Poder Temporal
Un día sí, y otro también, los medios de comunicación se hacen eco, fidedigno y feliz, de gestos, declaraciones y decisiones en las que el Papa Francisco es y aparece como su protagonista. Su responsabilidad en cuanto a su veracidad y compromiso, es tan transcendental e importante, como religiosa y sagrada.Ya está bien, y hasta la esperanza tiene sus límites, al menos en ámbitos terrenales, en los que por cierto se enmarca, es y ejerce de Iglesia la Iglesia de Cristo.
Aún comprendiendo que los cambios inspirados, y en parte, enunciados por el Papa, son comparables, y aún superan, a los que exigió y justificó la reforma de la Iglesia en tiempos prominentes –cumbres- de su larga y ajetreada historia humana y divina, emerge de modo espectacular alguno de ellos,, cuya referencia apenas si fue hasta ahora mencionada. Se trata lisa y llanamente, y desde motivaciones esencialmente eclesiales, de la cesión - dimisión de Jefe del resto de los “gloriosos” y no tan antiguos Estados Pontificios, por parte del Papa.
. El Papa- Papa, y menos el que ahora se encarna, y se llama, Francisco, no puede ser Jefe de Estado. Es una contradicción a la luz del evangelio, de la teología, de la historia, de la política, de la concepción de las religiones y del sentir y criterio del pueblo de Dios en cualquiera de sus expresiones que no sean ya paganas, o con aspiraciones a serlo algún día y con todas, o casi todas, sus consecuencias.
. Las esperanzas -”¡El Rey ha muerto, viva el Papa¡” de una buena porción de católicos, expresadas cuando las tropas de le Revolución Italiana entraron en Roma el 20 de septiembre del año 1870, por la brecha abierta junto a la “Porta Pía”, fueron bien pronto apagadas, hasta con amenazas de excomuniones. El Papa Pío IX no ahorró amenazas y esfuerzos, humanos y sobre humanos, para oponerse a los planes de unidad del rey Victor Manuel, accediendo en última instancia a que el General Kanzler, “Ministro Pontificio de Armas”, firmara el armisticio, con el desconsuelo pontificio del desamparo bélico y diplomático de las “hijas fieles de la Iglesia”, que eran las naciones de Francia, Austria y España.
. La “pérdida del poder temporal” fue considerada y proclamada oficialmente entonces, como una “desgracia” y como si el final de la Iglesia y del orden mundial se hubiera ya iniciado, con todo el acompañamiento de desórdenes y perversiones apocalípticas al servicio de las fuerzas infernales. Tuvo que pasar algún tiempo, firmarse decretos y constituirse el remedo, bochornoso para muchos, del Estado Pontificio, con sus privilegios, embajadas, nunciaturas y símbolos, al menos a-religiosos, para que un día el mismo Pablo VI llegara públicamente a darle gracias a Dios “por haber librado a la Iglesia de los afanes del poder temporal”
. Para poder ser de verdad Papa –obispo de Roma-, al Papa Francisco le sobra ser Jefe de Estado. En ocasiones, da la impresión de estar él mismo convencido de ello, pero que todavía se siente constreñido a cargar con el peso de las cruces que, si para antecesores suyos fueron signos de libertad, de grandeza y de anticipo profano de la figura excelsa de Vicario de Cristo, Rey del Universo, y no de plena identificación con la de “siervo de los siervos del Señor”.
. ¡Papa Francisco, libérese del título y de la pantomima ornamental de la condición de Jefe de Estado¡. Su representación, lema, elección, honor y diploma y “dignidad” dentro y fuera de la Iglesia, no es otra que la de “servidor”. Tal es su definición y su noticia. Sólo, y precisamente por eso, es por lo que lo queremos y lo necesitamos. Tal y como aconteció con sus correosos zapatos, aparte lejos de sí las chanclas, chancletas y servillas, con bordados falazmente litúrgicos, con los que es imposible caminar por senderos de religiosidad, de humildad y de humanidad.
Aún comprendiendo que los cambios inspirados, y en parte, enunciados por el Papa, son comparables, y aún superan, a los que exigió y justificó la reforma de la Iglesia en tiempos prominentes –cumbres- de su larga y ajetreada historia humana y divina, emerge de modo espectacular alguno de ellos,, cuya referencia apenas si fue hasta ahora mencionada. Se trata lisa y llanamente, y desde motivaciones esencialmente eclesiales, de la cesión - dimisión de Jefe del resto de los “gloriosos” y no tan antiguos Estados Pontificios, por parte del Papa.
. El Papa- Papa, y menos el que ahora se encarna, y se llama, Francisco, no puede ser Jefe de Estado. Es una contradicción a la luz del evangelio, de la teología, de la historia, de la política, de la concepción de las religiones y del sentir y criterio del pueblo de Dios en cualquiera de sus expresiones que no sean ya paganas, o con aspiraciones a serlo algún día y con todas, o casi todas, sus consecuencias.
. Las esperanzas -”¡El Rey ha muerto, viva el Papa¡” de una buena porción de católicos, expresadas cuando las tropas de le Revolución Italiana entraron en Roma el 20 de septiembre del año 1870, por la brecha abierta junto a la “Porta Pía”, fueron bien pronto apagadas, hasta con amenazas de excomuniones. El Papa Pío IX no ahorró amenazas y esfuerzos, humanos y sobre humanos, para oponerse a los planes de unidad del rey Victor Manuel, accediendo en última instancia a que el General Kanzler, “Ministro Pontificio de Armas”, firmara el armisticio, con el desconsuelo pontificio del desamparo bélico y diplomático de las “hijas fieles de la Iglesia”, que eran las naciones de Francia, Austria y España.
. La “pérdida del poder temporal” fue considerada y proclamada oficialmente entonces, como una “desgracia” y como si el final de la Iglesia y del orden mundial se hubiera ya iniciado, con todo el acompañamiento de desórdenes y perversiones apocalípticas al servicio de las fuerzas infernales. Tuvo que pasar algún tiempo, firmarse decretos y constituirse el remedo, bochornoso para muchos, del Estado Pontificio, con sus privilegios, embajadas, nunciaturas y símbolos, al menos a-religiosos, para que un día el mismo Pablo VI llegara públicamente a darle gracias a Dios “por haber librado a la Iglesia de los afanes del poder temporal”
. Para poder ser de verdad Papa –obispo de Roma-, al Papa Francisco le sobra ser Jefe de Estado. En ocasiones, da la impresión de estar él mismo convencido de ello, pero que todavía se siente constreñido a cargar con el peso de las cruces que, si para antecesores suyos fueron signos de libertad, de grandeza y de anticipo profano de la figura excelsa de Vicario de Cristo, Rey del Universo, y no de plena identificación con la de “siervo de los siervos del Señor”.
. ¡Papa Francisco, libérese del título y de la pantomima ornamental de la condición de Jefe de Estado¡. Su representación, lema, elección, honor y diploma y “dignidad” dentro y fuera de la Iglesia, no es otra que la de “servidor”. Tal es su definición y su noticia. Sólo, y precisamente por eso, es por lo que lo queremos y lo necesitamos. Tal y como aconteció con sus correosos zapatos, aparte lejos de sí las chanclas, chancletas y servillas, con bordados falazmente litúrgicos, con los que es imposible caminar por senderos de religiosidad, de humildad y de humanidad.