EXAMEN DE “SEMANA SANTA” – COVID-19
Someter a examen, y además de conciencia, cualquier acontecimiento vivido tanto personal como colectivamente en tiempos pasados, por recientes que sean, es deber propio de personas serias y conscientes. Examinarse a sí y a los demás y ellos y por ellos a nosotros mismos, es tarea que facilita el conocimiento propio y el ajeno, con el compromiso de efectuar cuantos propósitos de enmienda y esfuerzos se precisen para llevar a cabo las conclusiones deducidas, a no ser que no se hubiera pretendido otra cosa que rellenar un formulario ritual, con liturgias religiosas o con normas civiles.
La “Semana Santa “pasada, es referencia, próxima y cabal, de lo que somos, de lo que quisiéramos ser y de lo que posiblemente seremos. Basta y sobra con desandar los “pasos”, religiosos o no, para imbuirnos del sentido y contendido de cuanto ellos refieren, representan y adoctrinan.
Y, en términos generales y sin entrar en detalles, en la mayoría de los “semanasanteros”, de alguna manera protagonistas del “Covid-19”, tal y como estuvieron, y siguen estando, en las cosas, prevalecen, entre otras, preocupaciones como estas:
La “Semana Santa” y la pandemia fueron y por ahora, habrán de ir de la mano. El camino de una y otra es el mismo. Como lo es el destino. Lo son sus caminantes. Con sus mochilas o sin ellas, pero todos porteadores de impensables sorpresas y misterios y con la necesidad de que, a la vista de lo conseguido y por conseguir, con las limitaciones previstas, se avive la esperanza de que la solución verdadera está a mayor altura de la que temporal, política y económicamente se ofrecen y, hoy por hoy, puedan ofrecerse.
“Semana Santa,” y pandemia iniciaron un camino y se forjaron un proyecto de vida, una de cuyas calificaciones es nada menos que la de la indisolubilidad , dentro de lo que pueda exigir y proporcionar la naturaleza humana.
Mientras que para algunos cristianos los recortes piadosos y litúrgicos que han cercenado sus ritos, procesiones y santas costumbres propias de la “Semana Mayor”, han desacralizado sus días, para otros igualmente cristianos, y devotos, la fórmula de la “Semana Santa” como la anterior, al dictado de normas cívicas legales, resultó ser tanto o más santa que la tradicional de toda la vida. Y es que la liturgia -esta liturgia- y su expresión “religiosa”, está ya más que cuestionada y tal circunstancia se percibe en el momento o situación no previsto que se nos haga presente, desde cualquiera de sus perspectivas y valoraciones. La “Semana Santa” actual, y menos con coronavirus, no es repuesta a los tiempos que vivimos, como cristianos, adultos en la fe, medianamente instruidos y aún “doctorandos” en Ciencias Sagradas.
A la “Semana Santa” le sobran ritos. Y ornamentos que se dicen “sagrados”. Y tantos obispos “auxiliares” que pudieran presidir las de pueblos rurales. Les sobran ceremonias e incensarios. Todos los protagonistas de las “Semanas “Santas” son, hasta ahora, hombres varones. A las mujeres se las convoca para encomendarles “acolitear” en raras y extrañas ocasiones y, con mantillas o sin ellas, exornar los “desfiles procesionales”.
A la “Semana Santa” le sobra lo de “santa”, porque solo es el dolor la definición litúrgica, jerárquica y popular de sus “pasos”, advocaciones y prédicas lacrimógenas de Hermasndas y Cofradías, mientras que a la Resurrección y a la Vida, se les confieren espacios, tiempos y alegría pascual tan reducidos y con escasa proyección para el resto de las semanas del año…
Dejar inédito, o falto de catequesis y contenido, el rito del lavatorio de los pies, al lado de la exultante proclamación de la institución de la Eucaristía, es bastante más que un episodio que reclama examen de conciencia eclesial y el replanteamiento del que tan necesitada sigue estando la Sagrada Liturgia.
La Iglesia para ser Iglesia, necesita atemperarse a los tiempos y estos son sempiternamente jóvenes con todas -casi todas- sus consecuencias. Infringir una ley contra el Covid-19, puede ser, y es, tanto o más grave pecado, como prescindir de no pocas de las ceremonias y ritos propios de la más ortodoxa “Semana Mayor”, con su indulgenciada bendición “Urbi et Orbi”.