Poemas de viaje (2). Dios en la belleza, antes que ella

Dios. Dios en la belleza y antes que ella. Me cuesta hacer una mínima aclaración al siguiente poema. Con los poemas, con perdón , puede suceder como con los chistes que, explicados, estallan en la nada insustancial. En la lectura de los siguientes versos, nadie podrá poner en duda mi afirmación incondicional de la hermosura y el esplendor de Mallorca. Tampoco de la sed insaciable de luz y de belleza de quien esto escribía en un viaje, algo más que turístico, de un mayo relativamente lejano. Quien quiera puede recordar a Agustín y aquello de “Nos hiciste, Señor, para ti...”. Y ya es aclarar en exceso un poema que tiene la clave abierta en su final.



EL INSACIABLE



Podrían regalarle la catedral de Palma
y aun así no sería
su contento macizo.
La mañana siguiente
la real Almudaina le darían,
y aún no habrían saciado su deseo.
Popdrían alumbrarle con todo el sol de agosto
las cavernas del Drach
sin que por ello fueran a curarle
su manía de luz y de belleza.
Si en Valldemosa fueran a ofrecerle
un nocturno de fronda y de cipreses
(de fondo, los preludios de Chopin),
seguiría apuntando
aún más alto su anhelo.
Y por mucho que en Sóller lo mimaran
con un íntimo puerto, familiar y seguro,
tampoco lo hallaríais plenamente dichoso.
Si acaso le dijeran:
“Mañana serán tuyos los jardines de Alfavia”,
aunque tanta belleza
no pudiera dejarlo indiferente,
su desalado afán seguiría volando.
Mallorca entera,
de parte a parte y su anillo de isla,
abrazaría en mayo
sin allegar a su avidez sosiego.
Ni le veríais harto y satisfecho
si un día le obsequiaran con cuatrocientas islas
y el esplendor antiguo y luminoso
del mar Mediterráneo.
Es cierto que en su pronta cortesía
sabría dar las gracias
por tan soberbios dones.
Pero todo le lleva a preguntarse
desde su asombro humilde
por qué lo quiso Dios tan insaciable.


(Obra poética, p. 435)
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