Historias de héroes anónimos que inspiran y animan más que muchos signos La Cuaresma de “Chaparrito” en el desierto
"Seguir la huella de los migrantes que lo atraviesan supone la posibilidad de buscar referentes de lugares y signos invisibles o no, que en la cuaresma enmarcan nuestra conducta cristiana"
"Nos cuesta a veces encontrar el significado de los signos cuaresmales. Quizás sea mejor descubrirlos en las historias concretas de hombres y mujeres que luchan por vivir y/o sobrevivir. Para llegar, tras la pasión, a la resurrección"
Atravesar el desierto, los desiertos, no es solo la posibilidad enriquecedora y movilizadora de lo que dice el Principito de que “lo hermoso del desierto es que en algún lado se oculta un pozo”. También es tiempo de durezas, contrariedades y muertes. El desierto se ofrece como referencia ambiental y personal que emplaza hacia la esperanza pascual que es la finalidad de la Cuaresma. Y que ha de traducirse en actitudes, prácticas y actos diarios, personales y comunitarios, en la familia y en el trabajo, en la oración y en la política, en la lucha y en la fiesta. Tiempo de cuaresma, tiempo de cierto desierto que hay que cruzar.
La terca esperanza pascual espera “contra toda esperanza”, en medio de las decepciones, de las contradicciones en la monotonía diaria, a pesar de los fracasos y lucha contra las crasas evidencias del triunfo del mal cotidiano, periódico, particular, local y global. Una espera para beber el agua que calma la sed y que mantiene la coherencia de los testigos fieles que no olvidan la misión y que deben movilizar la esperanza de los pobres; espera que es promesa, quehacer y resistencia. Y que nos sensibiliza hacia el fortalecimiento de las practicas que favorezcan la mística de la resistencia activa.
Caminar por el desierto en el tiempo litúrgico de la Cuaresma tiene valor e importancia en la medida en que vamos hacia esa esperanza. Con humildad digo que, intuyo que para muchas personas, Cuaresma es sinónimo de cumplimientos –a veces superficiales y forzados- de gestos de dolor y sacrificio. De guardar abstinencia y ayuno, de penitencia y castigo, etc., aspectos que se convierten en un fin en sí mismos si esas señales terminan envolviéndose en sí mismas, sin horizontes y sin apuntar a lo más alto. Las prácticas cuaresmales son índicies que apuntan a la luna llena de la Pascua según y cuando, desde el año 325 durante el Concilio de Nicea, se decidió que el Domingo de Pascua tendría lugar tras la primera luna llena que sucediese después del equinoccio de primavera. Con sus dificultades y dolores, el invierno de la Cuaresma también es tan bello como la primavera de la Pascua, que -no lo olvidemos– va brotando en lo escondido.
Me encamino, entre tropiezos, fealdades, intrascendencias etc., hacia un deseo de contemplar lo bello, lo trascendente, aquellos momentos que han propiciado alegría y fuerza en mi existir, el amor que me rodea… y que en la Cruz se entrega. Con tantos tesoros, unos escondidos y otros más visibles. Todo esto hará que cambie la perspectiva de mi actualidad y comiencen a desaparecer los espejismos del desierto (y de la ciudad). Y poco a poco, se va haciendo más posible hallar un pozo. Descubrir que nuestras fuerzas se debilitan, que solos no podemos seguir, propiciará la búsqueda de una fuerza más grande.
Fuerzas debilitadoras y agotamientos al cruzar los desiertos, que no impiden cruzarlos a tantos y tantos, en la búsqueda de la plenitud y felicidad a la que todo hombre aspira. Atravesando mares pero, no lo olvidemos, también atravesando desiertos. Que no solo son cementerios las aguas de mares y océanos. Que los desiertos son también cementerios olvidados. No hay datos sobre el número de personas refugiadas y migrantes que mueren en el desierto, pero la ONU teme que sean, por ejemplo, más en el Sahara que en el Mediterráneo.
