Las mujeres ¿son mejores?
Ha salido recientemente un libro de Sara Sefchovich, con un titulo provocador ¿Son mejores las mujeres?, un tema que me ha empujado a reflexionar sobre si el estereotipo de la presunta bondad femenina, puede seguir defendiéndose en nuestro mundo. Hay colectivos que lo piensan y lo fomentan: por ser mujeres somos más confiables y más entregadas ¡Vótenos! dicen cuando llegan las elecciones. Acepto muchas razones para votar a las mujeres, pero no creo en nuestra superioridad moral.
Dentro de los grupos que la defienden, el caso más representativo sería Affidamento, un colectivo de mujeres italianas que se sitúa en el extremo del feminismo de la diferencia y que apela a la unión de las mujeres para proyectar en la sociedad sus formas de estar y pensar, que consideran superiores y que se han venido forjando durante siglos. Más matizada pero en la misma línea, se sitúan el Islam o la Iglesia Católica, que recelan de que las mujeres adopten los criterios de la sociedad patriarcal porque, dicen, pierden los valores de su esencia femenina.
¿Qué valores ven, unos y otros, en las mujeres y de cuales tienen miedo que desaparezcan? Considera que el origen de estas ideas ha girado en torno a la maternidad, donde la madre actúa buscando antes el bienestar del hijo, que el suyo propio. Una actividad, que se ha dado en llamar ética del cuidado, y que imbuida de ternura y sentimientos hacen extensible las mujeres a todos los miembros necesitados de cuidados de la familia, como son los ancianos, enfermos o huérfanos.
En 1931, en plena fiebre emancipadora femenina, Pío IX escribió en Casti Connubi que "la emancipación de la mujer... es el trastorno de toda la sociedad familiar, al marido se le priva de la esposa, a los hijos de la madre y a todo el hogar doméstico del custodio que lo vigila siempre". Me atrevo a aventurar que en el concepto de hogar, el papa incluía a los ancianos y enfermos y no me parece que le preocupara el voto femenino o incluso el trabajo en la actividad pública de las mujeres, sino el cambio radical de sociedad que supone esta nueva situación. Era consciente de que se juegan cosas muy importantes como son el nacimiento y la muerte, el amor, la sensualidad, el envejecimiento, el dolor, la salud… una serie de temas, que giran o giraban, en torno a las mujeres.
Este miedo ha hecho que se ensalzara a la maternidad y a la madre, que escoge quedarse en casa al cuidado de hijos y marido. En el mundo protestante se la llamaba el ángel del hogar mientras que Pio IX, en la encíclica antes citada, habla de la reina de la familia. Nos dice el papa que si la mujer “desciende de la sede verdaderamente regia a la que el Evangelio la ha levantado dentro de los muros del hogar, muy pronto caerá —si no en la apariencia, sí en la realidad—en la antigua esclavitud”, Hoy somos conscientes de que no todos los hogares funcionan de una manera tan positiva, como pensaba el pontífice, ya que sus amas de casa, en muchos casos, fueron criadas o incluso esclavas de sus parientes.
Quizás una de las cualidades que hoy se valora más de nuestro sexo es que las mujeres, por ser más débiles, tendemos a buscar la colaboración e intentamos persuadir antes de imponer nuestro criterio, una forma de actuar que está ganando terreno en la sociedad moderna por los frutos que genera.
En el lado opuesto de la moneda se sitúan los que creen, que las mujeres no son mejores que los varones. Defienden que hay de todo, en ambos lados de la viña del Señor y por eso, proponen acabar con muchos estereotipos que siguen vivos. Ponen ejemplos prácticos como las “tricoteuses”, esas revolucionarias francesas que hacían punto bajo el estrado de la guillotina, aunque las salpicara la sangre de las víctimas. Y en nuestra era, sacan a relucir a mujeres que han alcanzado la cima del poder, como Golda Meier, Margaret Thatcher o Indira Gandhi y que no demostraron diferencias con sus pares masculinos, ya que gobernaron con mano dura y metieron a sus pueblos en guerras. Unos ejemplos que se podrían multiplicar con facilidad.
Lo cierto es que nuestra sociedad ha cambiado y no hay marcha atrás, no se deben añorar tiempos pasados aunque, para algunos, fueran mejores. Si las mujeres, constreñidas durante siglos al hogar, fueron capaces de generar valores que enriquecen a la sociedad, tendremos que intentar que los varones los imiten. Y viceversa, aquello que los hombres hacen bien sería bueno que lo adoptaran las mujeres. En cristiano, la ética del cuidado que se hizo muy femenina, se simboliza en el lavado de los pies de los discípulos, una fraternidad que se recomienda a todos los seguidores del Maestro.
