Elogio de los jesuitas
Aunque los jesuitas no necesitan elogio, “por sus obras los conoceréis”, no viene mal recordar algunos hitos de su historia. Leyendo un libro de María Elvira Roca que se titula Imperofobia y leyenda negra encontré un apartado que se titula:”La lucha a muerte por la administración de la moral. La destrucción de la Compañía de Jesús” donde afirma que este hecho influyó en la desaparición del Imperio Español. La autora ofrece datos muy significativos para apoyar su argumento.
Fue una lucha abierta por el poder donde los jesuitas, como antaño los templarios, se dejaron matar sin oponer apenas resistencia. Carlos III se dejó engañar en 1767 y decretó la expulsión pues no conocía el valor de la compañía para su imperio. El mundo de la cultura sufrió cuando dejó de existir el colegio de San Pablo de Lima, el colegio Real de San Martín y el colegio del Príncipe, fundado para educar a las élites indígenas. La buena gestión de estos centros permitió la apertura de gabinetes de investigación en historia natural, química y botánica. También se invirtió en libros creando un tesoro bibliográfico con más de 40.000 volúmenes, una cifra inigualable para muchas universidades europeas. A las obras impresas había que añadir muchos instrumentos científicos. Todo esto con la expulsión de los jesuitas fue desmembrado y nunca fue reconstruido.
La música resultó una buena forma de entendimiento entre el viejo mundo y el nuevo. Tan es así que cuando algunos indios huyeron a la sierra se llevaron sus barrocas partituras musicales. A los seis meses de la expulsión en los pueblos misionados, las fundiciones pararon y las siembras se abandonaron como el cultivo del algodón, el tabaco, la vainilla y el aceite de palma. Las reservas fueron repartidas entre el ejército pues “las repúblicas de indios” defendidas por el Derecho de Indias se tenían que acabar. La población indígena fue deportada y erradicada de sus pueblos originales y en las plantaciones murieron por docenas.
El resumen fue que la actividad de los jesuitas generó prosperidad, riqueza y auténtica civilización sin prisa y sin destrucción. Sostiene la autora que esta labor destructiva la llevaron a cabo intelectuales con peluca en nombre del progreso (la Iglesia católica era el enemigo a combatir) pero aparte de los prejuicios había una razón más poderosa: la codicia.
¿Por qué no hemos aprendido en la escuela esta labor de los jesuitas y de otras órdenes religiosas? ¿Por qué seguimos teniendo un complejo de inferioridad cuando hablamos de la conquista de América? Ya el término conquista es peyorativo pero lo siguen comprando muchas personas cuando los españoles nos mezclamos con los indígenas, (algo que no han hecho otros países prefiriendo que los locales desaparecieran del mapa), y les llevamos nuestra cultura y nuestra religión. Hubo abusos, pues siempre los hay, pero hoy toca dar la enhorabuena a los jesuitas y a otras órdenes religiosas por esta labor encomiable e ignorada que ha estado siempre cuestionada.
Fue una lucha abierta por el poder donde los jesuitas, como antaño los templarios, se dejaron matar sin oponer apenas resistencia. Carlos III se dejó engañar en 1767 y decretó la expulsión pues no conocía el valor de la compañía para su imperio. El mundo de la cultura sufrió cuando dejó de existir el colegio de San Pablo de Lima, el colegio Real de San Martín y el colegio del Príncipe, fundado para educar a las élites indígenas. La buena gestión de estos centros permitió la apertura de gabinetes de investigación en historia natural, química y botánica. También se invirtió en libros creando un tesoro bibliográfico con más de 40.000 volúmenes, una cifra inigualable para muchas universidades europeas. A las obras impresas había que añadir muchos instrumentos científicos. Todo esto con la expulsión de los jesuitas fue desmembrado y nunca fue reconstruido.
La música resultó una buena forma de entendimiento entre el viejo mundo y el nuevo. Tan es así que cuando algunos indios huyeron a la sierra se llevaron sus barrocas partituras musicales. A los seis meses de la expulsión en los pueblos misionados, las fundiciones pararon y las siembras se abandonaron como el cultivo del algodón, el tabaco, la vainilla y el aceite de palma. Las reservas fueron repartidas entre el ejército pues “las repúblicas de indios” defendidas por el Derecho de Indias se tenían que acabar. La población indígena fue deportada y erradicada de sus pueblos originales y en las plantaciones murieron por docenas.
El resumen fue que la actividad de los jesuitas generó prosperidad, riqueza y auténtica civilización sin prisa y sin destrucción. Sostiene la autora que esta labor destructiva la llevaron a cabo intelectuales con peluca en nombre del progreso (la Iglesia católica era el enemigo a combatir) pero aparte de los prejuicios había una razón más poderosa: la codicia.
¿Por qué no hemos aprendido en la escuela esta labor de los jesuitas y de otras órdenes religiosas? ¿Por qué seguimos teniendo un complejo de inferioridad cuando hablamos de la conquista de América? Ya el término conquista es peyorativo pero lo siguen comprando muchas personas cuando los españoles nos mezclamos con los indígenas, (algo que no han hecho otros países prefiriendo que los locales desaparecieran del mapa), y les llevamos nuestra cultura y nuestra religión. Hubo abusos, pues siempre los hay, pero hoy toca dar la enhorabuena a los jesuitas y a otras órdenes religiosas por esta labor encomiable e ignorada que ha estado siempre cuestionada.