El doble de muertos en el Sahara
Tras recorrer distintos países, principalmente en autobús, y cruzar puestos fronterizos corruptos, mafias, hambrunas y cansancios que los convierten en cadáveres andantes por rutas desérticas de lo más complicadas y peligrosas. A pesar de la ausencia de cifras oficiales, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) asume que en el Sáhara deben de morir el doble de personas que en el Mediterráneo. Y así el desierto del Sahara (que literalmente significa “gran desierto” en árabe), el desierto más grande del mundo se convierte a menudo también en un gran cementerio
Seguir la huella de los migrantes que lo atraviesan supone la posibilidad de buscar referentes de lugares y signos invisibles o no, que en la cuaresma enmarcan nuestra conducta cristiana.
También el de personas que ayudan –muchas veces de manera anónima- a superar dunas, arenas movedizas, calor abrasador y secarrales.
Siempre me impresionaron al respecto historias heroicas de muchos hombres y mujeres que de manera anónima se dedican a recorrer desiertos depositando garrafas de agua en distintos lugares para que los migrantes encontraran algo de alivio en su duro caminar. Muchos se asocian para esta labor samaritana. Concretamente esta es una práctica muy reconocida en el desierto de Sonora (86.100 kilómetros cuadrados) entre México y Estados Unidos.
Y hace bien poco me llegó la historia, gracias a Valentina Oropeza, enviada especial de la BBC al desierto de Sonora, de un “tal” Octavio Soria, conocido entre los voluntarios como “Chaparrito”.
Nos cuenta que ese voluntario carga en su mochila una cruz que sembrará en la tierra si encuentra los restos de su amigo Raúl en el desierto. Va cubierto con una camiseta amarilla fosforescente para distinguirse del marrón y verde que dominan el paisaje, botas para pisar las vigorosas espinas de los arbustos y coberturas hasta las rodillas para evitar las mordeduras de serpientes. Forma parte de la “Las Águilas del Desierto”, que reciben alrededor de 450 peticiones de búsqueda mensualmente a través de sus números telefónicos y sus cuentas en redes sociales. Y con un centenar de voluntarios rotan en cada operativo con dos o tres búsquedas cada mes. Los voluntarios comienzan en círculo elevando juntos una plegaria a Dios para que los proteja de las amenazas del desierto y los ayude a encontrar al migrante que están buscando.
La narradora nos dice que, al encontrarlo, “Chaparrito” retira la cruz blanca que carga en la mochila, saca un crucifijo y un frasco de agua bendita. Deja el bolso a un lado y se quita el sombrero que lo ha resguardado del sol durante toda la jornada. Clava la cruz en la tierra cerca del cuerpo y pone varias piedras entorno a la base, para garantizar que se mantenga erguida a pesar de los embates del viento. Coloca el crucifijo en la cruz y se arrodilla. Extenuado, pide que le recuerden el nombre del muchacho que buscaban.
“¡Raúl!”, le dicen. El buscador voluntario se persigna e inicia una oración:
“Ave María purísima…
Padre santo, en tus manos ponemos a Raúl.
Lamentablemente no fue la dicha que le esperaba.
Te rogamos, padre santo, que lo recibas en tu santo reino.
Tal vez, Señor, él fue pecador.
Tal vez, Señor, él vino con la idea de sacar a su familia adelante.
Sin embargo, no lo pudo lograr”.
Ya veis. De todo esto he tratado: desierto (ayuno), búsquedas, tesoros invisibles escondidos que movilizan, personas visibles que son un tesoro (no solo dan limosna, sino que “se” dan ), dificultades y esperanzas, oración...
Y agua.
El voluntario antes de tomar el frasco y rociar gotas sobre la cruz y el cadáver del emigrante. Dice: “Con este agua bendita resplandezco”. Yo también lo he musitado en mi oración del miércoles tras bendecir la ceniza con agua que salpica de las ramas de una flor en vez de un hisopo. Ceniza depositada en mi frente
“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén”.
Nos cuesta a veces encontrar el significado de los signos cuaresmales. Quizás sea mejor descubrirlos en las historias concretas de hombres y mujeres que luchan por vivir y/o sobrevivir. Para llegar, tras la pasión, a la resurrección.
Yo solo he intentado contar alguna.
De migrantes.
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