Mujer, Piedra de Escandalo

Quizás por la referencia bíblica literal de que “por ella entró el pecado en el mundo”, y por multitud de sinrazones que dejan mondados de argumentos a los “pobrecillos” y desmirriados hombres, el hecho es que “pecado” y “mujer” se matrimoniaron a perpetuidad en la historia. Apenas si hay religión, “cultura”, sociedad, familia, política, ciencia, ética o disciplina, en la que la mujer no haya ejercido su oficio de pecadora con todas discriminaciones y marginaciones. Hasta los mismos rasgos sublimes románticos, ensoñadores y caballerescos ofrendados por algunos, entrañaban y entrañan el reconocimiento de que, pese a tantas lindezas, la mujer es mala de por sí y por naturaleza, y el más flagrante signo de pecado. Y no sólo del pecado de la “carne”, formulado con rasposas disonancias veterotestamentarias, sino del pecado original, con todas sus versiones de manzanas y serpientes.

La mujer es, sigue y seguirá siendo, de modo especial en la Iglesia, pecado y ya está, por lo que cualquier progreso que aún con cierta timidez se llegue a efectuar en el camino ideológico de la despenalización y redención de su condición “teológica”, se convertirá en sorprendente y expectante noticia. “Mujer” y, por tanto y además, “laica”, es decir, miembro del pueblo de Dios, - que no de su jerarquía-, se torna en espectacular referencia informativa, cuando de alguna manera, por lejana e hipotética que sea, se rumoree que su colaboración eclesiástica pueda ser recabada con ciertas urgencias lógicas, y en consonancia con las felices experiencias que se constatan ya en el resto de actividades profesionales, laborales, políticas, económicas y civiles en general.

En este contexto es de destacar el proyecto de hacer responsablemente presente a la mujer –pareja con el hombre- en el “Pontificio Colegio de Familia”, integrado en la futura “Congregación para los Laicos”, de la todavía proyectada reforma de la Curia Romana, en consonancia con las declaraciones del Cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, coordinador del “Grupo-8 vaticano”, encargado de ello.

Que por fin pueda ser un matrimonio –hombre y mujer- , y no un obispo o Cardenal, presidente de una Sagrada Congregación para laicos, experta y atenta a los problemas de la familia, y tal información se convierta en noticia de singular relevancia en la Iglesia y en los medios de comunicación generales, es asombrosamente significativo. Que su difusión “escandalice” a grupos católicos, por lo que sus pasos para conseguirlo tengan que ser extremadamente cortos, parcos y “mezquinos”, le roba a la Iglesia actualidad, frescor y esperanzas de renovación, a costa en gran parte de tener que colaborar en la discriminación anti evangélica de la mujer y en su deshonra, con caracteres irreversiblemente paganos, injustos y superados ya en determinados planos y sectores de la convivencia.

El problema de la marginación de la mujer no es sólo religioso. Es general, aunque tal connotación comporte una buena dosis de justificación y de tranquilidad de conciencia en países de “raíces católicas”. Resultan estremecedores datos laborales como los de que la mujer deba trabajar 84 días más al año para igualar el sueldo que percibe el hombre. Mientras que el sueldo medio masculino en España el año 2011 era 25,667, 87 euros, el de las mujeres era el de 19,767 euros. Las estadísticas contemplan toda clase de actividades profesionales, científicas, técnicas y laborales, significando un 30 por ciento menor del salario medio del hombre.

Tanto en el territorio de lo religioso como en el de lo civil, relacionado con la mujer, es preciso una revisión en el trato, consideración y, consiguientemente, emolumentos percibidos por la mujer y por el hombre. La jerarquía católica suele pasar olímpicamente de estas y otras “menudencias terrenales”, pero que son anomalías graves y anti eclesiales, por lo que muy raras veces se escucha su voz adoctrinadora y es posible contemplar gestos y comportamientos institucionales ciertamente ejemplares y comprometidos.
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