Una enfermedad inoportuna
Lo teníamos todo preparado para que los hijos no se preocuparan de nosotros y para conseguirlo habíamos organizado un viaje, un pequeño viaje que nos permitiera pasar la noche de fin de año fuera de casa. Pero el hombre propone y Dios dispone pues el día antes de salir cogí la gripe con mucha fiebre y tuvimos que anular nuestro programa. Como ya estaban nuestros familiares fuera de Madrid no pudieron acompañarnos, como hubieran deseado, y tuvieron que recurrir a llamadas telefónicas
Ha sido la primera vez en 50 y tantos años que hemos pasado la Noche Vieja, mano a mano, y que hemos estado durante siete días sin familia alrededor. Como la nuestra es muy grande debo decir, con la boca chica, que nos ha gustado no sentir el ruido de los niños, los problemas de nuestros hijos y nietos (creo que ellos, con mayor motivo, podrán decir que han dejado atrás nuestros achaques que son muchos) pero sobre todo hemos podido saborear la conversación de dos adultos que se quieren y que tienen mucho que contarse. Claro que la conversación la podemos tener todos los días del año pero, por algún motivo que se me escapa, no encontramos tiempo.
La enfermedad, si se puede llamar así a una gripe, me ha hecho concebir unos propósitos para el nuevo año distintos de los que había imaginado. En primer lugar escuchar las cosas que intenta decirme mi cuerpo pues con la edad tiene mucho que contar y no siempre es bueno con lo que no le presto atención. Me he propuesto cuidarlo y mimarlo pues, al fin y al cabo, es la única herramienta que tengo para relacionarme con la naturaleza, con los hombres, con mi familia, con mis amigos y con Dios.
Y tras esta segunda luna de miel, con mi maravilloso marido, he tomado la decisión de facilitarle la vida, en la medida que me sea posible, y de charlar de antaño y de hogaño, cambiar puntos de vista y pareceres pues, como somos muy distintos, ese diálogo nos favorecerá a los dos.
Por supuesto, que también han entrado en mis propósitos los de todos los años como adelgazar, hacer gimnasia, rezar más y no incluyo aprender inglés porque no me hace falta y para dedicarme al estudio del alemán soy demasiado mayor. Se preguntarán mis lectores donde entra Dios en estos proyectos y les contestaré que su persona está en mi cuerpo alimentándolo con su aliento de vida y en la persona de mi marido con la que formo una sola carne desde que juramos amarnos siempre. Creo que Dios participa de mis ilusiones pues ¿Qué otros programas podrían ser mejores?
Ha sido la primera vez en 50 y tantos años que hemos pasado la Noche Vieja, mano a mano, y que hemos estado durante siete días sin familia alrededor. Como la nuestra es muy grande debo decir, con la boca chica, que nos ha gustado no sentir el ruido de los niños, los problemas de nuestros hijos y nietos (creo que ellos, con mayor motivo, podrán decir que han dejado atrás nuestros achaques que son muchos) pero sobre todo hemos podido saborear la conversación de dos adultos que se quieren y que tienen mucho que contarse. Claro que la conversación la podemos tener todos los días del año pero, por algún motivo que se me escapa, no encontramos tiempo.
La enfermedad, si se puede llamar así a una gripe, me ha hecho concebir unos propósitos para el nuevo año distintos de los que había imaginado. En primer lugar escuchar las cosas que intenta decirme mi cuerpo pues con la edad tiene mucho que contar y no siempre es bueno con lo que no le presto atención. Me he propuesto cuidarlo y mimarlo pues, al fin y al cabo, es la única herramienta que tengo para relacionarme con la naturaleza, con los hombres, con mi familia, con mis amigos y con Dios.
Y tras esta segunda luna de miel, con mi maravilloso marido, he tomado la decisión de facilitarle la vida, en la medida que me sea posible, y de charlar de antaño y de hogaño, cambiar puntos de vista y pareceres pues, como somos muy distintos, ese diálogo nos favorecerá a los dos.
Por supuesto, que también han entrado en mis propósitos los de todos los años como adelgazar, hacer gimnasia, rezar más y no incluyo aprender inglés porque no me hace falta y para dedicarme al estudio del alemán soy demasiado mayor. Se preguntarán mis lectores donde entra Dios en estos proyectos y les contestaré que su persona está en mi cuerpo alimentándolo con su aliento de vida y en la persona de mi marido con la que formo una sola carne desde que juramos amarnos siempre. Creo que Dios participa de mis ilusiones pues ¿Qué otros programas podrían ser mejores?