El duelo por los famosos
Estuve leyendo que, a la muerte de Alexander Pushkin, fallecido en un duelo en 1837, miles de personas se movilizaron para su entierro. Fue tan grande la masa que las autoridades rusas tuvieron que cambiar el lugar de los funerales y estacionaron 60.000 militares para su custodia. Al llegar a la estación de Pskov, donde su cuerpo iba a ser sepultado, una entusiasta multitud intentó desenganchar los caballos hasta conseguir empujar el carruaje
Años más tarde, en 1926 pasó algo parecido con la muerte de Rodolfo Valentino, un ídolo de la pantalla. Unos policías a caballo tuvieron que sujetar a la masa para que no invadieran el tanatorio neoyorquino donde su cuerpo estaba expuesto. Cuenta la historia o la leyenda que muchas personas se suicidaron. En 1975, aunque han pasado años, se dio el mismo fenómeno en El Cairo pues millones de egipcios querían pagar sus últimos respetos a Um Kaltoum, un famosísimo cantante.
En nuestros días, aunque vivimos en un mundo digital, y sólo conocemos a muchas personas por sus imágenes en las redes, vemos a una masa derramar lágrimas y hacer largas colas por ver el cadáver de un muerto famoso. Con suerte firmó un libro con su nombre o mantuvieron una mirada por unos segundos en la cola de un evento. Sus libros o canciones pueden ser emotivos, pero pensar que son biográficos es una falacia. No niego que puedan ser personas estupendas, pero también cabe la posibilidad de que no sintieran lo que escribieron y solo les moviera el dinero
Aunque es verdad que cuando mueren los artistas no podrán escribir más libros ni canciones, la nostalgia que produce su muerte aumenta las ventas. Y si han muerto jóvenes, como Amadeo Modigliani a los 35 años por una meningitis tuberculosa, mucho más, ya que si hubiera tenido una vida más larga hubiera dejado más obras. Pero ¿Qué mueve a las personas a demostrar emoción por la muerte de personas que no han conocido personalmente?
Una de las interpretaciones es que estos fallecimientos son solo el mensajero de la muerte que nos llega a todos, tarde o temprano. Como cantaba James Morrison “no one here gets out alive”, nadie sale vivo de este mundo. Otra posibilidad es que se mueran con ellos años felices de nuestra vida y acompañarlos en su último viaje es una forma de gratitud. Pero, sobre todo, en un mundo tan atomizado como el nuestro, estas señales externas en las que abandonamos nuestros ordenadores o teléfonos, son marcas de comunión pues demostramos sentimientos y emociones semejantes. Es el último beneficio que pueden hacer a sus ídolos
Termino este post con las mismas dudas con la que empecé ya que no llego a entender a las masas que asaltaron el matrimonio de Lola Flores o las lágrimas que derraman la gente en los funerales de personas célebres que no han conocido. Aunque me gusta pensar que les reconocen momentos felices de sus vidas y que estos actos generan comunión. Me permito recordar, en estos momentos, nuestras maravillosas Semanas Santas que generan gratitud y comunión