinamientos, es lo que lo justifica y sublima.
Y, puestos a desclericalizar todo, y a todos, ¿por qué no nos decidimos ya a “descanonizar” a algunos?