La delación
Con motivo de la película Spotlight se organizó una gran discusión familiar. A nuestros hijos les gustó la investigación periodística, bien hecha y sin morbo, porque en el fondo no conocían la magnitud del problema ¡87 sacerdotes sólo en la diócesis de Boston! Son muchos.
El tema de la película derivó al silencio del entorno, semejante al de las barbaridades que hicieron los nazis y ante las que muchos alemanes no se daban por enterados. Que el obispo estuviera cegado es posible pero ¿y los compañeros de los pedófilos? ¿y los periodistas que recibieron el informe de los abusos y lo metieron en un cajón? Sinceramente creo que contribuyó a su investigación que el nuevo director del Boston Globe fuera judío, un recién llegado que no conocía a ningún cura de la diócesis y que no pertenecía a la Iglesia Católica, con fuerte raigambre católica en Boston.
La denuncia tiene mala prensa en el mundo entero, en España no tenemos más que ir al diccionario de sinónimos que habla de soplón, acusica, de abrir el pico… todas ellas palabras peyorativas. Creo, aunque no lo puedo afirmar con seguridad, que los empleados de una empresa, cuando detectaban un fraude, no lo podían delatar porque entraban en la categoría del trabajador desleal. Imagino que hoy día esto no sucederá aunque me caben dudas sobre las listas robadas con cuentas de clientes de bancos suizos. Para los bancos robados era un delito pero para los gobiernos de los defraudadores se abría la posibilidad de obtener grandes sumas por las multas.
Me parece que hoy la percepción ha cambiado. Vemos que en muchos juicios al que ha “cantado” se le reducen las penas y muchos gobiernos ofrecen dinero a todos los informantes, como los viejos carteles de las películas del oeste con la foto de los asesinos y la remuneración que se ofrecía a quién facilitara su paradero. Aquí abro otro paréntesis ¿Se deben pagar las acusaciones? Es curioso, que las encuestas hechas sobre el tema proporcionan distintos resultados en varones y mujeres. A ellos, no les parece mal que se ofrezca dinero pero a ellas, les rechina que la motivación del comportamiento sea económica.
Aquí quiero recordar el famoso libro de Carol Gilligan, In a Different Voice en el que demostraba que la motivación para actuar no era la misma en los dos sexos. Su ejemplo más paradigmático fue con dos farmacias de barrio a las que acudió el marido de una señora con un fuerte cólico nefrítico. En la primera, regentada por un varón, no obtuvo ante sus súplicas ningún resultado porque “se lo prohibía la ley”, en la segunda, donde se hallaba al frente una mujer, consiguió la medicina con la promesa de llevar la receta al día siguiente. Ley frente a sentimientos.
Toda esta disquisición me lleva al principio, a los motivos por los que todas las personas relacionadas con los abusadores, jugaban a que no se enteraban de nada. Es muy difícil denunciar a una persona a la que conoces, con la que te tomas un café y que ostenta una autoridad en la comunidad que quedaría dañada con la verdad. Los moralistas nos deberían dar unas pautas de conducta, unas líneas que hay que atravesar, que nos permitieran actuar sabiendo que obramos bien. Nos ayudarían a sufrir las acusaciones de que somos soplones y acusicas.
El tema de la película derivó al silencio del entorno, semejante al de las barbaridades que hicieron los nazis y ante las que muchos alemanes no se daban por enterados. Que el obispo estuviera cegado es posible pero ¿y los compañeros de los pedófilos? ¿y los periodistas que recibieron el informe de los abusos y lo metieron en un cajón? Sinceramente creo que contribuyó a su investigación que el nuevo director del Boston Globe fuera judío, un recién llegado que no conocía a ningún cura de la diócesis y que no pertenecía a la Iglesia Católica, con fuerte raigambre católica en Boston.
La denuncia tiene mala prensa en el mundo entero, en España no tenemos más que ir al diccionario de sinónimos que habla de soplón, acusica, de abrir el pico… todas ellas palabras peyorativas. Creo, aunque no lo puedo afirmar con seguridad, que los empleados de una empresa, cuando detectaban un fraude, no lo podían delatar porque entraban en la categoría del trabajador desleal. Imagino que hoy día esto no sucederá aunque me caben dudas sobre las listas robadas con cuentas de clientes de bancos suizos. Para los bancos robados era un delito pero para los gobiernos de los defraudadores se abría la posibilidad de obtener grandes sumas por las multas.
Me parece que hoy la percepción ha cambiado. Vemos que en muchos juicios al que ha “cantado” se le reducen las penas y muchos gobiernos ofrecen dinero a todos los informantes, como los viejos carteles de las películas del oeste con la foto de los asesinos y la remuneración que se ofrecía a quién facilitara su paradero. Aquí abro otro paréntesis ¿Se deben pagar las acusaciones? Es curioso, que las encuestas hechas sobre el tema proporcionan distintos resultados en varones y mujeres. A ellos, no les parece mal que se ofrezca dinero pero a ellas, les rechina que la motivación del comportamiento sea económica.
Aquí quiero recordar el famoso libro de Carol Gilligan, In a Different Voice en el que demostraba que la motivación para actuar no era la misma en los dos sexos. Su ejemplo más paradigmático fue con dos farmacias de barrio a las que acudió el marido de una señora con un fuerte cólico nefrítico. En la primera, regentada por un varón, no obtuvo ante sus súplicas ningún resultado porque “se lo prohibía la ley”, en la segunda, donde se hallaba al frente una mujer, consiguió la medicina con la promesa de llevar la receta al día siguiente. Ley frente a sentimientos.
Toda esta disquisición me lleva al principio, a los motivos por los que todas las personas relacionadas con los abusadores, jugaban a que no se enteraban de nada. Es muy difícil denunciar a una persona a la que conoces, con la que te tomas un café y que ostenta una autoridad en la comunidad que quedaría dañada con la verdad. Los moralistas nos deberían dar unas pautas de conducta, unas líneas que hay que atravesar, que nos permitieran actuar sabiendo que obramos bien. Nos ayudarían a sufrir las acusaciones de que somos soplones y acusicas.