Francisco no será SAN FRANCISCO
La racha de beatificaciones-canonizaciones registrada en la Iglesia “oficial” en los últimos tiempos, ha sido y sigue siendo realmente espectacular y generosa. En tan solo un pontificado “ascendieron al honor de los altares” tantos o más cristianos que en los siglos anteriores. De modo especial, el dato se constata y demuestra en relación con los “papas santos”, obispos de Roma, Pontífices Supremos, “Siervos de los siervos de Dios” y aún “jefes del Estado Vaticano”, según la terminología vulgar al uso.
Las preguntas que respecto al tema y a sus alrededores se formulan los historiadores, eclesiásticos o no, expertos en realidades terrenales o espirituales, son enjundiosas e innumerables, siempre con la mejor y más constructiva intención.
De entre las mismas, elijo este manojo: ¿Es que en tiempos anteriores no hubo papas, con aspiraciones, hechos y comportamientos santos, contándose con los dedos de la mano los canonizados durante largos y profundos siglos? ¿Acaso no resulta excesivo el número de los Pontífices, beatos o santos que poblaron retablos y altares de los templos, catedrales, ermitas y capillas de los santuarios a ellos dedicados, por esos pueblos de Dios? ¿Es lícito, o es pecaminoso, sugerir al menos , que además de las virtudes, cuyo ejercicio “en grado heroico” se dan por supuestas, existan otras razones que expliquen la participación masiva de peregrinos en la Plaza de san Pedro en Roma, para estar, o participar, en las solemnísimas e indulgenciadas celebraciones litúrgicas, que enmarcan las “elevaciones a los altares de los nuevos siervos o siervas de Dios, capacitados oficialmente para ser receptores del culto público, y ser reconocidos como ejemplos de vida cristiana?
Como ocurre casi siempre, -también en la Iglesia y entornos-, a la vista de determinados casos y ocasiones, a no pocos de estos interrogantes los carga el diablo -¡”Ave María Purísima¡- , y de entre ellos, los expertos fijan su atención, con su pizca de sospechas, en preguntas como estas: ¿Acaso los milagros -todos los milagros- canónicamente exigidos en la tramitación de los correspondientes procesos, fueron y son milagros de verdad, de los que los expertos puedan aseverar que superan las leyes que rigen la naturaleza, en relación con el alma y el cuerpo humanos? ¿Por qué solo reclamar y “fiarse” de los milagros relacionados con las enfermedades del cuerpo y no con los de otra clase de “irregularidades naturales”, como terremotos, guerras, hambrunas, tempestades o ciclones…?
¿No podría catalogarse como aberración “sobrenatural” el hecho de que, para llevar a feliz término estos procesos canónicos , sea imprescindible tener que invertir ingentes cantidades de dinero, lo que explica que pobres-pobres no sean tantos, ni tan santos, como los ricos-ricos, por lo del “ ex nobili génere natus” de sus vidas, o porque la promoción de sus nombres fuera efectuada por Órdenes, Congregaciones o “movimientos” religiosos afines que se sentirán más y mejor recomendadas a medida que engrosaron sus epactas con mayor cantidad de fiestas propias y de los suyos?
¿Se calificará de “atrevimiento” de dudosa ética y moralidad el contenido de la posible repuesta que se dé a la pregunta de si una Curia como la de Roma, nido de tantas y documentadas corrupciones, estuvo y está capacitada para que las decisiones que se tomen en sus dicasterios, como en el de la Causa de los Santos, hayan sido fruto y consecuencia de la voluntad de Dios o simple y llanamente, de corrupciones de signos diversos? ¿Acaso exagera el papa Francisco al “definir” y propinarle a la Curia el epíteto de “cueva de ladrones”, necesitada con urgencia de renovación, reforma o remoción de los monseñores componentes de la misma?
Sí, la canonización del papa Juan Pablo II fue precipitada, por lo que generó, genera y generará graves problemas. En el panorama eclesiástico hasta se levantan ya voces de “descanonización”, relevo en el “Santoral” o suspensión de su culto. Algo similar es posible que, a su tiempo, acontezca a la muerte del emérito Benedicto XVI.
¿Serán pocos o muchos los que, en su día, inicien o avalen los posibles procesos de beatificación- canonización del papa Francisco? ¿No se adelantará este a testamentar que, ya fallecido, lo dejen en paz y le ahorren a la Iglesia no solo gastos, sino discusiones y aún rupturas, siempre, y de por sí, perniciosas?. Esto no obstante, “sin el “malo”, no hay ni héroe, ni santo”.
“¡Señor, lo que Tú quieres, cuanto Tú quieres y como Tú quieres¡”. Amén.