Grandezas Pueriles

Todas las noticias, siempre y cuando sean fieles soportes de compromisos con la realidad, son de por sí, “palabra de Dios”. Dios se nos hace presente, y nos habla, a través de las mismas. Cada una de las sílabas con las que se transmiten los hechos noticiables, configuran mensajes divinales. En su percepción, entendimiento, interpretación y aplicación de su contenido ayudaron la teología, la Biblia, la pedagogía, la historia y la capacidad de sensibilidad con la realidad.

Las empresas de comunicación no escatimaron, a su tiempo, medios técnicos para hacerle partícipes a sus usuarios de noticias tales como las masivas y sangrientas manifestaciones y acontecimientos registrados entonces en Ucrania, Venezuela, Siria, Ceuta…, y cuya reiteración y reincidencia resultan ser las únicas sinrazones para que dejen de seguir siendo noticias de primera magnitud en los días sucesivos.

. Exactamente en los noticiarios del mismo día en el que se hacían presentes las imágenes indeciblemente majestuosas, pomposas y solemnes de las reuniones de Cardenales y obispos en Roma, en el grandioso retablo basilical de San Pedro, y cuya justificación oficial respondía al nombramiento de 19 nuevos miembros que se adjuntaban al Colegio Cardenalicio.

. En cualquier contexto sociológico- religioso, y con el mínimo convencimiento de que la Iglesia como tal, y desde sus más altas instancias es, por su ministerio y expresa voluntad de Cristo- Jesús, gesto, palabra, doctrina y catequesis de luz y de salvación, la coincidencia de unas y otras lecciones y expresiones de vida carecían de sentido y de sentimiento… Dos mundos distintos, diametralmente opuestos o, al menos, doctrinalmente alejados y abandonados el uno del otro. Noticias tan soberanamente eclesiásticas, y tan poco eclesiales, como estas, en los tiempos, pensamientos y lugares en los que nos encontramos, están de más y apenas si traspasan el umbral de la sensatez y de la iniciación religiosas. De delirantes y patéticas son calificadas por unos, y de extrañas, obsoletas, peregrinas e inverosímiles por otros.

. Son muchos los que olímpicamente “pasan” de ellas, con la triste convicción de que la Iglesia se identificó, desde medievales, y aún antes, con tales signos y gestos, que para tranquilidad de sus respectivas conciencias, aún teologalmente, llamaron “religiosos”. Denostan que la Iglesia se anquilosó en la rentabilidad económica y social de los mismos, dado que la “carne”, y más si está revestida de púrpuras cardenalicias y de títulos hieráticos, es tan débil, o más, que lo son el organismo y hechura de emperadores, reyes o nobles.

. En los altares y valoraciones vigentes en estos tiempos, campean ya los “R.I.P” de la defunción y de las postrimerías, sin posibilidad dogmática ni sociológica de resurrección y de nueva vida. Las experiencias post o ante conciliares del Vaticano II son antítesis de lo que pretende encarnar el Papa Francisco.

. Lamentos especiales para la infeliz coincidencia de noticias tan dramáticas y reales como las reseñadas, referentes a destrucciones y guerras, junto a las rituales y multicolores, y a los epinicios de las concentraciones cardenalicias etiquetadas con discreción por algunos jerarcas y pastoralistas como “pamplinas de grandezas pueriles” impropias hasta de los extra-radios de la institución eclesiástica.

. Ni procedente ni lógico sería descalificar el valor que en la íntima y esencial concepción de la verdadera Iglesia puedan tener las concentraciones, ornamento, señales y emblemas de grandezas terrenales, algunas ya felizmente extintas. El pueblo de Dios se educó, y se sigue educando, con la fuerza y la pedagogía de la Gracia, que también se vale de imágenes y signos, por lo que la influencia de unos y otra será decisiva para muchos… Pero la patología del poder es bastante más que una tentación medieval agravada por intereses extra o intra eclesiásticos. Es, -sigue siendo, aunque con fórmulas tal vez menos severas, una triste desgracia y un grave escándalo.
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