Rizar el rizo
Tengo la sensación de que, tras mucho sudor, condenación y disgustos, las mujeres hemos sido capaces de convencer a un alto porcentaje de jerarquía y laicado que nuestra situación dentro de la Iglesia Católica exige un cambio. Se lamentaba don Raúl Berzosa, obispo de Ciudad Real en la II Jornada Internacional de la mujer celebrada recientemente, que cabía la posibilidad de que la Iglesia, que perdió a los obreros e intelectuales hace tiempo, pueda sufrir lo mismo con el segmento femenino de la institución.
Creo que esa posibilidad ha pasado a ser real y me apoyo en la escasa juventud femenina que se ve en los templos (tampoco se ven muchos varones pero las mujeres siempre fueron mayoría) y en las escasas vocaciones a la vida religiosa. El ligero repunte de candidatos al sacerdocio no se corresponde con la entrada de mujeres en las órdenes religiosas o equivalentes, un hecho que hay que tomar con cautela pues me parece que antes ese número era excesivo pero que está ahí.
Hoy se puede servir a Dios con más criterios propios desde la vida de los laicos. No olvidemos que a las monjas contemplativas se las imponen sacerdotes para que las gobiernen, algo que no ocurre con los varones y tenemos el ejemplo reciente de la LCWR, unas siglas que representan al 85% de las religiosas de las EEU, a las que, tras una investigación, el Vaticano ha impuesto la tutoría de tres obispos presidida por Sartain. Tienen que consultar sus estatutos, el nombre de los conferenciantes que escojan y los temas a tratar entre otras exigencias. Unas y otras, son consideradas menores de edadpor la jerarquía eclesial cuando son los colectivos con más prestigio, lo que da que pensar. Estos casos se pueden ampliar a muchas parroquias donde a pesar de ser las que más trabajan están a las órdenes del párroco de turno que no siempre las escucha.
Y la solución no está en los parches. Creo que unas palabras del papa Francisco nos pueden iluminar. “Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, nos dice la Evangelii Gaudium, a partir de la firma convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder”.
Esta declaración demuestra que el pontífice también es consciente de la existencia de un problema pero no entiendo bien la frase “si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder” porque de hecho los que han recibido el sacramento del orden en la Iglesia, son los que ostentan “todo” el poder, aunque de buena voluntad lo conviertan en servicio.
Se pueden hacer varias cosas. Lo más fácil es abrir el ministerio ordenado a las mujeres, aunque no me parece la mejor. Creo que se debería de pensar en soluciones más drásticas que pasen porque cada comunidad pueda elegir a sus líderes, ya que Jesucristo también dijo a la masa de los fieles que les escuchaban “os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo” Mt 18,18. Liderazgos temporales que se puedan revocar si no funcionan, lo que evitaría la triste situación de párrocos y obispos que no quiere nadie en sus comunidades, porque no han dado resultado. Incluso limitar el ministerio ordenado a la labor sacramental dejando la gerencia de la Institución a los laicos.
Habrá que echarle mucha imaginación pues intentar unos pequeños cambios para salvar la cara ya no es suficiente. El mundo se ha puesto por delante y tira de la sociedad para que empodere a las mujeres y todos puedan participar en el gobierno de sus instituciones, lo que hace más anacrónica la situación eclesial. Dejemos de rizar el rizo y cojamos el toro por los cuernos antes de que el abandono sea masivo. En teoría económica es conocido que cuando se pierden clientes porque se van a otras marcas es difícil volverlos a pescar.
Creo que esa posibilidad ha pasado a ser real y me apoyo en la escasa juventud femenina que se ve en los templos (tampoco se ven muchos varones pero las mujeres siempre fueron mayoría) y en las escasas vocaciones a la vida religiosa. El ligero repunte de candidatos al sacerdocio no se corresponde con la entrada de mujeres en las órdenes religiosas o equivalentes, un hecho que hay que tomar con cautela pues me parece que antes ese número era excesivo pero que está ahí.
Hoy se puede servir a Dios con más criterios propios desde la vida de los laicos. No olvidemos que a las monjas contemplativas se las imponen sacerdotes para que las gobiernen, algo que no ocurre con los varones y tenemos el ejemplo reciente de la LCWR, unas siglas que representan al 85% de las religiosas de las EEU, a las que, tras una investigación, el Vaticano ha impuesto la tutoría de tres obispos presidida por Sartain. Tienen que consultar sus estatutos, el nombre de los conferenciantes que escojan y los temas a tratar entre otras exigencias. Unas y otras, son consideradas menores de edadpor la jerarquía eclesial cuando son los colectivos con más prestigio, lo que da que pensar. Estos casos se pueden ampliar a muchas parroquias donde a pesar de ser las que más trabajan están a las órdenes del párroco de turno que no siempre las escucha.
Y la solución no está en los parches. Creo que unas palabras del papa Francisco nos pueden iluminar. “Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, nos dice la Evangelii Gaudium, a partir de la firma convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder”.
Esta declaración demuestra que el pontífice también es consciente de la existencia de un problema pero no entiendo bien la frase “si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder” porque de hecho los que han recibido el sacramento del orden en la Iglesia, son los que ostentan “todo” el poder, aunque de buena voluntad lo conviertan en servicio.
Se pueden hacer varias cosas. Lo más fácil es abrir el ministerio ordenado a las mujeres, aunque no me parece la mejor. Creo que se debería de pensar en soluciones más drásticas que pasen porque cada comunidad pueda elegir a sus líderes, ya que Jesucristo también dijo a la masa de los fieles que les escuchaban “os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo” Mt 18,18. Liderazgos temporales que se puedan revocar si no funcionan, lo que evitaría la triste situación de párrocos y obispos que no quiere nadie en sus comunidades, porque no han dado resultado. Incluso limitar el ministerio ordenado a la labor sacramental dejando la gerencia de la Institución a los laicos.
Habrá que echarle mucha imaginación pues intentar unos pequeños cambios para salvar la cara ya no es suficiente. El mundo se ha puesto por delante y tira de la sociedad para que empodere a las mujeres y todos puedan participar en el gobierno de sus instituciones, lo que hace más anacrónica la situación eclesial. Dejemos de rizar el rizo y cojamos el toro por los cuernos antes de que el abandono sea masivo. En teoría económica es conocido que cuando se pierden clientes porque se van a otras marcas es difícil volverlos a pescar.