Oradores y Predicadores Sagrados
La palabra, y su proclamación, es misión suprema en la Iglesia. Apóstol y apostolado. Evangelio. Gracias a la palabra, hay fe, y esta puede expandirse y ser participada como mensaje y recado y encargo de salvación, libertad y gracia de Dios. La palabra –“predicad el evangelio”- es objetivo esencial de la Iglesia. Cristo es pan-palabra que se parte e imparte en las mesas de los pobres del mundo- universo con características y responsabilidades particulares para los cristianos.
¿ Cómo el pan-palabra- Cristo Jesús es “fraccionado” y repartido en la Iglesia?. Además de las que –pocas o muchas-, son transmitidas con decencia, conciencia, oportunidad, fidelidad al evangelio, exactitud y congruencia, la historia y la experiencia predican a propios y extraños que tal tarea misionera reclama una revisión profunda y acelerada, no solo en su presentación oral, sino escrita, en catecismos, libros piadosos, cartas pastorales, encíclicas, periódicos y revistas y tantos otros medios al uso, sugeridos o impuestos por la técnica.
. Multitud de estas palabras no dicen nada o casi nada. Algunas, absolutamente nada de nada. Están y son huecas. Huérfanas de contenido divino y humano. De modo similar a como en política los mitineros por oficio o beneficio propio o ajeno, y por intereses personales o de grupos, se las agencian para no decir nada y para posteriormente no cumplir lo que dicen, actúan y se comportan los predicadores de turno, ex “oradores sagrados”. Aburren al personal, que antes de la ceremonia en la que se enmarcan las palabras suelen preguntar por el tiempo que durará la homilía, fervorín o sermón.
. A los predicadores -oradores sagrados se les culpa, con ponderación y honestidad, de decir siempre lo mismo, de no prepararse, de improvisar, de no hablar como hablan los demás en sus relaciones convivenciales, fieles a lenguajes y gestos, tonos de voz, silencios y gritos, engolamientos, comparaciones y otros recursos oratorios que hoy apenas si se llevan y que contribuyen a la ininteligibilidad del tema, imposibilitados para adentrarse en la entraña de las cosas, y de hacer partícipes a sus oyentes de su esencia y presencia. Olvidarse de que, “cuando no se sabe, o no se puede hablar, es mejor callarse”, es principio de alta y eximia oratoria. También lo es “no ir al grano” siempre y por encima de todo.
. Cuando se sabe de buena tinta, que a las palabras, por muy buenas que sean, no las avalan con precisión y largueza los testimonios de vida, su operatividad se recorta
en proporciones diversas, pese a los buenos esfuerzos de algunos de recordar aquello de que “haced lo que ellos digan, pero no lo que ellos hagan”. El olvido de este principio, tan humano y cristiano, entorpece la legitimidad y eficiencia de la predicación de la palabra y de las palabras.
. ¿”Palabra de Dios”? Aunque en las santas misas se refiera la expresión no solo a las lecturas bíblicas, sino a todas la demás oraciones y gestos, su sola dicción entraña el compromiso de descubrir y practicar, que una, y muy principal, de las misiones de la palabra es provocar un encuentro y, en este caso, nada menos que con Dios mediante los hermanos.
. “Sermonear” es un verbo que, con legitimidad académica, quiere decir también “amonestar o reprender”. Por algo será. Seguramente que radique la razón en la reconversión tan frecuente que en labios de los predicadores por oficio, sufre la proclamación de la palabra de Dios en otras tantas advertencias condenatorias, amenazas, conminaciones y apercibimientos. Predicar-sermonear por sistema profana la palabra de Dios. Su definición rima perfectamente con la definición clásica de que el oficio del predicador- orador no es otro que el de “la fabricación de la munición de boca”.
. El panegírico –“discurso de alabanza”-, padece males perversos idénticos, si bien de signo distinto, en cuanto a la sonoridad, lindeza, emoción y ostentosa aparatosidad de algunos –todos- sus párrafos. Y además – y para información de algunos-, los panegíricos están mejor remunerados, en conformidad a lo establecido por las Cofradías y asociaciones pìadosas.
¿ Cómo el pan-palabra- Cristo Jesús es “fraccionado” y repartido en la Iglesia?. Además de las que –pocas o muchas-, son transmitidas con decencia, conciencia, oportunidad, fidelidad al evangelio, exactitud y congruencia, la historia y la experiencia predican a propios y extraños que tal tarea misionera reclama una revisión profunda y acelerada, no solo en su presentación oral, sino escrita, en catecismos, libros piadosos, cartas pastorales, encíclicas, periódicos y revistas y tantos otros medios al uso, sugeridos o impuestos por la técnica.
. Multitud de estas palabras no dicen nada o casi nada. Algunas, absolutamente nada de nada. Están y son huecas. Huérfanas de contenido divino y humano. De modo similar a como en política los mitineros por oficio o beneficio propio o ajeno, y por intereses personales o de grupos, se las agencian para no decir nada y para posteriormente no cumplir lo que dicen, actúan y se comportan los predicadores de turno, ex “oradores sagrados”. Aburren al personal, que antes de la ceremonia en la que se enmarcan las palabras suelen preguntar por el tiempo que durará la homilía, fervorín o sermón.
. A los predicadores -oradores sagrados se les culpa, con ponderación y honestidad, de decir siempre lo mismo, de no prepararse, de improvisar, de no hablar como hablan los demás en sus relaciones convivenciales, fieles a lenguajes y gestos, tonos de voz, silencios y gritos, engolamientos, comparaciones y otros recursos oratorios que hoy apenas si se llevan y que contribuyen a la ininteligibilidad del tema, imposibilitados para adentrarse en la entraña de las cosas, y de hacer partícipes a sus oyentes de su esencia y presencia. Olvidarse de que, “cuando no se sabe, o no se puede hablar, es mejor callarse”, es principio de alta y eximia oratoria. También lo es “no ir al grano” siempre y por encima de todo.
. Cuando se sabe de buena tinta, que a las palabras, por muy buenas que sean, no las avalan con precisión y largueza los testimonios de vida, su operatividad se recorta
en proporciones diversas, pese a los buenos esfuerzos de algunos de recordar aquello de que “haced lo que ellos digan, pero no lo que ellos hagan”. El olvido de este principio, tan humano y cristiano, entorpece la legitimidad y eficiencia de la predicación de la palabra y de las palabras.
. ¿”Palabra de Dios”? Aunque en las santas misas se refiera la expresión no solo a las lecturas bíblicas, sino a todas la demás oraciones y gestos, su sola dicción entraña el compromiso de descubrir y practicar, que una, y muy principal, de las misiones de la palabra es provocar un encuentro y, en este caso, nada menos que con Dios mediante los hermanos.
. “Sermonear” es un verbo que, con legitimidad académica, quiere decir también “amonestar o reprender”. Por algo será. Seguramente que radique la razón en la reconversión tan frecuente que en labios de los predicadores por oficio, sufre la proclamación de la palabra de Dios en otras tantas advertencias condenatorias, amenazas, conminaciones y apercibimientos. Predicar-sermonear por sistema profana la palabra de Dios. Su definición rima perfectamente con la definición clásica de que el oficio del predicador- orador no es otro que el de “la fabricación de la munición de boca”.
. El panegírico –“discurso de alabanza”-, padece males perversos idénticos, si bien de signo distinto, en cuanto a la sonoridad, lindeza, emoción y ostentosa aparatosidad de algunos –todos- sus párrafos. Y además – y para información de algunos-, los panegíricos están mejor remunerados, en conformidad a lo establecido por las Cofradías y asociaciones pìadosas.