Hay mucho de cultural en los roles establecidos, con lo que se pueden cambiar pero estas cosas siempre levantan polémica porque los cambios sociales exigen volver a barajar y… caen las cartas en distintas manos y no al gusto de todos.
Dentro de los grupos que la defienden, el caso más representativo sería Affidamento, un colectivo de mujeres italianas que se sitúa en el extremo del feminismo de la diferencia y que apela a la unión de las mujeres para proyectar en la sociedad sus formas de estar y pensar, que consideran superiores y que se han venido forjando durante siglos. Más matizada pero en la misma línea, se sitúan el Islam o la Iglesia Católica, que recelan de que las mujeres adopten los criterios de la sociedad patriarcal porque, dicen, pierden los valores de su esencia femenina.
¿Qué valores ven, unos y otros, en las mujeres y de cuales tienen miedo que desaparezcan? Considera que el origen de estas ideas ha girado en torno a la maternidad, donde la madre actúa buscando antes el bienestar del hijo, que el suyo propio. Una actividad, que se ha dado en llamar ética del cuidado, y que imbuida de ternura y sentimientos hacen extensible las mujeres a todos los miembros necesitados de cuidados de la familia, como son los ancianos, enfermos o huérfanos.
En 1931, en plena fiebre emancipadora femenina, Pío IX escribió en Casti Connubi que "la emancipación de la mujer... es el trastorno de toda la sociedad familiar, al marido se le priva de la esposa, a los hijos de la madre y a todo el hogar doméstico del custodio que lo vigila siempre". Me atrevo a aventurar que en el concepto de hogar, el papa incluía a los ancianos y enfermos y no me parece que le preocupara el voto femenino o incluso el trabajo en la actividad pública de las mujeres, sino el cambio radical de sociedad que supone esta nueva situación. Era consciente de que se juegan cosas muy importantes como son el nacimiento y la muerte, el amor, la sensualidad, el envejecimiento, el dolor, la salud… una serie de temas, que giran o giraban, en torno a las mujeres.
Este miedo ha hecho que se ensalzara a la maternidad y a la madre, que escoge quedarse en casa al cuidado de hijos y marido. En el mundo protestante se la llamaba el ángel del hogar mientras que Pio IX, en la encíclica antes citada, habla de la reina de la familia. Nos dice el papa que si la mujer “desciende de la sede verdaderamente regia a la que el Evangelio la ha levantado dentro de los muros del hogar, muy pronto caerá —si no en la apariencia, sí en la realidad—en la antigua esclavitud”, Hoy somos conscientes de que no todos los hogares funcionan de una manera tan positiva, como pensaba el pontífice, ya que sus amas de casa, en muchos casos, fueron criadas o incluso esclavas de sus parientes.
Quizás una de las cualidades que hoy se valora más de nuestro sexo es que las mujeres, por ser más débiles, tendemos a buscar la colaboración e intentamos persuadir antes de imponer nuestro criterio, una forma de actuar que está ganando terreno en la sociedad moderna por los frutos que genera.
En el lado opuesto de la moneda se sitúan los que creen, que las mujeres no son mejores que los varones. Defienden que hay de todo, en ambos lados de la viña del Señor y por eso, proponen acabar con muchos estereotipos que siguen vivos. Ponen ejemplos prácticos como las “tricoteuses”, esas revolucionarias francesas que hacían punto bajo el estrado de la guillotina, aunque las salpicara la sangre de las víctimas. Y en nuestra era, sacan a relucir a mujeres que han alcanzado la cima del poder, como Golda Meier, Margaret Thatcher o Indira Gandhi y que no demostraron diferencias con sus pares masculinos, ya que gobernaron con mano dura y metieron a sus pueblos en guerras. Unos ejemplos que se podrían multiplicar con facilidad.
Lo cierto es que nuestra sociedad ha cambiado y no hay marcha atrás, no se deben añorar tiempos pasados aunque, para algunos, fueran mejores. Si las mujeres, constreñidas durante siglos al hogar, fueron capaces de generar valores que enriquecen a la sociedad, tendremos que intentar que los varones los imiten. Y viceversa, aquello que los hombres hacen bien sería bueno que lo adoptaran las mujeres. En cristiano, la ética del cuidado que se hizo muy femenina, se simboliza en el lavado de los pies de los discípulos, una fraternidad que se recomienda a todos los seguidores del Maestro.
Hay mucho de cultural en los roles establecidos, con lo que se pueden cambiar pero estas cosas siempre levantan polémica porque los cambios sociales exigen volver a barajar y… caen las cartas en distintas manos y no al gusto de todos.