Podemos (Y debemos)
“Podemos, debemos y, además, sabemos”. No se trata de arrimarnos al carro de apreciaciones- consignas, que en los últimos tiempos alcanzan rentabilidades sociales o políticas, muchas de ellas con posibilidades múltiples de notoriedad y de triunfo “al servicio del pueblo”. Se trata de reflexionar una vez más acerca de la infinidad de posibilidades que los cristianos, miembros de la Iglesia, y por el hecho de serlo, disponen para activar parte de los medios auténticamente religiosos que definen e identifican su renovación y reforma.
. Sí, “podemos”. En plural – no mayestático-, y en singular. Con referencias a la jerarquía, en igualdad de condiciones y circunstancias que a los laicos. La Iglesia es “nosotros” por antonomasia. La patrimonialización, -concepto, misión y representación- de la Iglesia por la jerarquía, es deslealtad, absurda, contraproducente, antievangélica y escandalosa. “Podemos”, porque exactamente es esa su misión, sin escatimar sacrificios, reflexión, estudio y compromiso con la sociedad en general, y sin límites de fronteras e intereses personales y de grupo, confiando en la capacidad y reconocimiento de nuestras aportaciones confiadas y humildes, sin protagonismos políticos ni remuneraciones.
. “Debemos”, dado que tal es, y así lo demanda, lo que llamamos “vocación” y “ministerio”. Profesión y oficio. Y, sobre todo, gracias a la gracia de Dios que con generosidad sacramental se dispensa se dispensa teológicamente a quienes creen y quieren creer. “Debemos”, porque el esquema de la auténtica religiosidad lo encarnó y encarna Cristo-Jesús, y en todos y cada uno de los capítulos de su vida perdura salvadoramente, con cuantos datos y detalles se precisan, para poder ser y actuar con conciencia de sentirse parte -,miembros- de su propio Cuerpo, Místico por más señas, infaliblemente identificadoras. “Debemos” en cristiano establece una relación indisoluble con el “podemos”, en consonancia con las exigencias de la ejemplaridad que no es, ni solo ni fundamentalmente, eco y palabra, sino testimonio de comportamiento y de vida.
. Y además, “sabemos”. La historia de la Iglesia , en los tiempos primeros en los que la sombra de Cristo y de su evangelio la fecundaban con la perennidad de su entrega en la Cruz y la esperanza de la Resurrección y de la vida, y que tantos santos, canonizados o no, alargaron sin límites, se presenta como referencia de esperanza y de luz, pese a indecisiones borrosas y a bochornosos escándalos. La ascética, la mística, los libros santos, la teología, la cultura realmente religiosa, el arte… y tantos otros elementos al servicio de la formación y educación integral de los pueblos y de los individuos, obra de la Iglesia, son otros tantos espejos de la ciencia y sabiduría pedagógicas, que dan por supuesta la constructiva formulación de los “podemos”, y de los “debemos”, que se abren paso como soluciones frágiles a situaciones desesperanzadoras y obtusas.
. Bienvenidos todos los que conjuguen la expresión verbal del “podemos” con convicción, desinterés y comprometidamente. Con estudio y con sensatez. Con ejemplaridad. Con respeto a otras opciones, a las que la democracia defina académica y políticamente. Sin concesiones a rebeldías jubilosas, ociosas o triunfantes, ni a las surgidas al dictado de eslóganes publicitarios fascinantes y arrebatadores, de los que al día siguiente podrán otros valerse para fines contrarios, episódicos o utópicos, poco, o nada, razonables y serios.
. Dentro de la Iglesia, y a pesar del desbordante y radical potencial de “podemos” con que cuenta de por sí, hoy se precisan movimientos coincidentes en su originaria y supuestamente limpia y regeneradora intencionalidad, con los que gramaticalmente expresa y conjuga el tiempo “podemos” del correspondiente verbo. Los jóvenes, las mujeres, los pobres y los laicos en general, dan la impresión de ser más perseverantes, devotos, objetivos y eficaces en el empleo, práctica y ejercicio del “podemos”. A la jerarquía y ”compatriotos” apenas si les atraen tal término y conjugación, basados en el untuoso, pingüe y herético convencimiento veterotestamentarios de que, por jerarquía, ya lo “puede” todo, o casi todo, en esta vida y en la otra, y además “en el nombre de Dios”.
