¿Misas televisadas?
La conclusión a la que llegan no pocos cristianos al seleccionar los horarios dedicados por las distintas cadenas de TV a tiempos y espacios con el título de “religiosos”, se concreta en el interrogante titular de la reflexión ¿Misas televisadas?.
Teniendo presentes las retransmisiones al uso, y sin dejar de reconocer el bien espiritual posible que les reporten a algunos, no estaría de más advertir varias e importantes deficiencias existentes, y a cuya tarea parecen responden determinadas deseos y promesas efectuadas recientemente por las Comisiones Episcopales correspondientes de la CEE.
Las misas no tienen por qué ser y constituirse en el único medio y modo de retransmisión televisiva de los mensajes de culto y cultura –“evangelio”- de la religión cristiana. Hay otros medios y modos tanto o más televisibles que la celebración eucarística y con idéntica, o mayor, capacidad de evangelización y educación en la fe.
De entre estos, y como sugerencias, subrayo el cultivo de la oración y el silencio, tanto personal como colectivamente. Compartir, con intervención activa de todos o de los más, el pan de la palabra, de las lágrimas y tristezas de los demás, “próximos” o no tanto,, con notas y escalas propias de conciertos de música y representaciones teatrales – “Autos Sacramentales”- , contemplación de obras de arte, fiestas y festejos familiares o sociales y de tantos acontecimientos que vive la Comunidad- asamblea e Iglesia y cuya noticia-“evangelio” no siempre ni a todos puede llegar a su tiempo y con el ineludible sabor a pan eucarístico.
Se hace imprescindible “des ritualizar” no pocos -la mayoría- de actos litúrgicos, comenzando por las mismas misas, para hacer de ellos otros otras tantas parábolas por cuyas huellas caminar -peregrinar- hacia y por el Reino de Dios. De las misas, aún de las televisadas, no es posible salir tal y como se entró y se iniciaron “en el nombre del Dios Jesús “creador, inspirador y hontanar de juventud y alegría”.
En el contexto específico y concreto de la predicación- evangelización, urge proclamar que las “homilías” que acompañan las celebraciones eucarísticas, demandan esquemas, planteamientos, tonos de vos, docencia y decencia simpe y llanamente distintos a los actualmente vigentes. Las homilías, sermones o lo que sean, difícilmente pueden ser bautizadas con el apelativo sagrado de “palabas de Dios”. Aburren e indebidamente alargan la ceremonia, sin tener en cuenta los consejos y el ejemplo del papa Francisco.
La teología, la filosofía, el sentido común, el alejamiento de la vida y de la realidad de sus hechos, la sensación del omnisapiencial conocimiento humano y divino del que alardean los celebrantes, les hacen perder a las misas, y más a las televisadas, el olor y el sabor a pan candeal.
Merecedores de las peores descalificaciones pastorales suelen ser las ceremoniadas por los obispos. Para muchos de ellos, al ser sus protagonistas, las televisadas son en gran parte pasarelas sobre las que es útil y provechoso desfilar para conseguir progresar en el escalafón de la carrera eclesiástica, con máximos caudales de posibilidades y bendiciones jerárquicas. Sobra subrayar que en el “curriculum virtae”, con sus adoctrinamientos y comportamientos que les facilitaron su integración en las ternas de la episcopabilidad, en la asignatura del conservadurismo lograron los más suculentos, infalibles e inefables “cum laude”.
Misas-funciones (representación o puesta en escena) están de más en las programaciones que se llaman, se consideran y son tratadas como “religiosas”, nada propicias para completar la formación- educación e información en la fe. Sus retransmisiones televisivas no hacen Iglesia a la Iglesia. Clericalizada esta, se desacraliza.
Con insistencia en el conservadurismo que caracteriza a los obispos celebrantes de las misas televisadas los feligreses les formulan a la CEE estas preguntas: ¿Por qué tales obispos son siempre los mismos, diciendo además cosas idénticas? ¿Es que no hay otros obispos, ni otras doctrinas? ¿Acaso no da más de sí el Evangelio? Jugar al conservadurismo no es propio de la Iglesia hoy “en salida”. Su árbitro- el papa Francisco- , quiere que se marquen goles. Los sempiternos y timoratos resultados del “cero a cero” no son de su agrado y menos cuando se juega en campo contrario y en los de la periferia.
En el escudo de armas de los obispos conservadores, se echan de menos los goles. Los símbolos son otros. Huelen demasiadamente a incienso y el ritualismo desflora si no todas, sí muchas esperanzas.
Las misas televisadas celan y ocultan no pocas engañifas, aún con las más inocentes intenciones.