Calvary

Con un título tan apropiado para esta fecha del año cristiano nos pareció que merecía la pena ir a ver la película. Toda la historia acontece en un pequeño pueblo irlandés con el párroco de protagonista principal. El lugar geográfico es pobre y frío, pero impactante, con playas de grandes olas y montañas peladas.

La primera escena nos muestra a un sacerdote, interpretado maravillosamente por Gleeson Brendan, de unos sesenta años confesando a un feligrés. Escucha tras la reja el trato que este hombre sufrió de niño con vejaciones sexuales de todo tipo de manos de un sacerdote, las lacras que le quedaron, el odio y el afán de venganza que le motivan. Cuenta que busca un chivo expiatorio, porque el culpable ha muerto y lo ha encontrado en su párroco, un sacerdote “buena persona” que es el que le está confesando. El fin de sus palabras es el anuncio de su asesinato en la playa del pueblo el siguiente domingo, como día del Señor.

Tras este comienzo trágico la película describe la vida de un párroco rural, un hombre muy solo cuya única compañía cercana es su perro y… Dios. Se describe al coadjutor como un chico joven, sin chicha ni limoná, que vive la vida siguiendo las instrucciones de los libros. El obispo, impecablemente vestido, cultiva rosas pero no se le ve cercano a su sacerdote que viene buscando consejo. De los habitantes del pueblo no se salva nadie: envidiosos, infieles, indiferentes, adúlteros… Sólo una hija, que tuvo antes de enviudar y ordenarse, alimenta su corazón aunque vive lejos.

Lo más interesante de nuestro protagonista es su pastoral. El anuncio no cambia su vida y no espera a que las personas vengan a la iglesia sino que sale en su búsqueda, a unos los encuentra en sus casas y a otros en la taberna, porque cualquier sitio es bueno para poner paz y hacer el bien. Una pastoral con fuerte olor a oveja como la que le gustaría a nuestro papa.

No desvelo el final porque no quiero ser como el acomodador que cuenta el nombre del asesinato a los que no le dan propina.
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