Poemas de viaje (2). Dios en la belleza, antes que ella
EL INSACIABLE
Podrían regalarle la catedral de Palma
y aun así no sería
su contento macizo.
La mañana siguiente
la real Almudaina le darían,
y aún no habrían saciado su deseo.
Popdrían alumbrarle con todo el sol de agosto
las cavernas del Drach
sin que por ello fueran a curarle
su manía de luz y de belleza.
Si en Valldemosa fueran a ofrecerle
un nocturno de fronda y de cipreses
(de fondo, los preludios de Chopin),
seguiría apuntando
aún más alto su anhelo.
Y por mucho que en Sóller lo mimaran
con un íntimo puerto, familiar y seguro,
tampoco lo hallaríais plenamente dichoso.
Si acaso le dijeran:
“Mañana serán tuyos los jardines de Alfavia”,
aunque tanta belleza
no pudiera dejarlo indiferente,
su desalado afán seguiría volando.
Mallorca entera,
de parte a parte y su anillo de isla,
abrazaría en mayo
sin allegar a su avidez sosiego.
Ni le veríais harto y satisfecho
si un día le obsequiaran con cuatrocientas islas
y el esplendor antiguo y luminoso
del mar Mediterráneo.
Es cierto que en su pronta cortesía
sabría dar las gracias
por tan soberbios dones.
Pero todo le lleva a preguntarse
desde su asombro humilde
por qué lo quiso Dios tan insaciable.
(Obra poética, p. 435)