El fundador de Mensajeros de la Paz le dijo a Francisco: "Espérame, pero sin prisa" De la mano del Padre Ángel, revisita al féretro de Francisco

De la mano del Padre Ángel, revisita al féretro de Francisco
De la mano del Padre Ángel, revisita al féretro de Francisco

"El féretro de Francisco descansa en la basílica, y con él, un pedazo del alma de los pobres, de los olvidados, de los que encontraron en su voz un eco de esperanza"

"Con su mirada de niño y su corazón de gigante, el Pater parecía buscar en el rostro sereno de Francisco una última enseñanza, un último destello de esa sonrisa que desarmaba al mundo"

"No habrá clamores de “santo súbito” resonando en la plaza, pero no hacen falta. Francisco ya es santo. Lo es en el corazón de los pobres, en la memoria de los que vieron en él la carne de Cristo, en el alma del santo pueblo de Dios"

"Mientras el padre Ángel, con su sencillez profética, siga abriendo puertas, Francisco seguirá caminando entre nosotros"

El aire en Roma en Plaza de San Pedro y aledaños (abarrotados de gente) se siente denso, cargado de un silencio que pesa como el llanto contenido. Bajo el cielo plomizo y húmedo de esta ciudad eterna, el féretro de Francisco descansa en la basílica, y con él, un pedazo del alma de los pobres, de los olvidados, de los que encontraron en su voz un eco de esperanza.  

Ayer, en la cola junto a decenas de miles de personas (dicen que unas 250.00, según datos oficiales del Vaticano), pude pasar unos segundo ante el féretro del Papa de la primavera. Quiso Dios y el Padre Ángel, un Moisés que abre mares y un arcángel abre puertas, que de su mano pudiésemos revisitar el féretro de nuestro amado Papa. Y esta vez, para rezar al lado de su tumba, mientras los suizos cambiaban de guardia

Especial Papa Francisco y Cónclave

Padre Ángel y padre Joannis
Padre Ángel y padre Joannis

Recogidos, rezamos, lloramos y agradecimos, a unos dos metros de su féretro. De cerca, muy de cerca, le volvimos a ver, con su cara blanquecina, como de plástico (quizás por el embalsamamiento), que no hace honor a su rostro sonrosado y siempre sonriente. 

Allí estaba Francisco, el Papa de los últimos, el que se arrodilló ante los mendigos y besó los pies de los presos, de cuerpo presente. Pero su legado, su ternura, su revolución humilde, sigue latiendo en cada corazón que él tocó. Y allí estuvimos de pie a su lado, el Padre Ángel, Juan Francisco Fernández Rio y un servidor, velándolo por última vez. Cada cual con sus recuerdos

El padre Ángel me contaba a la salida que, en un susurro roto por la emoción, le dijo a Francisco: “Espérame, pero sin prisa”. Y allí, en el centro de la Basílica de San Pedro, sin que nadie se lo pidiera, le echó un responso por lo bajo, un adiós tejido con recuerdos y gratitud. Porque Francisco no fue solo un Papa; fue un padre para nosotros. Y hoy, nos hemos quedado huérfanos. 

Con su mirada de niño y su corazón de gigante, el Pater parecía buscar en el rostro sereno de Francisco una última enseñanza, un último destello de esa sonrisa que desarmaba al mundo.

Féretro del Papa Francisco
Féretro del Papa Francisco

Sentado ya en las sillas junto al féretro, el sacerdote asturiano oró por los pobres que Francisco amó, por los sintecho de San Antón con los que visitó al Papa, por los descartados que él abrazó, por los que, en las periferias del mundo, encontraron en su Evangelio una razón para seguir. Y lloró. Lloró como se llora a un amigo, a un guía, a un santo que caminó entre nosotros sin pedir nada a cambio

Y recordó la última vez que estuvo con él, cuando le enseñó el anillo episcopal que le había regalado Don Gabino, el difunto arzobispo emérito de Oviedo, y el Papa, pensando que era para él, se lo puso en el dedo. Rojo de vergüenza, el Padre Ángel tuvo que decirle:

-El regalo para usted es la bufanda roja; el anillo devuélvamelo, por favor. 
-Claro –le dijo el Papa-, pero si ven que te pongo el anillo van a pensar que te nombro arzobispo. 
-Pero, si me nombra, lo acepto, pero que no sea emérito 
-Tú y yo nunca seremos eméritos. 

Mañana, después del solemne funeral en San Pedro, el padre Ángel rendirá el último homenaje a Francisco. Lo hará como solo él sabe: con los suyos, con los 40 pobres que, rosas blancas en mano, jalonarán las escaleras de Santa María la Mayor. Cada rosa será un grito mudo, un “gracias” que no necesita palabras, un testimonio de que Francisco, el Papa del pueblo, sigue vivo en quienes más lo necesitaron.  

No habrá clamores de “santo súbito” resonando en la plaza, pero no hacen falta. Francisco ya es santo. Lo es en el corazón de los pobres, en la memoria de los que vieron en él la carne de Cristo, en el alma del santo pueblo de Dios

Nos duele el alma, sí. Nos duele, porque hemos perdido al pastor que olía a oveja, al hombre que cargó la cruz de los humildes y nos enseñó que el amor es el único poder que transforma. Pero en medio de este luto, hay una certeza que brilla como un lucero: Francisco no se ha ido del todo. Está en cada gesto de misericordia, en cada mano tendida, en cada lucha por la justicia que él inspiró. Y mientras el padre Ángel, con su sencillez profética, siga abriendo puertas, Francisco seguirá caminando entre nosotros. 

Padre Ángel y Padre Joannis
Padre Ángel y Padre Joannis

Gracias, Santo Padre. Gracias por tu vida, por tu coraje, por tu Evangelio sin adornos y sine glosa. Espéranos, como te pedía el padre Ángel, pero sin prisa. Porque aquí, en esta tierra herida, seguiremos sembrando tu sueño de un mundo más fraterno, más humano, más de Dios

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