La vulnerabilidad
La llamada de una hija me advirtió de una página en la red, TED que estaba de moda y trataba temas muy interesantes en forma de conferencias. Es difícil encontrar tiempo para escuchar una charla de 50 minutos pero, por aquello del amor de madre, le dí al ratón. Escogí a una mujer, Brené Brown, porque el tiempo que hablaba era más corto y me interesaba el tema: la vulnerabilidad.
No había pensado nunca lo que suponía este vocablo aunque, a priori, no me gustaba porque hablaba de sufrimiento, de miedo, de debilidad, de fracaso, de aparecer pequeña a los ojos de los compañeros de mi vida, una cadena de situaciones que despreciaba. Y el interés se me despertó cuando esta mujer, tras realizar un estudio minucioso de grupos diversos de personas, llegó a la conclusión de que los más felices, son los capaces de asumir el miedo y la vergüenza, porque vienen acompañados de la aceptación de nuestra vulnerabilidad y nos hacen más humanos y cercanos a los demás que se ven reflejados en nuestra manera de ser. Es este el camino que conduce a la empatía, al agradecimiento y al amor que son, en suma, las fuentes en las que se encuentra la felicidad.
La senda parece clara. Consiste en reconocer ignorancia en un tema, demandar ayuda en situaciones complicadas, reconocer errores, emprender una aventura a sabiendas que puede no salir, aceptar críticas, mostrarnos sin máscaras que oculten la realidad, amar con todo el corazón, aunque no seamos correspondidos… Pero que el camino sea diáfano, no supone que sea fácil, porque nos exige abandonar el disfraz de superman o superwoman, tras el que nos ocultamos y demostrar que somos imperfectos que, al fin y al cabo, es la única manera de ser auténticos
Aquello me parecía que, en cristiano, podía parecerse a una conversión y recordé la felix culpa de Lutero pero también la necesidad de abandonar las certezas, que en religión suelen ser excluyentes, y cercenan el diálogo. La pastoral no puede ser categórica sino humilde, tratando de comprender el pensamiento de las personas con las que tratamos. Aunque lo creamos, no estamos en posesión de toda la verdad y hay que dejar a los otros, espacios para que puedan comunicar las suyas.
Creo que el discurso que pronunció el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, al consistorio cardenalicio hace unos días, iba por esta línea, cuando recomendó que la nueva evangelización se hiciera con sonrisa y lejos de la arrogancia y de la soberbia del triunfalismo, pues la misma Iglesia tenía siempre la necesidad de ser evangelizada. Parece claro que lo que es bueno para los individuos, la conciencia de la vulnerabilidad, de igual manera lo es para las instituciones.
También me vino a la memoria la parábola de los talentos, pues el que enterró el suyo, tuvo miedo de perderlo, no aceptó el reto de la vida que supone tratar de alcanzar niveles siempre más altos. La posibilidad de un fracaso le frenó y le llevó a conformarse con lo que tenía, aunque esta actitud cobarde supusiera renunciar a la tarea a la que todos estamos llamados.
Donde mejor descubrimos nuestra vulnerabilidad es en nuestra relación orante ya que ante Dios, nos debemos presentar como pequeños, débiles, temerosos pues resulta poco inteligente ocultar la realidad a quién la conoce de antemano y no por ello deja de amarnos como a hijos predilectos.
No hay nada nuevo en esta doctrina pero no esperaba que una página de Internet me trajera estos pensamientos a la memoria, Dios se vale de todos los canales.
No había pensado nunca lo que suponía este vocablo aunque, a priori, no me gustaba porque hablaba de sufrimiento, de miedo, de debilidad, de fracaso, de aparecer pequeña a los ojos de los compañeros de mi vida, una cadena de situaciones que despreciaba. Y el interés se me despertó cuando esta mujer, tras realizar un estudio minucioso de grupos diversos de personas, llegó a la conclusión de que los más felices, son los capaces de asumir el miedo y la vergüenza, porque vienen acompañados de la aceptación de nuestra vulnerabilidad y nos hacen más humanos y cercanos a los demás que se ven reflejados en nuestra manera de ser. Es este el camino que conduce a la empatía, al agradecimiento y al amor que son, en suma, las fuentes en las que se encuentra la felicidad.
La senda parece clara. Consiste en reconocer ignorancia en un tema, demandar ayuda en situaciones complicadas, reconocer errores, emprender una aventura a sabiendas que puede no salir, aceptar críticas, mostrarnos sin máscaras que oculten la realidad, amar con todo el corazón, aunque no seamos correspondidos… Pero que el camino sea diáfano, no supone que sea fácil, porque nos exige abandonar el disfraz de superman o superwoman, tras el que nos ocultamos y demostrar que somos imperfectos que, al fin y al cabo, es la única manera de ser auténticos
Aquello me parecía que, en cristiano, podía parecerse a una conversión y recordé la felix culpa de Lutero pero también la necesidad de abandonar las certezas, que en religión suelen ser excluyentes, y cercenan el diálogo. La pastoral no puede ser categórica sino humilde, tratando de comprender el pensamiento de las personas con las que tratamos. Aunque lo creamos, no estamos en posesión de toda la verdad y hay que dejar a los otros, espacios para que puedan comunicar las suyas.
Creo que el discurso que pronunció el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, al consistorio cardenalicio hace unos días, iba por esta línea, cuando recomendó que la nueva evangelización se hiciera con sonrisa y lejos de la arrogancia y de la soberbia del triunfalismo, pues la misma Iglesia tenía siempre la necesidad de ser evangelizada. Parece claro que lo que es bueno para los individuos, la conciencia de la vulnerabilidad, de igual manera lo es para las instituciones.
También me vino a la memoria la parábola de los talentos, pues el que enterró el suyo, tuvo miedo de perderlo, no aceptó el reto de la vida que supone tratar de alcanzar niveles siempre más altos. La posibilidad de un fracaso le frenó y le llevó a conformarse con lo que tenía, aunque esta actitud cobarde supusiera renunciar a la tarea a la que todos estamos llamados.
Donde mejor descubrimos nuestra vulnerabilidad es en nuestra relación orante ya que ante Dios, nos debemos presentar como pequeños, débiles, temerosos pues resulta poco inteligente ocultar la realidad a quién la conoce de antemano y no por ello deja de amarnos como a hijos predilectos.
No hay nada nuevo en esta doctrina pero no esperaba que una página de Internet me trajera estos pensamientos a la memoria, Dios se vale de todos los canales.