Me duelen los dolores

Me duelen los dolores de este burgués airado,
escritor iracundo, iconoclasta,
intransigente transgresor, transido
de no sé qué cuchillos que desgarran
las telas delicadas de su infancia.
Su ciudad era estrecha y atufada de hediondos
miasmas de luto, bultos
de clerigalla medieval y altiva.
Cualquier rincón, cualquier negro tugurio
le levanta una pira de rencores.
Si por azar pisare
el polo de la gente, hallará helado
una glacial indiferencia;
pero sus ojos, su nariz descubren
una bandada torva de cuervos enemigos,
de beodos
tristes y arrufianados, con las navaja
y el vituperio al cinto,
y una legión oculta y alevosa
de castradores disfrazados.

Me duelen los dolores del escritor airado
tal vez contra sí mismo, quizá contra la casa
en que doró sus horas infantiles, contra
la niñera indulgente
en cuyo magro sueldo entraba
reír sus travesuras y llenarlo de besos,
o contra las criadas,
severo el uniforme e impecable
la albura de su cofia,
que ventilaron los espacios generosos,
plegaron sus camisas, adensaron
de exquisitos olores su cocina,
le sirvieron la mesa
en porcelanas finas de una ciudad lejana,
se deslizaron por los suelos de su casa
sin romper nunca un plato ni quebrantar las normas
de una familia con principios.
Al fondo estaba el padre
con su conciencia y su riñón cubiertos
de un negocio anchuroso y saneado.

Me duelen los dolores
de este pobre infeliz
que del vacío acopia tantas quejas
contra la vida.
A otros la infancia pobre y una casa
con el pan necesario, la fogata en invierno y un amor de ricos
no les dio para el lujo de la ira.
Tuvieron campo, juegos, calles,
vida de sol a sol.
Escuela, libros, versos y pizarras
les parecieron dones añadidos
y una fastuosa fiesta de futuros felices.

Nunca entendí la ira de este escritor airado.


(De Apasionado adiós, Madrid, 2013).
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