Las mujeres en San Pablo
Se han escrito en los últimos años muchos libros sobre las mujeres en San Pablo para determinar si su presunta misoginia era producto de la cultura de su momento o ideas propias. La más reciente de estas obras, Les femmes de Saint Paul, editions du Cerf, tiene como autora a Chantal Reynier, que es profesora en el centro Sèvres de los jesuitas parisinos, exégeta especializada en el primer siglo del cristianismo, pero especialmente en la obra de Pablo
¿Cómo se compagina la orden de silencio y de velarse con la compañía femenina y gran protagonismo de algunas mujeres que acompañan a Pablo en sus viajes misioneros? La autora trata de demostrar que, en el mundo del siglo primero cuando las mujeres no eran nadie, el apóstol fue un revolucionario como emancipador de la condición femenina. Para comprender a Pablo pide a los lectores que abandonen su cultura y traten de entender la civilización en la que se mueve nuestro apóstol. Muchas celebraciones paganas, mal vistas, permitían que sus mujeres hablaran en arrebatos extáticos y también era una costumbre que las mujeres de mala vida llevaran el pelo suelto. Pablo, con estas recomendaciones trata de que los seguidores de Cristo no se hagan notar por actividades sorprendentes
Lo más curioso es que frecuentemente ha pasado desapercibido que Pablo exhorta a las mujeres a expresarse, nos informa que presiden algunas asambleas y participan en la difusión del cristianismo mediante su actividad profesional o su puesto en la sociedad. Las empuja a enseñar y en los Hechos vemos a Apollos, un renombrado intelectual, recibir instrucciones del matrimonio Prisca y Aquila, fabricantes de tiendas en Corintio, siendo el nombre de la mujer el primero. Pablo la confiere un puesto relevante por la calidad de su enseñanza
También nombra a mujeres como diáconos y apóstoles y en algunas comunidades ejercen funciones al mismo nivel que los varones. Este es el caso de Lydia, una mujer adinerada que comercia con la púrpura en Filipo y pone su casa a disposición de los viajeros y de la comunidad, donde se forma una ekklesia. Pablo se vale de la capacidad y puesto en la sociedad de las mujeres para que se dé a conocer el Evangelio en todo el mediterráneo. La persona de Febe, a la que llama diakonos (servidor en griego) resulta emblemática de este movimiento, pues es una mujer de Cencreas, propietaria de una sociedad de importación-exportación a la que escoge para llevar su Carta a los Romanos, el texto más importante y más largo que escribe a los cristianos de Roma
De Junia se ha hablado largo y tendido porque Pablo la llama apóstol y, ante tamaño disparate, durante mucho tiempo se consideró que era un hombre, el diminutivo de Junianus. Era una exégesis obligatoria que obedecía a los imperativos culturales de su tiempo que minimizaba la labor femenina pero hoy todos los exegetas consideran que era una mujer
La autora no entra en el debate del diaconado o sacerdocio femenino pues se centra en la idea de recordar que la difusión de la fe cristiana se hizo gracias a personas, ancladas en su cultura, entre ellas algunas mujeres bastante olvidadas en la Iglesia Católica, que conviene recordar. Es lo que este libro intenta