“Renovarse o…”. Las mitras las carga el diablo
(Pido disculpas por la insistencia e iteración del tema del uso de las mitras en la Iglesia, dentro y fuera de su liturgia, dado el convencimiento de muchos de que con ellas –las mitras- ya no es posible ni pastoral, ni socialmente, estar y comportarse en la vida, en calidad de “persona normal” en el trato con los otros.
Y es que en todo el proceso de desinfectación “coronavírica” en el que está hoy sometida la sociedad, sin exclusión de cuanto se relaciona con lo “religioso”, las mitras episcopales, y algunas que otras monásticas abaciales de ellos –y también de ellas- alcanzan relevancia tan notable, como para colocarlas en la primera de cualquier descontaminación tan urgente como precisa . Las cuarentenas –“aislamiento preventivo”- no deberían en nuestro caso reducirse benevolentemente a un puñado de días, sino a años y más,
En relación con las mitras episcopales reflexioné en variedad de ocasiones y a propósito de acontecimientos y situaciones de alguna manera protagonizados por ellas y sus porteadores. De su uso, abuso, historias, histrionismos, orígenes, simbolismos y “estampas” que ofrecen los eclesiásticos en sus más altas esferas y sin ningún contenido religioso, sino todo lo contrario, con tristeza y escándalo, hubiera sido preferible no seguir con la reflexión. Pero los hechos son así de tozudos y de irreverentes.
Además, causa solemne extrañeza que hasta el presente, no hayan sido, ni sean, más altas las voces que desde sus respectivas Órdenes, Congregaciones, y estamentos canónicos, litúrgicos o para- litúrgicos, y mucho más los seglares, hayan tenido que aguantar tantos y tan inoportunos “quita y pon” de las iniciativas de los “santos” paradigmas interpretados por los ritualistas “Maestros de Ceremonias”, fieles intérpretes de “superdivinales” normas y preceptos añejos, incapacitados para renovarse, prefiriendo morir, pero, eso sí, con las “mitras puestas” y los correspondientes exornos de sus ticas y vanidosas fíbulas.
Y es que, aun cuando a algunos les pueda parecer exageración anticlerical, “las mitras, al igual que las armas, las carga el diablo”, que en este caso concreto demanda que su nombre se relacione con la “arrogancia”, con la “estulticia”, o con los dos conceptos a la vez, dado que no otra interpretación ortodoxa pudieran poseer los símbolos que la “paganería” reservaba a los Generalísimos de los ejércitos imperiales y a sus Sumos Sacerdotes… .
Sí, las armas las carga el diablo. Y las carga con abundantes dosis de poder y soberbia. De vanidades, de simplezas y de entendimiento más bien escaso. De ventajas y de beneficios divinos y humanos. Con derechos y privilegios de los que jamás participarán quienes ni son, ni están, ni estarán “mitrados”. Es decir, los pobres, que lo son porque ni siquiera cuentan con cultura suficiente como para tomar a broma o sonreírse piadosa o socarronamente, ante los espectáculos y teatralidades que les brindan los “mitrados” aún en las más solemnes ceremoniales sacramentales…
¿No se animarán algún día los “sufridos” y cultos Maestros de Ceremonias a manifestar en público no estar dispuestos a seguir regulando por más tiempo, el “quita y pon” de las mitras y del solideo, con suspensión de otros ritos carentes de Eucaristía o en la que esta ofrece contenidos distintos…?. Una especie de “brazos caídos” ceremoniales es posible que a algunos les hiciera pensar de la necesidad y urgencia de la desaparición de no pocos signos que ostentan la titulación y trato de “religiosos”. La comunicación y el evangelio que “predican” tales signos reclaman su renovación, o desaparición, lo antes posible…Es decir, ya.
Consta que, aunque poco a poco, aumenta el número de obispos a los que todo eso de las “mitras”, capas magnas, titulitis, matices de colores y otras jerigonzas les tiene sin cuidado. Pero, por favor, que lo digan ya en público y que les dediquen al tema alguna Carta Pastoral. El éxito de su “lectio divina” está asegurado. De la misma se harían eco obsequioso los medios de comunicación social, sobre todo los no clericales, que en resumidas cuentas, es lo que importa.