Por cristianos, “podemos, debemos y sabemos” ser y ejercer de renovadores- refundadores de la Iglesia, limitándonos a seguir, por ahora, los pasos del Papa Francisco.
. Sí, “podemos”. En plural – no mayestático-, y en singular. Con referencias a la jerarquía, en igualdad de condiciones y circunstancias que a los laicos. La Iglesia es “nosotros” por antonomasia. La patrimonialización, -concepto, misión y representación- de la Iglesia por la jerarquía, es deslealtad, absurda, contraproducente, antievangélica y escandalosa. “Podemos”, porque exactamente es esa su misión, sin escatimar sacrificios, reflexión, estudio y compromiso con la sociedad en general, y sin límites de fronteras e intereses personales y de grupo, confiando en la capacidad y reconocimiento de nuestras aportaciones confiadas y humildes, sin protagonismos políticos ni remuneraciones.
. “Debemos”, dado que tal es, y así lo demanda, lo que llamamos “vocación” y “ministerio”. Profesión y oficio. Y, sobre todo, gracias a la gracia de Dios que con generosidad sacramental se dispensa se dispensa teológicamente a quienes creen y quieren creer. “Debemos”, porque el esquema de la auténtica religiosidad lo encarnó y encarna Cristo-Jesús, y en todos y cada uno de los capítulos de su vida perdura salvadoramente, con cuantos datos y detalles se precisan, para poder ser y actuar con conciencia de sentirse parte -,miembros- de su propio Cuerpo, Místico por más señas, infaliblemente identificadoras. “Debemos” en cristiano establece una relación indisoluble con el “podemos”, en consonancia con las exigencias de la ejemplaridad que no es, ni solo ni fundamentalmente, eco y palabra, sino testimonio de comportamiento y de vida.
. Y además, “sabemos”. La historia de la Iglesia , en los tiempos primeros en los que la sombra de Cristo y de su evangelio la fecundaban con la perennidad de su entrega en la Cruz y la esperanza de la Resurrección y de la vida, y que tantos santos, canonizados o no, alargaron sin límites, se presenta como referencia de esperanza y de luz, pese a indecisiones borrosas y a bochornosos escándalos. La ascética, la mística, los libros santos, la teología, la cultura realmente religiosa, el arte… y tantos otros elementos al servicio de la formación y educación integral de los pueblos y de los individuos, obra de la Iglesia, son otros tantos espejos de la ciencia y sabiduría pedagógicas, que dan por supuesta la constructiva formulación de los “podemos”, y de los “debemos”, que se abren paso como soluciones frágiles a situaciones desesperanzadoras y obtusas.
. Bienvenidos todos los que conjuguen la expresión verbal del “podemos” con convicción, desinterés y comprometidamente. Con estudio y con sensatez. Con ejemplaridad. Con respeto a otras opciones, a las que la democracia defina académica y políticamente. Sin concesiones a rebeldías jubilosas, ociosas o triunfantes, ni a las surgidas al dictado de eslóganes publicitarios fascinantes y arrebatadores, de los que al día siguiente podrán otros valerse para fines contrarios, episódicos o utópicos, poco, o nada, razonables y serios.
. Dentro de la Iglesia, y a pesar del desbordante y radical potencial de “podemos” con que cuenta de por sí, hoy se precisan movimientos coincidentes en su originaria y supuestamente limpia y regeneradora intencionalidad, con los que gramaticalmente expresa y conjuga el tiempo “podemos” del correspondiente verbo. Los jóvenes, las mujeres, los pobres y los laicos en general, dan la impresión de ser más perseverantes, devotos, objetivos y eficaces en el empleo, práctica y ejercicio del “podemos”. A la jerarquía y ”compatriotos” apenas si les atraen tal término y conjugación, basados en el untuoso, pingüe y herético convencimiento veterotestamentarios de que, por jerarquía, ya lo “puede” todo, o casi todo, en esta vida y en la otra, y además “en el nombre de Dios”.
Por cristianos, “podemos, debemos y sabemos” ser y ejercer de renovadores- refundadores de la Iglesia, limitándonos a seguir, por ahora, los pasos del Papa Francisco.