Sigue la pascua. Seguimos en creer y en no morir. Estamos en
el abecé del cristiano. Al principio, en la misma A. Continúa la Iglesia su liturgia de la vida nueva: los apóstoles que ven, tocan y creen (“Señor mío y Dios mío”). Los apóstoles que se presentan como testigos y crean comunidad. La fe, salvación para todos “sean de la nación que sean”. Pronto la Ascensión y la promesa de su presencia hasta el fin de los tiempos. Y la “esperanza de los que en ti mueren”...
Los versos que siguen son los de un pobre cura que, después de la última Eucaristía dominical, traía a casa la Comunión para su madre nonagenaria, tan cercana a la muerte. Murió el año 2006. Fue también tiempo de creer. Espera de eternidad.
COMUNIÓN SIN LÍMITES
Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro
y la cándida víctima levanto...
(Lope de Vega)
Vengo de alzar a Cristo con mis manos
y la cándida víctima hacia el cielo.
Mi fe ponía un resplandor de gloria
en la blancura de aquel Pan redondo.
Yo te lo traje a casa muchas veces
cuando tu cuerpo casi transparente
se preparaba para alzar el vuelo.
Allí donde tú estás ya no tienes más hambre.
Pues has hecho con Él tu comunión sin límites
ni de pan ni de tiempo,
ora por este hijo que, aun desterrado, ciego,
alza el cielo en la tierra con sus manos.
(De “Este debido llanto”, Madrtid, Vitruvio, 2010, p. 48).