Obispos Emeritos
En el reciente discurso- conversación en el que el Papa Francisco expresó a la “Sagrada Congregación para los obispos” sus fervientes deseos de trabajar a favor de la nueva imagen y modelo de los miembros del episcopado, en su proyecto de renovación- reestructuración de la Iglesia, destacan determinadas referencias que fueron eje y justificación de sus palabras, como norma y programa de vida y de actividad pastoral. Los tiempos nuevos demandan otro tipo de obispos, distintos tanto en relación con el contenido como con las formas del ejercicio de su ministerio. A la Iglesia, y aún a la sociedad en general, los obispos les resultan hoy seres extraños. Ni remotamente siquiera se atisba el dato teológico de que ellos puedan ser, y presentarse, como sucesores de los apóstoles y “pilares de la Iglesia” . Ni ellos mismos podrán reconocerse así, y mucho menos creer que los “fieles cristianos” se lo crean de verdad. El propio evangelio desmiente credulidades tan febles, inconsistentes y hasta interesadas.
. Por ahora, y analizando las palabras programáticas del Papa respecto a lo que los obispos y han de ser y representar en la Iglesia, me reafirmo en la idea de que el primer paso que habrían de dar la mayoría de ellos en España, es presentar su dimisión, o renuncia a la Santa Sede y hacerlo además, en bloque. Nuestros obispos fueron seleccionados y nombrados para representaciones y oficios diferentes a los reseñados ahora por el Papa. Ellos no fueron culpables de sus respectivos nombramientos. Se comportaron y vivieron así su “dignidad episcopal”, convencidos de que cumplían la voluntad de Dios, con expresa deserción, por ejemplo, de actividades sociales y de compromisos con el pueblo, ante el temor de provocar “escándalos” o problemas, dentro de la Iglesia, excitando a los poderes públicos legalmente constituidos
. Jamás podrán asumir nuestros obispos la tesis “franciscana” de que “la Iglesia no necesita apologistas, cruzados de las propias batallas, sino personas humildes y confiados sembradores de la verdad”, tal y como refiere el Papa. Nuestros obispos no saben ser humildes. A sus propios sacerdotes les sorprenderían esta condición y su consecuente ejercicio. Demostrarlo y describirlo con hechos concretos es tarea triste y demasiadamente fácil de ser recopilada e historiada.
. La vocación inherente a los obispos, destacada ahora por el Papa Francisco, que han de ser “testimonios del Resucitado”, pertenece a un lenguaje que apenas si tuvo, y tiene, cabida y vigencia en la Iglesia del “valle de lágrimas”, del “perdona a tu pueblo, perdónalo, Señor”, del “mundo, demonio y carne”, del “no a la sexualidad y a casi todo como los divorcios” – aunque “sí a las nulidades matrimoniales amañadas”, del temor al fuego eterno del infierno y de la condenación en esta vida y en la otra”, así como al principio inmoral de que “fuera de la Iglesia - de la católica, por más señas-, no hay salvación”. Testificar y vivir la verdad de que Cristo está permanentemente resucitando lo mismo en el dolor que en la alegría, en el buen humor, en la esperanza, en la ternura, en la humanidad, en la familia…, es asignatura que los obispos suspendieron, y suspenderán, a perpetuidad.
. Lo de “pastores”, nada de nada. El “olor a oveja”, ni pensarlo siquiera. Huelen a incienso, que es olor anticristiano, además de antihumano, Cualquier referencia para el báculo, con sus aditamentos áureos o argentíferos, es ofensa a la humanidad y a la divinidad. Ni en los palacios episcopales (¿?), ni en los ceremoniales litúrgicos o para- litúrgicos caben, ni cabrán, báculos – cayados- que sirvan para otra cosa que no sea para defender de los lobos feroces al “rebaño”, bordones o cachavas con los que paliar los cansancios del camino los peregrinos o, su soledad, los ancianos . El báculo- báculo episcopalmente lucido y ejercido como se hace hasta el presente, es denigrante y pagano remedo, simulacro y caricatura pastoral.
. ¿Quiénes, con qué criterios e intenciones intervienen en el nombramiento de los obispos? ¿Es acaso “culpable” el Espíritu Santo, que es quien “los pone como guías en la Iglesia”, de los desafueros, alcaldadas e imprudencias que explicaron la selección de los obispos, sin contar, y aún en contra, del sentir del mismo pueblo de Dios, y de cualquier signo de colegialidad?
