El hombre que nació casi niño para siempre
Los días de Navidad nos han podido servir para hacernos un poco más niños. ¿Por qué no, si el propio Hijo de Dios se hizo niño? A los mayores, que tenemos a menudo la tentación de ir de crecidos por el mundo, no nos vendría mal un baño de infancia. Bueno, la que pidió Jesús para entrar en el Reino de los Cielos. Y, según se mire, incluso, la que ayuda para ser más felices en la tierra.
El Reino de los cielos se parece a un hombre que nació casi niño para siempre. Creció algo más lento que los demás, y como perezoso. Le costó más tiempo romper a hablar. Y cuando fue un poco mayor, lo hacía más despacio y, a veces, se le enredaba una palabra, se frenaba en una frase y había que estar muy atento para entenderle bien. Pero miraba a todos con una mirada limpia, confiada, y su sonrisa se abría en más luz que la de cualquier otro ser humano.
Parecía tener las ideas algo más confusas que los otros, como si su cabeza estuviera rodeada o ligeramente atravesada por la niebla, o acariciada por ella. Mas su corazón le ardía cálido y luminoso, y se le iba y volaba a los demás como en una mañana de sol. Si recibía un gesto, un gramo de amor, su sonrisa, su gratitud se multiplicaban sin límites.
Decían que por causa de aquel hombre niño bajaba el arroyo de la montaña y pasaba al pie de su casa. Que por él iban las aguas frescas y claras. Pero él lo había conocido así desde su infancia y siempre creyó que era algo tan natural como los árboles vecinos o como las nubes, que a veces se quedaban quietas y suspendidas por encima del tejado.
Un día, le leyó su madre, ya casi anciana, en un librito pequeño: “Si no os hiciereis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos”.
-¿Has dicho en el Rrrreino... de los cielos..., mamá?
-Sí, hijo. En el Reino de los cielos...
El hombre todavía niño se le quedó mirando. Sonrió a su madre y le dijo:
-Me gusta, mamá... Me pido ese Rrrreino para siempre.
(Del libro en preparación Parábolas para sabios sin nombre).