El obispo Fontibón y María Magdalena
Con la mejor voluntad del mundo en su intención de salir en defensa de los homosexuales, las declaraciones de monseñor Córdoba, obispo de Fontibón, han sido inoportunas y mal formuladas. Tan mal lo hizo que, ante las críticas desde todos los ángulos, ha tenido que ofrecer explicaciones.
Lo que más me ha sorprendido es que este eclesiástico, que empezó siendo jesuita lo que en principio es sinónimo de buena educación teológica, dijera de María Magdalena que no parecía que fuera lesbiana “ya que pasaron bastantes por sus piernas”. Aparte del mal gusto de la formulación, hace mucho tiempo que la Iglesia ha abandonado la identificación de María con una prostituta y aunque el pueblo siga pensando de ese modo, un obispo no debería de caer en esta costumbre que se ha demostrado falsa.
Creo que el origen del error proviene de la dificultad que tuvo la iglesia del siglo IV para encasillar a la Magdalena ya que sólo existían unos tipos de mujeres concretos: solteras, casadas, monjas o prostitutas. Los primeros dos grupos quedaban bajo la tutela de padres o maridos mientras que las religiosas dependían de sus superiores. ¿Dónde colocar a una mujer independiente, autónoma que se ganaba la vida con su trabajo, que siguió a Jesús por los caminos de Palestina y a la que el Maestro había perdonado muchos pecados? Lo más fácil era recurrir a la prostitución que era el mayor crimen que podía cometer una hembra y todo el imaginario pictórico se encargó de perpetuar esta mentira.
Era una forma de olvidar el gran protagonismo de la Magdalena en los primeros siglos de la Iglesia cuando se la denominaba apóstol de los apóstoles y su figura competía con la de Pedro. Ha sido el concilio Vaticano II el que corrigió el error cambiando la lectura del evangelio que se lee en la celebración de su fiesta, un camino que deberían de seguir todas las parroquias para resituar a esta discípula en el lugar que le corresponde. Pero de todos nosotros depende que las cosas vuelvan a su sitio.
Lo que más me ha sorprendido es que este eclesiástico, que empezó siendo jesuita lo que en principio es sinónimo de buena educación teológica, dijera de María Magdalena que no parecía que fuera lesbiana “ya que pasaron bastantes por sus piernas”. Aparte del mal gusto de la formulación, hace mucho tiempo que la Iglesia ha abandonado la identificación de María con una prostituta y aunque el pueblo siga pensando de ese modo, un obispo no debería de caer en esta costumbre que se ha demostrado falsa.
Creo que el origen del error proviene de la dificultad que tuvo la iglesia del siglo IV para encasillar a la Magdalena ya que sólo existían unos tipos de mujeres concretos: solteras, casadas, monjas o prostitutas. Los primeros dos grupos quedaban bajo la tutela de padres o maridos mientras que las religiosas dependían de sus superiores. ¿Dónde colocar a una mujer independiente, autónoma que se ganaba la vida con su trabajo, que siguió a Jesús por los caminos de Palestina y a la que el Maestro había perdonado muchos pecados? Lo más fácil era recurrir a la prostitución que era el mayor crimen que podía cometer una hembra y todo el imaginario pictórico se encargó de perpetuar esta mentira.
Era una forma de olvidar el gran protagonismo de la Magdalena en los primeros siglos de la Iglesia cuando se la denominaba apóstol de los apóstoles y su figura competía con la de Pedro. Ha sido el concilio Vaticano II el que corrigió el error cambiando la lectura del evangelio que se lee en la celebración de su fiesta, un camino que deberían de seguir todas las parroquias para resituar a esta discípula en el lugar que le corresponde. Pero de todos nosotros depende que las cosas vuelvan a su sitio.