Un grito en el Adviento

“Ven, Señor Jesús”, clamaban los primeros cristianos. “Ven, Señor, no tardes", clamamos los cristianos de hoy. Y, si me apuran, aunque no lo sepan, es un grito común en las gargantas de todos los humanos. ¿Desde cuándo quedó la sed de Dios, del bien total, para un grupo reducido de individuos piadosos o exquisitos? “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Al esperar y preparar la Navidad, esperamos y deseamos lo mejor para esta casa colgada en el Universo que es nuestra tierra. Lo deseamos para todos los hombres y mujeres que viven y viajan en ella. Y como en nuestra pequeña casa rodante no faltan algunos graves desórdenes, algunas negruras sin sentido y mucho, mucho dolor, pedimos los dones que el “Dios con nosotros”, el príncipe de la Navidad, nos trae: la paz, la justicia, la compasión, la vida con todos sus quilates, la verdad... El amor total. Y visto que la historia humana es como un “enfant terrible”, díscolo e infeliz, que no sabe salir de sus errores, pedimos también y cómo, la llegada de Dios, el adviento final donde acaba la historia.

CIELOS, DESTILAD EL ROCÍO
(Is 45,8)



"Cielos, destilad el rocío;
nubes, derramad la victoria;
ábrase la tierra y brote la salvación."


Llueva, Señor, y corran los torrentes
como venas abiertas de una vida visible.
Llueva, Señor, preñe tu cielo
la entraña moribunda de los campos
para que estalle, puje, reine en el ramaje
como un verdor perenne la justicia.


Flotan las nubes sobre nuestros ojos
elevados a un cielo de clemencia.
Llueva, que se nos secan las raíces,
nos sube y nos ahoga
la sed el corazón y se nos llenan
de muerte y hojas secas las manos.


Hay en el aire un vasto hedor que aprieta
como un picor de fuego las gargantas.
¿Dónde está la verdad, su transparencia pura?
¿De qué costado abierto de los hombres
brota la corrupción como en crecida?
¿Dónde está el manantial que de ti nace?
¿Dónde la primavera de los árboles,
la sabia pura que los hizo niños?


¿Por qué rugen los campos de batalla
donde caen los muertos de la ira?
¿Por qué la indiferencia y la dureza
del corazón, arena abrasadora.
hartan de sed y de desierto al hombre?


¿Cuándo veremos nuestro cielo limpio,
pura la tierra de los hombres,
virginales los mares,
verdes y solazados nuestros bosques,
crecidos de caudal y transparentes
los ríos,
y un cielo con estrellas
en los ojos del hombre?


¿Cuándo podremos habitar seguros
un cielo nuevo y una tierra nueva,
sin llanto ni dolor, luto ni muerte?
¿Cuándo vendrá
tu reino del amor y de la vida
y harás por fin el universo nuevo
y harás el hombre nuevo?


(De “Salmos de ayer y hoy”, p. 146-48,
Obra poética, p. 369-60).
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