. ¿Están capacitados nuestros obispos “para vivir y dialogar con los hombres y con las culturas”, tal y como expresamente manifiesta el Papa? ¿Por qué, y con qué pruebas, execra el mismo Papa el inmoderado “afán de carrerismos” que, como colectivo, caracteriza al episcopado, en la confección de cuyo listado de candidatos se libran tantas batallas canónicas, extra canónicas y hasta políticas? ¿Existen claros ejemplos entre los obispos procedentes de Órdenes o Congregaciones religiosas, cuyas ansias o apetencias de “carrerismos” hayan sido, o sean, más comedidas y morigeradas?
. Por ahora, y analizando las palabras programáticas del Papa respecto a lo que los obispos y han de ser y representar en la Iglesia, me reafirmo en la idea de que el primer paso que habrían de dar la mayoría de ellos en España, es presentar su dimisión, o renuncia a la Santa Sede y hacerlo además, en bloque. Nuestros obispos fueron seleccionados y nombrados para representaciones y oficios diferentes a los reseñados ahora por el Papa. Ellos no fueron culpables de sus respectivos nombramientos. Se comportaron y vivieron así su “dignidad episcopal”, convencidos de que cumplían la voluntad de Dios, con expresa deserción, por ejemplo, de actividades sociales y de compromisos con el pueblo, ante el temor de provocar “escándalos” o problemas, dentro de la Iglesia, excitando a los poderes públicos legalmente constituidos
. Jamás podrán asumir nuestros obispos la tesis “franciscana” de que “la Iglesia no necesita apologistas, cruzados de las propias batallas, sino personas humildes y confiados sembradores de la verdad”, tal y como refiere el Papa. Nuestros obispos no saben ser humildes. A sus propios sacerdotes les sorprenderían esta condición y su consecuente ejercicio. Demostrarlo y describirlo con hechos concretos es tarea triste y demasiadamente fácil de ser recopilada e historiada.
. La vocación inherente a los obispos, destacada ahora por el Papa Francisco, que han de ser “testimonios del Resucitado”, pertenece a un lenguaje que apenas si tuvo, y tiene, cabida y vigencia en la Iglesia del “valle de lágrimas”, del “perdona a tu pueblo, perdónalo, Señor”, del “mundo, demonio y carne”, del “no a la sexualidad y a casi todo como los divorcios” – aunque “sí a las nulidades matrimoniales amañadas”, del temor al fuego eterno del infierno y de la condenación en esta vida y en la otra”, así como al principio inmoral de que “fuera de la Iglesia - de la católica, por más señas-, no hay salvación”. Testificar y vivir la verdad de que Cristo está permanentemente resucitando lo mismo en el dolor que en la alegría, en el buen humor, en la esperanza, en la ternura, en la humanidad, en la familia…, es asignatura que los obispos suspendieron, y suspenderán, a perpetuidad.
. Lo de “pastores”, nada de nada. El “olor a oveja”, ni pensarlo siquiera. Huelen a incienso, que es olor anticristiano, además de antihumano, Cualquier referencia para el báculo, con sus aditamentos áureos o argentíferos, es ofensa a la humanidad y a la divinidad. Ni en los palacios episcopales (¿?), ni en los ceremoniales litúrgicos o para- litúrgicos caben, ni cabrán, báculos – cayados- que sirvan para otra cosa que no sea para defender de los lobos feroces al “rebaño”, bordones o cachavas con los que paliar los cansancios del camino los peregrinos o, su soledad, los ancianos . El báculo- báculo episcopalmente lucido y ejercido como se hace hasta el presente, es denigrante y pagano remedo, simulacro y caricatura pastoral.
. ¿Quiénes, con qué criterios e intenciones intervienen en el nombramiento de los obispos? ¿Es acaso “culpable” el Espíritu Santo, que es quien “los pone como guías en la Iglesia”, de los desafueros, alcaldadas e imprudencias que explicaron la selección de los obispos, sin contar, y aún en contra, del sentir del mismo pueblo de Dios, y de cualquier signo de colegialidad?
. ¿Están capacitados nuestros obispos “para vivir y dialogar con los hombres y con las culturas”, tal y como expresamente manifiesta el Papa? ¿Por qué, y con qué pruebas, execra el mismo Papa el inmoderado “afán de carrerismos” que, como colectivo, caracteriza al episcopado, en la confección de cuyo listado de candidatos se libran tantas batallas canónicas, extra canónicas y hasta políticas? ¿Existen claros ejemplos entre los obispos procedentes de Órdenes o Congregaciones religiosas, cuyas ansias o apetencias de “carrerismos” hayan sido, o sean, más comedidas y morigeradas?