Un colchón de plumas

Para una amiga enferma a la que le gustan mis cuentos

Pipo era un gorrión corriente, ni más grande ni más pequeño que sus hermanos. Tenía un plumaje gris que no destacaba por su brillantez y debía su nombre al hecho de que cuando trinaba arrastraba el pip… pronunciando una “o” final que al escuchar daba como resultado: Pipo

            Lo que le distinguía de los otros pájaros era su carácter soñador y su mirada, que cuando se posaba sobre algo era capaz de analizar lo que estaba viendo. Se pasaba los días contemplando el agua del río y escuchando su sonido, las hojas de los árboles con sus distintos colores y la vida de los hombres. Esta forma de ser le hizo muy popular pues al caer la tarde, cuando todos los gorriones se refugiaban en el gran sicomoro, que había cerca de Belén, le pedían que les contara sus andanzas a lo que accedía gustoso. Les enseñó a sorprenderse con la belleza de la naturaleza y a no fiarse de los hombres que tenían muchos problemas, sobre todo de los niños con hondas en sus manos, ya que el hambre les hacía afinar la puntería y podían acabar fritos en una sartén

            Sin hacer ruido ayudaba a las jóvenes madres que tenían que alimentar a muchos polluelos, trataba de que no se cayeran de sus nidos los recién nacidos y espantaba a las urracas que intentaban comerse los huevos. Esta actitud servicial le hizo ser importante y también envidiado por los presuntos jefes de aquel grupo de pájaros que le veían como rival

            Un día, Pipo, vio a una pareja joven entrar en un establo abandonado y al día siguiente escuchó llantos de una criatura recién nacida. Se coló dentro y revoloteó por el recinto lo que le permitió ver las carencias que tenía ese matrimonio. Su corazón se ensanchó ante el espectáculo de pobreza, pero también de paz que se presentaba ante sus ojos y se vio empujado a ayudar, pero ¿Cómo hacer? Era consciente de que un diminuto gorrión no tenía muchas posibilidades. Pensó y pensó hasta que se le iluminó el cerebro

            Al caer la tarde, cuando todos los gorriones se habían reunido bajo el sicomoro les contó las carencias que tenía el maravilloso matrimonio que se había instalado en la cuadra desvencijada. El recién nacido está acostado sobre unas pajas secas y nosotros podemos hacer algo para mejorar su cuna, les dijo. Dejó un tiempo para contarles su proyecto que solo consistía en que cada gorrión diera una pluma para ablandar el colchón. Enseguida escuchó las pegas: somos pocos y no serviría de nada; las pajas se sentirán ofendidas y no querrán colaborar… pero también hubo algunas ideas válidas. La mejor fue la sugerencia de que cada pájaro pidiera a una oveja que le diera un pequeño vellón que se llevaría al establo

            A la mañana siguiente los pastores se asombraron del revoloteo incesante de los pájaros sobre su cabeza y vieron que se posaban sobre las ovejas. Cambiará el tiempo pensaron algunos, ya que los animales son más perspicaces que nosotros en el tema del clima. No sabían que estaban convenciendo al ganado para que les permitiera arrancar un rizo de su piel peluda. Pocos se negaron, alguna madre les pidió que no lo hicieran con su cordero porque tenía una piel fina y podían hacerle daño. Y lo más curioso es que las grullas, enteradas de lo que pasaba, también se sumaron. Las aves rapaces ofrecieron su colaboración, pero fue rechazada porque eran muy temidas

            Pipo se ofreció a parlamentar con las pajas, que estaban acolchando la cuna, para que no se sintieran inútiles. Les contó su proyecto y les pidió colaboración. Era increíble ya que todo el mundo quería ayudar y se prestaron a que los huecos que ellas dejaban fueran rellenados con las plumas y los vellones. No faltaba más que volar al portal y los gorriones fueron liderados por las grullas. Era una procesión inusitada y los que la veían no hacían más que hacerse preguntas, pero no daban con la respuesta correcta

            María lo comprendió enseguida y los mostró el lugar donde debían dejar las ofrendas, primero las plumas y encima, para que no se volaran con el viento, el vellón. Sacó a Jesús de la cuna, se lo entregó a José y delante de aquel curioso público colocó las ofrendas en su sitio. Cuando el niño volvió a su cuna sonrió y aquella sonrisa fue el mejor agradecimiento que recibieron. No se les olvidó nunca

            Los pastores y los vecinos de Belén, al día siguiente, se preguntaban los caminos por los que habían llegado aquellas plumas y los mechones de lana al portal, pero nunca lo supieron. Sólo ahora los pájaros los han querido desvelar

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