LA IGLESIA NO VOTA

Apenas estrenado el calendario en su pluralidad de versiones, tales como agendas, almanaques, epactas y nuevas modalidades electrónicas, es tarea inaplazable el atento recorrido por sus casillas y compartimientos para prepararse del mejor modo posible en relación con el, sentido, contenido y ubicación de sus días festivos. Ellos, con sus colores y subtítulos, han de marcar el ritmo de la vida laboral, social, religiosa y política de la colectividad de la que se forma parte. Precisamente en el actual –a. 2015-destacan en España las referencias a tiempos y fechas en las que han de celebrarse elecciones autonómicas, municipales y generales, por lo que la oportunidad de estas reflexiones es perceptible y patente.

. La persuasión de que estas elecciones supondrán una colosal conmoción en los planteamientos políticos de los últimos tiempos democráticos, insta a afrontarlas con máxima responsabilidad, atención y discernimiento. La incuestionable repercusión que para el ejercicio y misión de la misma Iglesia han de entrañar los procesos electorales, acentúa en cristiano su especial relevancia.

. ¿En qué dirección política partidista habría de orientarse hoy en la Iglesia española el voto ciudadano, dando por supuesto el sagrado respeto debido a la libertad y a la legitimidad de cuantas opciones se hagan presentes? ¿Se barruntan algunas conjeturas e indicios de cuales sean las inclinaciones por las que apostaría mayoritariamente la jerarquía eclesiástica, no desaprovechando oportunidad, - siempre reservada y discreta-, para su manifestación “oportuna y hasta inoportunamente”, en “cartas pastorales”, homilías, declaraciones y prédicas en general?

. Está de más reseñar, para bien según unos y mal, según otros para mal, que la influencia de la Iglesia “oficial” en el ordenamiento político no es ya el que fuera en tiempos relativamente recientes. Huelga asimismo reseñar que la Iglesia tampoco es hoy la que era, por lo que los aires de renovación, sobre todo de procedencia pontificia “franciscana”, dificultan diagnosticar y predecir el destino de sus votos concretados en signos y siglas partidistas.

. En este panorama resultaría improcedente que, al margen de toda praxis democrática, la Iglesia como institución siguiera erigiéndose en catequista y adoctrinadora de modos y sistemas que, aunque no sean perfectos, son y ejercen su función al servicio de la persona y del bien común, incomparablemente mejor que otros procedimientos y formas de gobierno al uso.

. La democracia como tal, y aún con sus limitaciones e imperfecciones, es asignatura pendiente de ser aprobada y practicada por la Iglesia, contrarrestada además con adoctrinamientos que se dicen “dogmáticos”, pero que ni aguantaron, ni aguantan, otros diagnósticos y calificaciones que las seudo culturales, al dictado de feudalismos imperiales en los que las motivaciones verazmente religiosas eran exiliadas, sin ahorrarse anatemas, descalificaciones y condenas para esta vida y para la otra. En el organigrama doctrinal, teológico y catequístico de la virtud y hábito de la democracia, sus defensores fueron inscritos con denodada y “santa” frecuencia, en el listado de los herejes, heresiarcas, relapsos o apóstatas, negada toda posibilidad o acceso “al honor de los altares”, reservados estos a tantos devotos, siervos y servidores de sistemas más menos dictatoriales.

. Fue, es y será digno de atención y preocupación de parte de la Iglesia, el mantenimiento de la enseñanza de la Religión como asignatura, pero siempre y cuando a la democracia le sea reservado un lugar de privilegio, elevándola a la categoría de virtud cardinal…La democracia presupone honestidad, claridad, limpieza, honradez, humildad, castigos para los corruptos, moralidad, honorabilidad, justicia, manos limpias, solidaridad y, en definitiva, comunión,..

. La misma universalidad- catolicidad de la Iglesia está comprometida, y se cuestiona, en el planteamiento actual del Colegio Cardenalicio, con la procedencia del número de sus componentes, de países concretos, “católicos de toda la vida”, tan solo entreabiertas ya las puertas a representantes de otros, en los que realmente se fraguan y definen el presente y el futuro de la propia entidad religiosa.

. La Iglesia –los católicos- hoy en España no saben ni qué ni a quienes votar. La opción por los partidos políticos, con sus consiguientes incidencias religiosas, resulta concluyentemente difícil. Casi imposible. Lo de “el mal menor”, o “menos malo”, será protección y refugio para algunos. Para otros lo será absurdamente la abstención. La jerarquía no tiene claras las ideas políticas, ni aún las religiosas. El voto no puede hoy ser “católico” en España, lo que ya crea serios problemas de conciencia. Preguntas como, por ejemplo, las de si determinadas siglas, “podrán” vestir hábitos talares, pasear por claustros monásticos o cantar en gregoriano, comienzan a formularse, con apremio y con seriedad y decoro religiosos.
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