El día de la Madre

NUNCA HE VISTO SU CARA

-Mamá, ¿cómo es Dios? ¿Qué cara tiene?
-No lo sé.
¿No lo sabes…?
-No lo he visto nunca. Nadie lo puede ver.
-¿Es tan bueno como tú?
-Mucho mejor, hija mía.
-¿Tendrá los ojos como tus ojos?
-Mucho más hermosos, hija mía.
¿Sonreirá como sonríes tú?
-Mucho mejor. Cuando sonríe es como si saliera el sol. Y siempre sonríe al que lo mira con amor.
-Yo lo quiero mirar con amor, mamá. Pero, ¿dónde está?
-Aquí.
-¿Aquí…?
-Contigo y conmigo. Y en todas partes.
-En todas partes… Entonces es muy grande…
-Es Dios, hija, por eso está en todas partes. Es lo más grande que hay… Y el que más nos quiere.
-Yo te quiero a ti un millón, mamá. Y cómo lo quiero a Él… ¡Cómo lo quiero…! Y eso que nunca he visto su cara.

***

TÚ ME ENSEÑASTE A REZAR

Cuando era muy pequeño me enseñaste a rezar. Lo más importante que sé no lo he aprendido en la escuela ni en la iglesia. Lo aprendí de ti. Contigo repetía aquellas palabras en las que los dos subíamos muy alto, muy alto, muy por encima de nosotros. Con ellas rezábamos y nos hacíamos pequeños para llegar más arriba. Llamábamos a Dios y hablábamos con él, y él era un padre que lo podía todo, lo tenía todo, nos lo daba todo. Era un Padre bueno que nos escuchaba en nuestros momentos felices y en nuestros apuros y nos ayudaba a esforzarnos para ser buenos como él.

Ahora yo le rezo a Dios por ti todos los días. Y ahora mismo le digo:

Gracias, Dios mío, por mi madre. Delante de ti, ella y yo, todos, somos igual que niños. Abrázala. Bendícela. Pon tus manos sobre su frente. Bésala con tu infinito amor.

Amén.


(De "El día de la Madre", Madrid, San Pablo,2003, pp. 29 y 107).
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