Noviembre fue tradicionalmente el
mes de ánimas y de difuntos en nuestra parroquias y en la piedad popular. Oraciones, novenas y cantos, a veces lúgubres, que expresaban con la sensibilidad de otros tiempos nuestra fe permanente "en la vida del mundo futuro". Hoy quiero ofrecer aquí
un recuerdo de luz por uno que llevo en mi corazón. Unos versos míos ya antiguos me lo traen a la memoria.
Voló a la muerte con alas de niño. Seguro que sus padres llevan el recuerdo vivo del hijo hasta su propia muerte. Se llamaba Francisco Javier Idareta Olagüe. Yo
temblé aquella tarde en su casa ante sus 9 años “de luz y fragilidad presente”.UNA MUERTE TAN CLARA
Una muerte tan clara,
tanta
fragilidad yacente,
tan diáfana palidez en el rostro de un niño
con quien se migan las flores
empaña la habitación de voces bajo nieve,
la abruma de perfumes, de silencios caídos.
Tras los cristales del balcón
afila la higuera su desnudez otoñal,
reina del huerto.
Asciende una fatiga de sembrados
hacia la luz delgada de la cima.
Y Dios está en el aire
frío en que se eleva la tarde
y en la bruma violeta
que a la garganta de la cima
se agarra.
(De “Pie en la cima de sombra”, p. 91,
Obra poética, p. 244).