El reino de los cielos se parece también a una gran fiesta antigua en la plaza del pueblo. Los jóvenes, los niños, los mayores…, todos bailan al son de la banda de música que toca en el quiosco, justo en el centro de la plaza. Todos se visten de colores alegres. Hasta hay unos abuelos y abuelas que se marcan bailando un ritmo popular. Muchos les hacen corro y les aplauden.
Un niño chico palmea alegre sobre los hombros de su padre. No andan lejos su madre y su hermana mayor. El padre se mueve cautelosamente, guiado por la música, y el niño chico levanta los brazos y se deja llevar del ritmo que lo aúpa.
Es una mañana de sol. Todo en el pueblo resplandece. Nadie nombra a Dios, pero Dios está en el sol, en el pueblo, en la danza, en la música. Y el niño, que llama Padre a Dios cuando reza, alzado ahora sobre los hombros de su padre, se siente para siempre alto y feliz. Para siempre seguro.